martes, 30 de junio de 2009

El Taj Mahal

Temprano, con mi "el", el mismo que me llevó a la estación cuando inicié el viaje a China, que se fue, que volvió, que ahora está aquí y que mañana otra vez dirá que se va, subí hasta la zona del mercado de Agra para pasear esta ciudad puesto que hasta las doce de la mañana no hemos quedado con nuestros compañeros de viaje (otra pareja, un amigo de él y su novia, desconocida para mí entonces, gran amiga hoy).





Estaba un poco embarrado el camino del caótico lugar y costaba un buen esfuerzo el caminar. Cientos de motocicletas aparcadas delante de una estatua de Buda y otros cientos más que van y vienen en un ajetreo que parece un disparate hecho a propósito para no dejarte dar dos pasos tranquila.


Se pone a llover a chuzos, otra vez las lluvias monzónicas, como el año pasado en China (cachis, si ya me lo sabía ¿a que vuelvo a estos sitios en agosto?) y nos refugiamos en la estación de tren desde la que hay una buena vista de la mezquita. Como siempre, pongo nervioso al compañero con mi "¡quiero ir allí!" y, en cuanto la lluvia cesa, por supuesto, me voy allí y él me sigue con el argumento de "a ver que va a hacer una chica sola y, para colmo, con lo mal que se orienta".





Tenemos suerte y encontramos la madraza abierta, en plena clase de Corán, los niños dando cabezazos mientras canturrean, pero me quedo quieta en una esquina y, cuando terminan, ni corta ni perezosa, me dirijo al maestro a preguntarle preguntas, aún con mi penoso, más aún, lamentable inglés, conversamos un poco sobre la comunidad musulmana en Agra.
Me doy por satisfecha, aunque me voy pensando que cosa será la que me atrae a mí de las mezquitas, la razón por la que me siento tan cómoda en ellas, con las pestes que lanzo continuamente sobre las aberraciones que predican sobre la mujer. Algún día lo descubriré, supongo, quizás he sido alguna Aisha o Zoraida en otra vida, a ver si no habré sido la mismísima Fátima y se me ha olvidado.


Ya es la hora y nos vamos hacia el Taj, un cuarto de hora después de lo acordado llegan los otros dos y, por supuesto, antes de entrar, hay que preparar el alma y tienen el morro de sentarse bajo un árbol, a la entrada, a liarse unos petas, con toda la parsimonia del mundo.
Soy de leyes y dicen que "tengo deformación profesional"... ¡una leche! Si al menos consiguiera que se leyeran la Lonely pero me dicen que lo de llevar una guía no va con ellos (me lo dijeron hasta que se enteraron de que en mi Loly venían todos los sitios en los que poder tomar cerveza en la India... ahí me quedé sin mi amiga del alma, aunque me dio lo mismo, me la sabía de memoria).
Tras el ritual (cada quien tiene el suyo) y el mío, está mal que lo diga, fue el acordarme de aquél otro compañero de viajes al que no veo desde hace cuatro años y mirar al cielo y mandarle un guiño... pues... tras el ritual, entramos (previo pago de la entrada, claro)... Diosssss... que ya sabes que nocreoenti...





La Joya estaba ahí y el cielo plagado de nubarrones muy negros, pero el momento fue absolutamente brutal. Ningún banco libre, así que me senté en un escalón y desde allí abracé a todas las niñas y mujeres que he sido, a todos los que me han abrazado, a todos los que no me han visto aunque me tuvieran delante. Abracé a todo lo que conozco y dejé un abrazo fuerte para lo que sea que haya de conocer en el futuro.
Permanecí sentada un buen rato, enmimismada, (ya se que no se dice, pero me da igual, estaba enmimismada) sintiendo, mirando el sentimiento que sentía y haciendo un esfuerzo para fijarlo, para guardarlo, para que jamás se me perdiera.
Cierto que es el lugar más visitado de la India,cierto que a mi no me gustan las aglomeraciones, pero aquello sabía a amor, a amor de libro, a amor del que va más allá de la vida y, ante mis ojos, (y el visor del teleobjetivo) pasaban los humanos y me parecieron hermosos, todos y todo era hermoso.


