miércoles, 3 de marzo de 2010

Otra oportunidad perdida


Después de varios días en Mamallapuram ya es costumbre esperar la llegada de la noche en la terraza del albergue.


Sentada en una de las mesas, garabateando mi cuaderno de viaje y disfrutando del humo del cigarrillo, se me acerca un hombre y me hace una oferta: trabajar de extra en una película que están rodando en Madrás.


El nos recogería con una furgoneta, a las seis de la mañana y nos devolvería por la tarde. Pensé que estaba bromeando o que no le entendía bien (mi inglés es algo peor que deficiente), pero no, le había entendido perfectamente. Estaba contratada y mis compañeros de viaje también, no pagaba mucho pero era una aventura que me pareció interesante.


No hace falta demasiado para animarme, soy de las que se apuntan enseguida a cualquier cosa que me saque de la rutina, que también hay rutina en los viajes.Los colegas dudan cuando escuchan la oferta, pero... ¡me hace tanta ilusión! Me dicen que si, puede que para hacerme callar, me prometen madrugar e ir a ver que pasa.


Y, una vez más... mi gozo... ¡al pozo! Cuando el hombre viene a recogernos me encuentra en las escaleras, allí he pasado la noche porque a mi compañero de cuarto no se le ocurrió cosa mejor para calmar el tormento de su locura (de las de verdad) que decir que le estorbaba y, como si la habitación fuera solamente suya, se empeñó en que era yo la que tenía que marcharse.


Me marché, la verdad, se dormía mejor fuera. Saqué mi mosquitera y disfruté de una estupenda noche al raso en el rellano. Mi primera intención era dormir en la terraza pero estaba al completo, descubrí que era el dormitorio de los trabajadores de la casa, así que me acomodé cerca de la puerta del cuarto, al que se accedía por una escalera que subía directamente desde el patio inferior, al aire libre.


Imposible acercarse para despertar al dueño y señor de mi cuarto y los otros dos, fieles a su costumbre, seguirían durmiendo hasta el mediodía.
Ningún viajero más se había apuntado ¿cómo me iba a meter en la furgoneta, yo sola, con aquel pájaro? Tuvo que marcharse sin mi, dijo que "a recoger a otros, de otro hotel", por ver si así me animaba, pero no estaba por fiarme de nadie esa mañana.


Así, tontamente, perdí mi oportunidad de ser estrella en la Bollywood de Madrás.

Cuando ya el sol está alto en el cielo, los compañeros salen de sus guaridas y ni se acuerdan de haber plantado al “manager” (yo me encargaré para el resto de sus vidas de recordárselo) pero están decididos a aprovechar lo que queda del día viendo templos.


Les leo la oferta de la Loly y el templo de los quinientos escalones (Tirukkalikundram) es el primero que se les antoja. Allá que nos vamos, subidos en algo parecido a un autobús.


No tengo el cuerpo para templos, hoy no, así que decido esperarles abajo, cuidando las sandalias, convertida en una atracción más para los visitantes, sentada a lo buda, con mi cuaderno en el regazo y haciendo juegos con la cámara tratando de encontrar algún tesoro: una mariposa se acerca a las flores que crecen bajo un árbol centenario.


Cuenta la leyenda que aquí vienen todos los días dos águilas a comer, de camino en su vuelo desde Varanasi hacia Rameswaram, pero hoy no aparecen, se habrán despertado tarde o habrán ido a Madrás a participar en el rodaje que yo me perdí.



Un pajarito, primo lejano de las legendarias águilas, se acerca a ver si hay algo de comer en mi mochila y picotea unas migas de galleta rancia.


Luego, otro templo más, del que ni siquiera sé el nombre y tampoco me molesto en descubrirlo, decidida a bautizarlo como "el templo-tarta de nata y chocolate”.

Y es que hay días en los que no hay forma de evitar el puntillo ácido, si no ¿por qué puse a este relieve el título de “Shiva espatarrado”?












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