martes, 16 de marzo de 2010

Próxima parada: Teherán

No estaba previsto, mi idea era volver a encontrarme con mi amado, el desierto, esta vez en un lugar nuevo, en Libia y recorrerlo despacio, durmiendo en tienda de campaña, disfrutando cada noche y cada amanecer de los colores de las dunas, pero me he visto obligada a cambiar de planes a última hora, forzada por los acontecimientos y el castigo que nos impone a todos "el que decide"... que decidió que los visados concedidos son papel mojado.

Teherán, Shiraz, Persépolis, Yazd, Isfahan, nombres míticos de ciudades que caminan por los vericuetos de mi memoria de la mano de libros, películas, músicas...



 
Alguna fuerza extraña me empuja hacia oriente una vez más y yo... me dejo llevar. Llena la mochila de hermosos pañuelos, un par de libros, viejos amigos, para releerlos más cerca de los paisajes que describen y un precioso cuaderno, a estrenar, un regalo: "para tu próximo viaje, mamá".

A la vuelta os contaré todo lo que mis cinco sentidos, bien alerta, consigan captar. Hasta pronto, amigos...khodaa negahdaar.

martes, 9 de marzo de 2010

Bangalore 99: estuve alli


Y estuve tan aplicada que apenas escribí en el cuaderno ni hice fotos. Yo no quería ir pero no hubo forma de conseguir cambiar el rumbo.

Llegamos a Bangalore, capital del estado de Karnataka, en taxi, el conductor ni sabía inglés ni conocía la ciudad, una ciudad de más de cinco millones de habitantes, tampoco hablaba hindi, solamente Tamil. Teníamos un teléfono de contacto pero nadie contestaba, un muchacho, al que preguntamos, se subió al coche, para “ayudar” y ni por ésas, nos dieron las tres de la mañana dando vueltas y más vueltas.

El disparate puso nerviosos y de mal humor a los chicos, en cambio, nosotras tuvimos el ataque de risa más largo de aquel tormentoso viaje.

Pero, a la mañana siguiente, el pesado que no quería perderse las dichosas jornadas de la AGP (Acción global de los pueblos), consiguió conectar con la organización y quedar con un hombre en la estación de autobuses.

No sé como pudimos encontrarnos en aquel lugar tan grande y con tanto movimiento, pero lo conseguimos y, en un autobús, nos encaminamos al lugar en donde se celebraría el evento, eso sí, con paradas incluidas para empujar en las cuestas.




El alojamiento lo proporcionaba la asociación campesina de Karnataka, elegimos suelo, en el porche, bajo los improvisados tendederos para colgar nuestra ropa siempre empapada a causa de la incesante lluvia.

El detalle de que los extranjeros ocuparan las habitaciones, mientras que los del lugar dormían al aire libre ya me pareció, de entrada, un feo asunto, que me puso en guardia.

Pocas, muy pocas notas en mi cuaderno, cosas del estilo de “asociaciones indias que luchan por su supervivencia, individuos blancos que hacen turismo político y juegan mientras aprenden esos nuevos oficios: cooperante, activista...”



Puede que la causa fuera que allí me topara con algunos viejos conocidos que pretendían expulsarme a causa de mi antigua militancia en un partido político extraparlamentario, ya disuelto. ¡Para morirse! Llegar tan lejos para que me vinieran con ésas.

-No acepto expulsiones como no vengan de la asamblea, plantéalo allí, si te atreves, le dije a la expulsadora, que a partir de entonces se limitó a ponerme mala cara.

Y los compañeros de viaje andaban desaparecidos, había mucho que tomar y se perdían continuamente. El más interesado en estar en el encuentro fue el más ausente de los cuatro.

Las distintas asociaciones indias ponían el acento en sus problemas: las industrias contaminantes, la expulsión de sus territorios, los transgénicos, el tortuoso sistema legal, la deforestación...

Los blancos, sobre todo alemanes y canadienses, incidían en la organización de la marcha de cara a la próxima reunión de Seattle y yo iba de un lado a otro, alucinando bastante y cabreándome algunas veces, sobre todo ante posturas excesivamente rígidas, a mi entender, como el considerar que no se debía hacer una colecta para pagarle a una luchadora india un abogado y que no fuera a dar con sus huesos a la cárcel una vez más, porque no era asunto en el que debíamos involucrarnos, según opinión de los que manejaban el cotarro.


Y me lo argumentaban quienes estaban allí “gratis total” y que luego se harían un viajecito por el país a costa de las organizaciones que habían delegado en ellos. Hay cosas que me indignan, no puedo evitarlo.

Cuando me aburría de tanta palabra, había un sitio para ayudar en la cocina o a la chica que limpiaba, una mujer con las manos deshechas, flaca, vestida con harapos, envejecida... una “intocable” que se asustaba de que la vieran cerca de mi.