Después, como si quien caminara no fuera yo, sino alguna otra que me habitaba (con perdón de Gioconda Belli, pero es que me habitaba) hicimos el recorrido por el mausoleo, palacio de mármol. Que cosa tan fría el mármol y que calidez desprende el Taj.


En el paseo comencé a sentirme otra vez, yo, mujer y viajera (o turista, que parece despectivo pero no les niego el derecho a llamármelo) y comencé a fijarme en el fuerte que se veía al otro lado del río y a decir, ahora sólo para mis adentros, "mañana iré allí y veré el Taj desde ese lado".













Volví en mí, poco a poco y volví a echarle un vistazo a mi Loly y encontré en mi Loly una cosa interesante sobre una casa de particulares en la que ofrecían comida a los viajeros.


Como ellos ni llevaban guía ni tenían mucha idea de lo que había en el lugar, se dejaron llevar por mi (esto también me parece que es de alguna canción) y "mi" se aprovechó y les llevó a un lugar en el que estabas como en casa de tu tía, ésa que nunca te hace puñetero caso, hasta que vino el hombre, un gachó resabiado, que tenía todo tipo de negocios, desde joyas hasta agencias de viaje y que, cuando se cansó de intentar ganarnos una comisión en lo que fuera, se fue a por otra parejita (de catalanes... será tonto) que pasaban por allí, por supuesto que la parejita no le hizo ni caso y tras el no comer pero divertirse un rato y pagar poco, que aquí todo es poco para nosotros aunque seamos simples trabajadores, nos fuimos todos a hacernos unas copichuelas y luego a cenar, si, con la parejita de catalanes también.


Normal, todos son catalanes aquí, del sur, pero catalanes, menos yo, que soy de Asturias patria querida. Casi sin terminar la cena perdimos de vista a la parejita, asustados se fueron cuando a su pregunta de dónde estaba el chico que faltaba les contesté que se había ido con un chaval en una motocicleta a buscar algo que tenía pero que temía se le terminara.

