martes, 9 de marzo de 2010

Bangalore 99: estuve alli


Y estuve tan aplicada que apenas escribí en el cuaderno ni hice fotos. Yo no quería ir pero no hubo forma de conseguir cambiar el rumbo.

Llegamos a Bangalore, capital del estado de Karnataka, en taxi, el conductor ni sabía inglés ni conocía la ciudad, una ciudad de más de cinco millones de habitantes, tampoco hablaba hindi, solamente Tamil. Teníamos un teléfono de contacto pero nadie contestaba, un muchacho, al que preguntamos, se subió al coche, para “ayudar” y ni por ésas, nos dieron las tres de la mañana dando vueltas y más vueltas.

El disparate puso nerviosos y de mal humor a los chicos, en cambio, nosotras tuvimos el ataque de risa más largo de aquel tormentoso viaje.

Pero, a la mañana siguiente, el pesado que no quería perderse las dichosas jornadas de la AGP (Acción global de los pueblos), consiguió conectar con la organización y quedar con un hombre en la estación de autobuses.

No sé como pudimos encontrarnos en aquel lugar tan grande y con tanto movimiento, pero lo conseguimos y, en un autobús, nos encaminamos al lugar en donde se celebraría el evento, eso sí, con paradas incluidas para empujar en las cuestas.




El alojamiento lo proporcionaba la asociación campesina de Karnataka, elegimos suelo, en el porche, bajo los improvisados tendederos para colgar nuestra ropa siempre empapada a causa de la incesante lluvia.

El detalle de que los extranjeros ocuparan las habitaciones, mientras que los del lugar dormían al aire libre ya me pareció, de entrada, un feo asunto, que me puso en guardia.

Pocas, muy pocas notas en mi cuaderno, cosas del estilo de “asociaciones indias que luchan por su supervivencia, individuos blancos que hacen turismo político y juegan mientras aprenden esos nuevos oficios: cooperante, activista...”



Puede que la causa fuera que allí me topara con algunos viejos conocidos que pretendían expulsarme a causa de mi antigua militancia en un partido político extraparlamentario, ya disuelto. ¡Para morirse! Llegar tan lejos para que me vinieran con ésas.

-No acepto expulsiones como no vengan de la asamblea, plantéalo allí, si te atreves, le dije a la expulsadora, que a partir de entonces se limitó a ponerme mala cara.

Y los compañeros de viaje andaban desaparecidos, había mucho que tomar y se perdían continuamente. El más interesado en estar en el encuentro fue el más ausente de los cuatro.

Las distintas asociaciones indias ponían el acento en sus problemas: las industrias contaminantes, la expulsión de sus territorios, los transgénicos, el tortuoso sistema legal, la deforestación...

Los blancos, sobre todo alemanes y canadienses, incidían en la organización de la marcha de cara a la próxima reunión de Seattle y yo iba de un lado a otro, alucinando bastante y cabreándome algunas veces, sobre todo ante posturas excesivamente rígidas, a mi entender, como el considerar que no se debía hacer una colecta para pagarle a una luchadora india un abogado y que no fuera a dar con sus huesos a la cárcel una vez más, porque no era asunto en el que debíamos involucrarnos, según opinión de los que manejaban el cotarro.


Y me lo argumentaban quienes estaban allí “gratis total” y que luego se harían un viajecito por el país a costa de las organizaciones que habían delegado en ellos. Hay cosas que me indignan, no puedo evitarlo.

Cuando me aburría de tanta palabra, había un sitio para ayudar en la cocina o a la chica que limpiaba, una mujer con las manos deshechas, flaca, vestida con harapos, envejecida... una “intocable” que se asustaba de que la vieran cerca de mi.

Ese tema también era un tema tabú. Una asociación india lo intentó llevar a debate y fue zanjado rápidamente. Nada de localismos, sólo globalización , ojos cerrados a todo lo que no se ciñera extrictamente al tema "OMC", o sea, para mi, nada nuevo bajo el sol.
En mitad de una tormenta, un grupo de bailarines nos obsequió con una danza infernal a un ritmo vertiginoso. Los trabajadores de una fábrica de jabones nos regalaron incienso y los niños de la escuela también nos ofrecieron un presente de músicas y bailes en el teatro de un colegio cercano. Les correspondimos, a los niños, subiendo al escenario y cantando una cancioncilla, la única que todos los de habla hispana conocíamos, de cuyo título prefiero no acordarme.

Pagué mi cuota multiplicada por cuatro, fueron los días más caros del viaje a la India y también fueron los que nunca repetiría si se diera la ocasión.


El mejor recuerdo es el haber dormido al lado de aquellas mujeres, ver como doblaban cuidadosamente su sari cada noche, su aspecto radiante todas las mañanas y su sonrisa a modo de "buenos días", así como la foto que, con su polaroid, me hizo un sij de terrible aspecto una tarde que nos encontramos paseando por los alrededores.

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