Ese tema también era un tema tabú. Una asociación india lo intentó llevar a debate y fue zanjado rápidamente. Nada de localismos, sólo globalización , ojos cerrados a todo lo que no se ciñera extrictamente al tema "OMC", o sea, para mi, nada nuevo bajo el sol.
En mitad de una tormenta, un grupo de bailarines nos obsequió con una danza infernal a un ritmo vertiginoso. Los trabajadores de una fábrica de jabones nos regalaron incienso y los niños de la escuela también nos ofrecieron un presente de músicas y bailes en el teatro de un colegio cercano. Les correspondimos, a los niños, subiendo al escenario y cantando una cancioncilla, la única que todos los de habla hispana conocíamos, de cuyo título prefiero no acordarme.

Pagué mi cuota multiplicada por cuatro, fueron los días más caros del viaje a la India y también fueron los que nunca repetiría si se diera la ocasión.


El mejor recuerdo es el haber dormido al lado de aquellas mujeres, ver como doblaban cuidadosamente su sari cada noche, su aspecto radiante todas las mañanas y su sonrisa a modo de "buenos días", así como la foto que, con su polaroid, me hizo un sij de terrible aspecto una tarde que nos encontramos paseando por los alrededores.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Otra oportunidad perdida


Después de varios días en Mamallapuram ya es costumbre esperar la llegada de la noche en la terraza del albergue.


Sentada en una de las mesas, garabateando mi cuaderno de viaje y disfrutando del humo del cigarrillo, se me acerca un hombre y me hace una oferta: trabajar de extra en una película que están rodando en Madrás.


El nos recogería con una furgoneta, a las seis de la mañana y nos devolvería por la tarde. Pensé que estaba bromeando o que no le entendía bien (mi inglés es algo peor que deficiente), pero no, le había entendido perfectamente. Estaba contratada y mis compañeros de viaje también, no pagaba mucho pero era una aventura que me pareció interesante.


No hace falta demasiado para animarme, soy de las que se apuntan enseguida a cualquier cosa que me saque de la rutina, que también hay rutina en los viajes.Los colegas dudan cuando escuchan la oferta, pero... ¡me hace tanta ilusión! Me dicen que si, puede que para hacerme callar, me prometen madrugar e ir a ver que pasa.


Y, una vez más... mi gozo... ¡al pozo! Cuando el hombre viene a recogernos me encuentra en las escaleras, allí he pasado la noche porque a mi compañero de cuarto no se le ocurrió cosa mejor para calmar el tormento de su locura (de las de verdad) que decir que le estorbaba y, como si la habitación fuera solamente suya, se empeñó en que era yo la que tenía que marcharse.


Me marché, la verdad, se dormía mejor fuera. Saqué mi mosquitera y disfruté de una estupenda noche al raso en el rellano. Mi primera intención era dormir en la terraza pero estaba al completo, descubrí que era el dormitorio de los trabajadores de la casa, así que me acomodé cerca de la puerta del cuarto, al que se accedía por una escalera que subía directamente desde el patio inferior, al aire libre.


Imposible acercarse para despertar al dueño y señor de mi cuarto y los otros dos, fieles a su costumbre, seguirían durmiendo hasta el mediodía.
Ningún viajero más se había apuntado ¿cómo me iba a meter en la furgoneta, yo sola, con aquel pájaro? Tuvo que marcharse sin mi, dijo que "a recoger a otros, de otro hotel", por ver si así me animaba, pero no estaba por fiarme de nadie esa mañana.


Así, tontamente, perdí mi oportunidad de ser estrella en la Bollywood de Madrás.

Cuando ya el sol está alto en el cielo, los compañeros salen de sus guaridas y ni se acuerdan de haber plantado al “manager” (yo me encargaré para el resto de sus vidas de recordárselo) pero están decididos a aprovechar lo que queda del día viendo templos.


Les leo la oferta de la Loly y el templo de los quinientos escalones (Tirukkalikundram) es el primero que se les antoja. Allá que nos vamos, subidos en algo parecido a un autobús.


No tengo el cuerpo para templos, hoy no, así que decido esperarles abajo, cuidando las sandalias, convertida en una atracción más para los visitantes, sentada a lo buda, con mi cuaderno en el regazo y haciendo juegos con la cámara tratando de encontrar algún tesoro: una mariposa se acerca a las flores que crecen bajo un árbol centenario.


Cuenta la leyenda que aquí vienen todos los días dos águilas a comer, de camino en su vuelo desde Varanasi hacia Rameswaram, pero hoy no aparecen, se habrán despertado tarde o habrán ido a Madrás a participar en el rodaje que yo me perdí.



Un pajarito, primo lejano de las legendarias águilas, se acerca a ver si hay algo de comer en mi mochila y picotea unas migas de galleta rancia.


Luego, otro templo más, del que ni siquiera sé el nombre y tampoco me molesto en descubrirlo, decidida a bautizarlo como "el templo-tarta de nata y chocolate”.

Y es que hay días en los que no hay forma de evitar el puntillo ácido, si no ¿por qué puse a este relieve el título de “Shiva espatarrado”?