sábado, 27 de junio de 2009

Mi amigo el mudo







Tenía yo unos cinco años cuando mis padres se mudaron de casa. Abandonábamos aquella, en la que habíamos vivido los últimos dos años, con el abuelo y retornaba, mi padre, a su pueblo de nacimien
Los muebles cargados en un camión y los tres críos subidos en la caja, toda una aventura, como irse al país más lejano del mundo, descubriendo paisajes nuevos y nuevas formas en las montañas de alrededo
Llegamos a nuestro destino y la casa en la que íbamos a vivir estaba situada en una plaza grande, para mis entendederas de entonces, una plaza ovalada, con el suelo de tierra, rodeada de casitas y de la que salían cuatro caminos en distintas direcciones: hacia el pueblo de abajo, hacia la iglesia, hacia el monte y hacia el río.
Los vecinos vinieron a ayudar, eran aquellos tiempos de montar camas con cabecera y trasera, de montar armarios, con sus correspondientes tornillos, con la puerta con espejo de luna. Había dentro demasiado barullo, no apto para criaturas que no ayudaban en nada y mi madre me mandó salir fuera, a la plaza y cuidar de los dos pequeños.
Me senté en el banco de piedra que había a la puerta, ojeando aquí y allá, también a los críos, que sentados en el suelo cogían puñados de tierra y los lanzaban al aire, dando con certeza en su propia cara o en la del otro.
Al poco rato, asomó por la puerta de enfrente un rapaz de mi edad, más o menos, que empezó a tratar de llamar mi atención con gestos y una especie de alaridos ininteligibles. Me produjo un cierto cabreo el que apenas aterrizada en aquél lugar ya tenía enemigo a la vista y le dije varias veces que me dejara en paz, pero el muy tozudo no cejaba en su empeño y seguía con sus gestos y sus gritos.
Ni corta ni perezosa, di rienda suelta a mi naturaleza pasional y me hice un pequeño paseo por los alrededores en busca de material bélico, cargué la falda de mi vestido con buenas piedras, me volví a colocar en mi puesto de mando y empecé los ejercicios de lanzamiento. No tengo excelente puntería pero di alguna vez en el blanco y el chaval se volvió a meter en su casa.
Pasado un buen rato, creo, que el tiempo en esas edades se mide de manera extraña, bien diferente a las medidas del reloj, cuando ya los muebles estaban montados y se restablecía la normalidad, si es que puede llamarse normalidad a meterse a vivir en una casa que jamás has visto, un chico grande, de quince años o más se me acercó y me dijo:
-¿Por qué has estado apedreando a mi hermano?
- Porque me estaba haciendo burlas, le dije.
- No te hacía burlas, es que no sabe hablar, es mudo, te estaba diciendo que quería ser tu amigo.
-Sí, que sabe hablar, que hacía ruidos muy raros, sabe hablar perfectamente, lo que pasa es que no quiere
-Es que es mudo porque es sordo y no ha aprendido a hablar, a su garganta no le pasa nada, es su oído el que no funciona.
Diablos, aquello era muy difícil para mí, no entendía la razón de que alguien que tiene un problema en el oído se le note en la garganta. Miré a mi hermano Fernando, también tenía mal los oídos, siempre le dolían...Seguí sin entender la cuestión después de la explicación amable del hermano mayor pero mi curiosidad me llevó al día siguiente a acercarme al mudo, quizás para comprobar por mi misma la realidad de lo que me habían contado, que también me sonaba un poco a querer burlarse de una cría pequeña y tonta.
Nos hicimos amigos. El mudo me enseñó a colocar migas de pan para que los tordos se acercaran y así poder cazarlos con el tirachinas, a escalar todos los árboles del entorno, a aprovisionarme gratuitamente de nueces, cerezas, manzanas, ciruelas, a pescar en el río con una bota vieja atada en una cuerda (de ahí tan sólo pillábamos unos peces chiquititos que no servían para comer).
Teníamos nuestro cuartel general bajo las ruedas de un carro. El mudo tenía una habilidad especial con las manos y fabricaba todo tipo de artilugios con unos palos y unas cuerdas. Subíamos al tejado de una casa que estaba en el alto que llevaba a la iglesia prerrománica de San Vicente y desde allí afinábamos nuestra puntería lanzando piedras a todo lo que se movía, incluso a lo que no se movía.
Inseparables, aunque jamás, obvio, cruzamos palabra. Yo nunca manejé con soltura su lenguaje de signos por la sencilla razón de que no me era necesario, nos entendíamos sin más. Allí donde estaba el uno estaba la otra, excepto cuando nos pillaban robando fruta, pues el cabronazo era más rápido que yo en las escapadas.
El mudo fue algo así como mi "capitán" entre los cinco y los siete años. Jamás, en los siguientes pueblos en los que viví y en las bandas en las que me alisté, reconocí a capitán alguno, nunca me tropecé con nadie tan fiable. Era absolutamente genial encontrando el camino más corto y más fácil para llegar a lo alto de un árbol.
Mi amigo el mudo se llamaba...

jueves, 25 de junio de 2009

Lezuza



Llegué a ella, a la danza libre, como dice la canción... como quien llega de nada. Andaba despacio y mal, andaba coja pues había perdido la muleta en la que me apoyaba y buscaba, aquí y allí, muleta nueva en la que apoyarme, ya me había comprado un piano y buscado una profesora que, con paciencia infinita, me iniciaba en el do-re-mi y también un grupo para hacer taichi, gente tranquila y amable con la que hacer de cada lunes un día muy especial.


Fue la gente del taichi la que me animó a ir a mi primer "curso", aquí al lado, en Alborache, venía una profesora de Francia, Chris Muehlebach, divina y, ante lo divino, me rendí.


No podía tampoco dejar de pensar que uno de los primeros libros que me entusiasmaron en la primera juventud fue, precisamente, la biografía de Isadora Duncan, cosas del destino, dije entonces, cosas de la casualidad, digo ahora, cinco años más tarde.


