miércoles, 24 de junio de 2009

Chengdu




Llegamos a Chengdu, capital de la región de Sichuan, a las tres de la tarde, después de 17 horas en el tren. El paisaje a través de la ventanilla era muy diferente al que aparecía camino de Xian. Menos centrales térmicas, menos industria pesada estropeando la tierra. Más cultivo de arroz, bambú, mucho arbolado y unas casas mejor construidas y más cuidadas, más colores y menos contaminación. Todo más abierto. Como, además, viajábamos en “cama Blanda” que es la primera clase de sus trenes, el viaje resultó agradable, nada pesado, aunque durara tantas horas, hemos calculado que la velocidad media del tren debía ser de unos 30 km. por hora.
En alguna estación pudimos comprobar la importancia del ferrocarril en China y sus peculiaridades. De alguna manera se zafan de los controles militares y entran en los vagones por las ventanillas cargados de sacos, cargados como auténticos mulos.
Disponíamos de nuestro propio compartimento y el servicio no llegó a estar excesivamente sucio, todo un lujo si lo comparamos con las anteriores experiencias.
Sorprendente esta ciudad de Chengdu, la mas vital que hemos visto hasta ahora, moderna, con numerosos rascacielos, mucho bullicio en las calles, más ruidosas también y con unos comercios de mucho poderío.
Chengdu fue llamada la ciudad de los hibiscus cuando un emperador, en la época de las cinco dinastías mandó que los plantaran alrededor de la muralla.
Mañana disponemos de todo el día para callejear por aquí, de momento, nos hemos limitado a caminar hasta encontrar un restaurante, en el que hemos comido divinamente, luego, nos tomamos un refresco en una de las terrazas que hay montadas debajo de un cruce de carreteras, de un escalestrix, vaya, es el mejor lugar que hemos encontrado. El tráfico no es excesivo pero impone tanta "infraestructura" y daña la vista.
He conseguido por fin que alguien me respondiera en mi casa, diecisiete días sin saber nada de ellos.


El no bajar a desayunar ya es costumbre en mi y me va mejor, me evito ese bofetón que me suponía el desayuno y mi humor mejora. Desde la ventana del hotel se ve un panorama impresionante de rascacielos y anchas avenidas. Hay ruido, todos los conductores parecen tener afición a tocar el claxon y no se entiende la causa, como no sea por gusto. Es como si hablaran unos con otros a través de los pitidos. En muchas terrazas de los edificios contiguos hay auténticos jardines. No se distinguen bien desde aquí que clase de plantas serán pero embellece un tanto ese verdor sobre los rascacielos.

Después del desayuno de mis compañeros, mochila al hombro y cámaras dispuestas, nos pusimos a caminar sin rumbo esta mañana, pasear por pasear, sin objetivo alguno. Llaman mi atención los semáforos humanos, a saber, un hombre o mujer subido en una especie de banqueta que da el paso o lo quita a coches y bicicletas. Es gracioso ese puesto de trabajo aunque con el calor que hace "el semáforo" en cuestión no debe pensar lo mismo. Quiero saber si realmente es un trabajo remunerado o algún tipo de servicio a la comunidad que estén obligados a hacer, intento averiguarlo pero no consigo nada, hay quien me responde a la pregunta pero no tengo ni idea de si la entendió ni que es lo que me responde, parece que nuestro chino mandarín no sirve en esta zona.


Durante el viaje en tren hemos estado planificando el bajar el monte Emey haciendo la ruta de los monasterios budistas , me he ilusionado con la idea de ver amanecer arriba y vivir la aventura de buscar cobijo en un monasterio durante un par de días así que a pesar del dolor de cabeza he visitado unos grandes almacenes para comprarme unas botas de montaña. Se me antoja un poco menos de ciudad y algo más de naturaleza. Vamos leyendo sobre el Emey Shan y quisiera ya estar allí.
Entre los libros que me he traído están los poemas de Li Bai y Du fu, imprescindible se me hace la visita a la "cabaña", construída en el siglo VIII construida por el poeta. Pero eso será mañana.

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