Aparco durante un ratito el diario del “viaje mochilero por China en el 98”, ya seguiremos con la etapa de Xian en otro momento, para contar algo sobre ese personaje que tanto ha llamado mi atención en el paseo por Cerdeña (algo me une a las mujeres del XIII-XIV, me persiguen o las persigo): Leonor de Arborea, nacida alrededor de 1347, no se sabe con certeza, año arriba o año abajo, dicen que en Molins de Rei, muerta en 1404 en Oristano (Cerdeña), de malaria . Heroína en Cerdeña, desconocida en España, al menos, poco nombrada.
Por aquel tiempo, Cerdeña, se dividía en cuatro giudicati, regiones autónomas (Logudoro, Gallera, Arborea y Calaris), cada giudicati comprendía a su vez varios “curatiore” y cada uno de estos curatiore estaba compuesto por varias villas.
El Guidicati se gobernaba por reyes o Giudici (jueces), elegidos por un parlamento, este parlamento, conocido con el nombre de Corona de Logu se formaba mediante la elección efectuada periódicamente por los hombre libres de cada “curatiore”. Visto esto, parece que nuestra “democracia” no es tan moderna.
Pues bien. Leonor era hija de Mariano IV de Arborea, elegido giudice en 1346 y Arborea era, por entonces, la única parte independiente de la isla. Hubo una especie de alzamiento tipo republicano en 1383, muerto el padre de Leonor, contra su hermano, que fue el sucesor (la historia de Europa, en esta época es más compleja que algunos romances de los programas del corazón de hoy). Ahí, en el alzamiento, Leonor pone en juego sus dotes para la guerra, derrota a los rebeldes y se convierte en reina regente o Jueza de Arborea.
Claro, si tenía hijos, que una suele ser regente de sus vástagos, se supone que estaba casada y, sí, lo estaba, casada por su padre con un tal Brancaleone Doria, genovés y noble, boda apañada para fortalecer las alianzas locales.
El tal Brancaleone parece ser que no le fue fiel ni en lo privado ni en lo público, se le conocen hijos con alguna otra y, mientras Leonor aplastaba la rebelión interna, el buen marido estaba con el aragonés en las españas, para recibir una medalla, pero le salió mal y le apresaron. Encerradito estuvo mientras ella hacía historia.
Firmada la paz con el aragonés, esta señora de la que nada nos han contado quienes nos cuentan la historia, se dedicó a la elaboración de uno de los primeros códigos civiles que conocemos, la “Carta de Logu”, leyes obligatorias desde 1395 y que estuvieron en vigor, con pequeñas modificaciones, hasta prácticamente la unificación italiana en 1861.
Y ahí me han dado, que el tema me es cercano. Va y resulta que en ese cuerpo legal se protegía el derecho de propiedad de las mujeres ¡¡ en el siglo XIV!! . Señor, cuando aquí, en la época de mi madre, las mujeres no podían ni trabajar si se casaban.
Toda la carta tiene un sesgo liberal y demócrata que aún no hemos conseguido en algunos puntos, como el que la mayor parte de los delitos era castigado con penas de multa (hay otra gran mujer que trabajó mucho y duro por la abolición de las prisiones, pero ése será otro cantar), se reconoce el derecho del pueblo sardo a la libertad, la separación de bienes en el matrimonio y el derecho de la mujer a la nulidad del mismo en caso de malos tratos… casi nada.
Tanto estudiar las famosas Partidas del nuestro rey Alfonso a las que no les quito el mérito, por supuesto, pero ¿por qué nadie me habló nunca de La Carta de Logu?
Pues por si con eso no tuviera bastante, Leonor era aficionada a la ornitología y también promulgó algunas leyes para la protección de los halcones, dicen que gustaba de mirarlos cada tarde. Los ornitólogos han sido un poco más agradecidos que los historiadores o los leguleyos y le han puesto su nombre a un halcón: falco eleonorae.
En fin, una mujer, en tiempos aún más difíciles que éstos para la mujer, que se procuró ilustración y que ante la mala sombra que tenía su vida en lo que se supone que había (y aún se supone demasiadas veces que ha de ser la vida de una mujer, marido, hijos, familia, coser y cantar), tomó las armas, luchó contra el invasor y se la jugó jugando a ser guerrera, unificadora de su nación, jurista y ornitóloga.
Dicen que, además, era muy bella y si le fue mal en amores me atrevería a jurar que también era inteligente y sensible.
Una reina sarda (que bonito suena) que miraba volar a los halcones cada tarde, quizás pensando donde andaría el Brancaleone de marras, puede que llorando, pero que consiguió ensimismarse y posar su vista, su emoción y su idea en el halcón que estaba siendo exterminado y la mujer se puso a la faena de dictar leyes para proteger su anidación.
Me quedan cosas en el tintero, claro, pero prefiero hacerlo ya y hacerlo así, que si dejo pasar tiempo por hacerlo mejor, me temo que alguna otra cosa me venga a la cabeza.
Me quedan cosas en el tintero, claro, pero prefiero hacerlo ya y hacerlo así, que si dejo pasar tiempo por hacerlo mejor, me temo que alguna otra cosa me venga a la cabeza.
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