No me perdí ni uno de los cursos de los sábados del profesor de casa y cuando llegó el primer junio y el curso terminaba me animé a hacer el fin de semana en Lezuza.


El nombre me sonaba a vasco pero me equivoqué, Lezuza es un pueblo de Albacete. Una se imagina a Albacete como tierra seca (el coto de caza de Madrid le dicen en algunos tratados de geografía), tierra de navajas, tierra manchega dura... y una se va hacia Lezuza pensando que va a pasar un calor de muerte y que a ver donde va a posar la mirada para volverla verde.


Y cuando llegas a Lezuza, a la Fábrica de luz, te encuentras con que huele a tu tierra, huele a norte, huele a nogales, huele a sauco, reina el verde por doquier y se oye el agua correr por los canales a chorros.


Y allí te dan de comer de maravilla y danzas de la mañana a la noche, con Mozart o con Llach o con lo que el profesor haya dispuesto y aprovechas los descansos para meterte en esa poza de agua helada y sales de ella sintiéndote renovada y te tiendes al sol, con tu libro o con la conversación tranquila de alguien que se siente como tu, persona receptora de un regalo para el cuerpo y para el alma.






Solamente una vez que andaba de viaje no me acuerdo por donde me perdí esos finales, en junio, y esos principios, en septiembre, del grupo de danza libre valenciano en ese paraiso que es la Fábrica de luz de Lezuza.







miércoles, 24 de junio de 2009

Chengdu




Llegamos a Chengdu, capital de la región de Sichuan, a las tres de la tarde, después de 17 horas en el tren. El paisaje a través de la ventanilla era muy diferente al que aparecía camino de Xian. Menos centrales térmicas, menos industria pesada estropeando la tierra. Más cultivo de arroz, bambú, mucho arbolado y unas casas mejor construidas y más cuidadas, más colores y menos contaminación. Todo más abierto. Como, además, viajábamos en “cama Blanda” que es la primera clase de sus trenes, el viaje resultó agradable, nada pesado, aunque durara tantas horas, hemos calculado que la velocidad media del tren debía ser de unos 30 km. por hora.
En alguna estación pudimos comprobar la importancia del ferrocarril en China y sus peculiaridades. De alguna manera se zafan de los controles militares y entran en los vagones por las ventanillas cargados de sacos, cargados como auténticos mulos.
Disponíamos de nuestro propio compartimento y el servicio no llegó a estar excesivamente sucio, todo un lujo si lo comparamos con las anteriores experiencias.
Sorprendente esta ciudad de Chengdu, la mas vital que hemos visto hasta ahora, moderna, con numerosos rascacielos, mucho bullicio en las calles, más ruidosas también y con unos comercios de mucho poderío.
Chengdu fue llamada la ciudad de los hibiscus cuando un emperador, en la época de las cinco dinastías mandó que los plantaran alrededor de la muralla.
Mañana disponemos de todo el día para callejear por aquí, de momento, nos hemos limitado a caminar hasta encontrar un restaurante, en el que hemos comido divinamente, luego, nos tomamos un refresco en una de las terrazas que hay montadas debajo de un cruce de carreteras, de un escalestrix, vaya, es el mejor lugar que hemos encontrado. El tráfico no es excesivo pero impone tanta "infraestructura" y daña la vista.
He conseguido por fin que alguien me respondiera en mi casa, diecisiete días sin saber nada de ellos.


El no bajar a desayunar ya es costumbre en mi y me va mejor, me evito ese bofetón que me suponía el desayuno y mi humor mejora. Desde la ventana del hotel se ve un panorama impresionante de rascacielos y anchas avenidas. Hay ruido, todos los conductores parecen tener afición a tocar el claxon y no se entiende la causa, como no sea por gusto. Es como si hablaran unos con otros a través de los pitidos. En muchas terrazas de los edificios contiguos hay auténticos jardines. No se distinguen bien desde aquí que clase de plantas serán pero embellece un tanto ese verdor sobre los rascacielos.

Después del desayuno de mis compañeros, mochila al hombro y cámaras dispuestas, nos pusimos a caminar sin rumbo esta mañana, pasear por pasear, sin objetivo alguno. Llaman mi atención los semáforos humanos, a saber, un hombre o mujer subido en una especie de banqueta que da el paso o lo quita a coches y bicicletas. Es gracioso ese puesto de trabajo aunque con el calor que hace "el semáforo" en cuestión no debe pensar lo mismo. Quiero saber si realmente es un trabajo remunerado o algún tipo de servicio a la comunidad que estén obligados a hacer, intento averiguarlo pero no consigo nada, hay quien me responde a la pregunta pero no tengo ni idea de si la entendió ni que es lo que me responde, parece que nuestro chino mandarín no sirve en esta zona.


Durante el viaje en tren hemos estado planificando el bajar el monte Emey haciendo la ruta de los monasterios budistas , me he ilusionado con la idea de ver amanecer arriba y vivir la aventura de buscar cobijo en un monasterio durante un par de días así que a pesar del dolor de cabeza he visitado unos grandes almacenes para comprarme unas botas de montaña. Se me antoja un poco menos de ciudad y algo más de naturaleza. Vamos leyendo sobre el Emey Shan y quisiera ya estar allí.
Entre los libros que me he traído están los poemas de Li Bai y Du fu, imprescindible se me hace la visita a la "cabaña", construída en el siglo VIII construida por el poeta. Pero eso será mañana.

domingo, 21 de junio de 2009

Berenguela de Navarra

Se me ocurrió pensar en ella a causa de una cancioncilla que cantábamos de niñas jugando al corro y me puse a indagar sobre su historia, a falta de interés por hacer otra cosa.


Poco he encontrado que se pueda asegurar cierto, como no sea en relación con los personajes importantes que la rodeaban. Cierto es que fue reina de Inglaterra aunque parece ser que nunca pisó esa tierra, cierto también que fue esposa ni más ni menos que de Ricardo Corazón de León.


Su propia suegra, la gran Leonor, vieja y achacosa pero con aquel genio que la hizo protagonista de una gran película, vino a buscarla a Navarra para llevarla al casamiento, se ve que el interés era grande y no tenía intención de dejar que se le perdiera en el trayecto y es que Leonor tuvo una participación en la política de la época tan intensa como le fue permitido.


Hubo de ser una gran aventura para la hija de Sancho el Sabio de Navarra el hacer el viaje hasta Chipre, un viaje largo, acompañada por gentes que a saber si hablarían su idioma, con costumbres diferentes. Tras varios intentos de pillar a Ricardo entre guerra y guerra, fue Chipre el lugar en el que celebrarían los esponsales y dicen que el barco en el que viajaban, Berenguela y alguien más que no sé si es Leonor o si es la princesa Juana, fue apresado y ella fue tomada como rehén, dicen también que Ricardo pagó el rescate y algo más... su coronación como rey de Chipre.


Esto suena a novela pero bien pudiera ser verdad.


Se sabe que el matrimonio tuvo una convivencia breve, en éso si que están de acuerdo todos los que han estudiado el tema y coinciden en las razones: que él estuvo muy ocupado en la Tercera Cruzada y que si tal, que si cual ,que si era homosexual, cosa que, cierta o no, ha dado para más gastar tinta en escribir que lo gastado en contar lo que la reina vivió.


Berenguela, entretanto el rey reinaba, peleaba y daba pié a todo lo que sobre él se ha escrito, vivió en Francia y durante un pequeño tiempo en Palestina, cosa que tampoco es para dejar en el olvido. Hay coincidencia en que nunca volvió a Navarra y tampoco pisó Inglaterra, pequeño detalle por el que, cuentan, aún es recordada allí.


Tampoco sabemos nada sobre su ilustración, quizás no supiera leer ni escribir, que en aquellos tiempos la educación se reservaba en exclusiva a algunos varones, pero... cuántas cosas nos podría haber contado. Si que sabemos que cuando se casó ya no era muy joven, seguramente unos veintinueve años, que en la época era edad bien tardía para el matrimonio. Al parecer desde que se concertó su matrimonio hasta que se celebró hubo mucho trasiego para romper el compromiso previo que Ricardo tenía con Aelis de Francia y que no era del agrado de Leonor y, para colmo, el rey guerrero siempre andaba por esos mundos de dios, espada en ristre.


Le supongo a Berenguela una vida digna de ser contada, seguramente podría dar para tantas novelas o más como se han escrito sobre nuestra Juana, para guiones de películas, pero Berenguela es una de tantas olvidadas de la historia .


Pasé por la facultad de Historia y nunca me hablaron de ella, recuerdo que era una mujer la encargada de la asignatura de Historia Medieval, Berenguela vivió en el siglo XII, pero a pesar de que ese tiempo es aburrido de explicar, monjes y soldados luchando contra el moro, reyes de pequeños reinos queriendo ensanchar sus posesiones y poco más, que no están Napoleon ni Lenin, ni la revuelta del té.... o esos asuntillos que en otras fases dan tanto juego al "enseñante", pues con todo y con éso, a la buena mujer no se le ocurrió adornar el curso contándonos algo sobre la historia de Berenguela, hubiera sido para mi mucho más ilustrativo el conocer que a pesar de haber vivido una vida tan interesante no sabemos a ciencia cierta algo tan simple como si realmente era la flor hermosa que Leonor buscaba para conseguir alejar a Ricardo de su inclinación por los muchachos.




Para quien desee información exhaustiva al respecto, recomiendo la página http://berengueladenavarra.blogspot.com/ de D. Manuel Sagastibelza.



miércoles, 17 de junio de 2009

Ulises





No le puse yo el nombre que ya era Ulises cuando nos conocimos.


Nos presentó el dueño de la cuadra por la que me paseaba aquel otoño buscando alguna isla en la que apaciguar mi espíritu y, en cuanto lo vi, me agradó la tranquilidad con la que se movía aquel caballo castaño.


El hombre me preguntó si quería comprarlo, al fin y al cabo me pasaba el día en la cuadra, dando de comer y cepillando a los caballos de los demás.


No me había planteado la cuestión, los caballos no me daban miedo, me gustaba estar cerca de ellos, pero nunca había montado uno.


-Prueba, me dijo, ya verás que buen caballo.


-Pero si no tiene silla, le dije yo.


No hizo falta silla, me encaramé en una piedra, me subí, me agarré a sus crines y nos dimos un paseo.


Un animal tranquilo que se dejaba limpiar los cascos por una principiante, que tenía un pelo castaño precioso que desprendía calor de amigo.


Fue un buen compañero durante un tiempo y me enseñó a conocerme mejor en algunos aspectos. El supo de mis debilidades antes que yo. Captaba mis miedos antes de que yo los sintiera. Ulises me ilustró sobre la trampa del mimetizarse con los mundos y los espacios de los demás cuando pierdes por completo la noción de lo propio. Me informó de lo necesario que es el protegerse y el tomar las decisiones que te convienen sople el viento por donde sople.


Hasta un caballo tan dócil como él, que sirvió durante años de caballo auto-escuela, que podía ser montado por cualquiera, se me resistía, a mi, que era su dueña, que le cuidaba. Sólo yo tenía que llevar la fusta en la mano para que el caballo se moviera, percibía mi incapacidad para imponer mis deseos y, aún así, con fusta y todo, caminaba renqueando de una pata. Aquello le funcionaba. Me hacía creer que estaba lesionado y me bajaba inmediatamente. Conseguí una gran agilidad en montar y desmontar del caballo. Llamaba al veterinario y no le encontraba problema alguno. Aprende a mandar, me decían los demás "caballeros" de aquella cuadra, aprende a mandar o terminarás tu por caminar con el caballo a cuestas.


Cambió el viento en la primavera, soplaba con intensidad, traía lluvia y granizo. Se me convirtió en una pesadilla el tener que ir a la cuadra, añoraba la compañía de Ulises pero el temporal no me permitía ir a cuidarlo.


Alguien me comentó que un niño necesitaba un caballo para que le ayudara a mejorar en un problema de salud y tomé la decisión de prescindir del maestro Ulises y llevarlo con el chavalín a hacer un trabajo más alegre que enseñarle a una señora que no se puede ir por la vida sin fusta en la mano.


He ido a visitarlo, en su nueva cuadra, con sus nuevos dueños. Abrazarlo consuela hasta de las penas mas escondidas.


Tuvimos que despedirnos y ahora ha dejado de ser mi caballo, al que cepillo y paseo, para pasar a ser el sueño que tuve un día y que si no fuera porque quedan de aquellos tiempos algunas fotos cualquiera sería capaz de convencerme que soñé con la aventura de tener un caballo.


Y tenía que llamarse Ulises para recordarme quien soy, para animarme a seguir buscando, cambiando, comenzando, para rechazar el ser la Penélope que se queda quieta.


No es cosa del soñar, no, Ulises existió en mi vida.


Un día tuve un caballo.

jueves, 11 de junio de 2009

Xian

Ya estamos instalados en Xian. El viaje en tren, en ultimísima clase ha resultado durillo, casi siete horas en un tren sucio y maloliente, atiborrado de gente haciendo marranerías. Increíblemente impúdicos, como si estuvieran solos entre la multitud, nadie se sorprende de los escupitajos que te caen por todas partes, ni de ver al vecino lavándose, con ese trapo que todos llevan encima, delante de tus narices. Estar en el tren parece lo mismo que estar en el lavabo de tu casa.
Montones de gente que empuja, que escupe, que te mira fijamente. Nadie te sonríe. Yo también miro, menos fijamente y no encuentro respuesta agradable en ninguna mirada por más que me esfuerzo en dibujarme la mejor sonrisa. Debe ser verdad eso que dicen que para los chinos somos el demonio blanco.
El paisaje, tras la ventanilla abierta era desolador: pobreza miserable, poblados inmundos, centrales térmicas a puñados tiñendo la tierra de un color negruzco y de humo, horribles fábricas semiderruidas que parecen estar diciendo "quisimos ser grandes pero no llegamos".



De vez en cuando, inmensos campos de maíz, pequeñas parcelas de verduras y hortalizas. Por hermosa que sea la tierra siempre habrá hombres capaces de destrozarla.
No he bajado a desayunar esta mañana, son divinos los colorines que tienen los alimentos pero yo no puedo con ellos así que me he regalado un montón de tazas del té que siempre ponen en el termo en la habitación y he fumado cuanto me ha dado la gana aprovechando la salida del compañero. Esto ha sido empezar bien el día y despedirse como toca de Luoyang.
Hay cosas que me resultan incomprensibles: los chinos se pasan el día tomando té y, sin embargo, no lo ponen para desayunar. Como líquido, te ofrecen unas sopas de arroz o sémola que no saben a nada, por decir algo. Me molesta el olor de los alimentos de la primera comida del día.
La llegada a Xian ha sido terrible. Al salir de la estación nos esperaba el ataque de la jauría de taxistas intentando darte el bocado. Habíamos dedicado un tiempo largo a averiguar que tipo de transporte público nos podría acercar a la zona de los hoteles pero tanta gente rodeándonos nos hacía imposible ver lo que había detrás de la explanada, así que optamos por tomar un taxi, el cansancio no nos permitía hacer otra cosa.
Nuestra amiga "La Loli" (como yo le llamo a la Lonely Planet) está funcionando muy bien, nos dejamos aconsejar por ella y nos vamos al hotel recomendado para nuestro bolsillo que, nuevamente, está de categoría , en una céntrica calle muy comercial, similar a cualquier ciudad europea por el tipo de establecimientos y con muchos, muchísimos bares de copas y gente que te asalta por la calle... para practicar el inglés.... es lo que dicen a mis hombres y ellos se lo creen. No me extraña, las aprendices de inglés parecen modelos.
Esto es un mercado. Todo se compra y se vende y ese practicar inglés es un buen reclamo para la venta, aunque me huelo que los compadres aún no han caído en que cosa es la que las preciosidades éstas les quieren vender pero yo me fijo en como me miran y lo adivino enseguida.


Xian es una zona fértil y llana a la que vienen a parar muchos rios cuyos nombres soy incapaz de retener, pero la contaminación en ella es alarmante, por el sur la cierran las montañas de Qinling. Esta ciudad actual fue reconstruida durante la dinastía Ming sobre otra más antigua llamada Chang´an en la que el fundador de la dinastia Han ( Liu Bang) estableció la capital de su imperio.
Xian, me han dicho que significa algo así como "paz occidental" interpreto que se refiere a su propio occidente. Para los chinos los puntos cardinales no son cuatro sino cinco, que también cuentan como punto el centro, una curiosidad que, a mi modo de ver, dice mucho de su diferente manera de entender el mundo.Y el centro es China, el centro del mundo. Es la capital de la provincia de Shanxi, bien al Este en el final de la ruta de la seda.
Puesto que cerca de la ciudad se encontraron los guerreros de terracota del emperador Qin Shi Huang es un punto obligado de visita para el viajero.
Veremos mañana lo que nos depara el nuevo día con la luz natural.
Ya es mañana.....En el desayuno se veían bastantes rostros pálidos. muchos más que hasta ahora. En cuanto a la gente del país, sus rasgos son totalmente diferentes a los de los habitantes de Luoyang y también distintos a los pekineses. Son altos y de rasgos afilados. Las mujeres más bellas aún si cabe, altísimas y sus cuerpos a mi me parecen perfectos aunque los caballeros dicen que les falta un poco de volumen por no sé donde. La primera faena del día, que viajar es trabajar también, es darse un paseo hasta la estación de tren par tratar de conseguir un billete a Chengdu para el día 15 por la noche. Intento fallido porque sólo se pueden reservar de un día para otro. Las gotas de sudor me caen por la espalda. Luego, un paseo en autobús para buscar una oficina de turismo en la que conseguir los dichosos billetes. Yo creo que nos agobiamos mucho con el tema, todas las guias avisan de lo difícil que es salir de una ciudad en China y nos lo hemos creído a pies juntillas.
El autobús nos deja lejos de la oficina en cuestión y caminamos a todo trapo, atravesando mercadillos, sin respirar, sin mirar, para encontrarnos con que allí tampoco reservan.
Se me ocurre , se me antoja, y mis compañeros me dan el capricho de un café y entramos en un hotel de lujo en el que no faltan las bebidas para los occidentales pastosos, no es un buen café pero me ha sabido a gloria. Un café y hasta tres pues la lluvia intensa nos deja atrapados un buen rato.
Charlamos sobre si no será excesiva tanta preocupación por los billetes de salida, que en mi opinión nos consume mucha energía pero me quedo en minoría, vamos, sola, gana la prudencia del tener en la mano el billete para salir de la ciudad el primer día que llegas a ella. No importa, disfruto el momento de tomar algo parecido a mi café mientras contemplo la lluvia torrencial limpiar las calles tras la cristalera de este hotelazo.
Muchas tiendas de jade (o lo que sea) hasta ahora no habíamos visto apenas, miles de piezas en cada establecimiento de estas anchas y modernas avenidas que recorremos de vuelta a la habitación.El viernes..... nuestro segundo viernes en tierras chinas...
Continúa lloviendo. La primera labor del día vuelve a ser el paseo a la estación a por el billete que hoy seguro que ya se puede conseguir. Sigue lloviendo a chuzos, hoy, bastante más que ayer.
La excursión para ver las terracotas puede quedar bastante deslucida porque esto no tiene pinta de querer parar y tampoco está el lugar tan lejos como para que el tiempo sea allí diferente.
Tengo ganas de poder llamar a mi casa y que alguien me conteste al otro lado del hilo. El fantasma me persigue también por toda la China vista y me da rabia ¿por qué viene si yo no le llamo? La ilusión que puse en este viaje se va desvaneciendo al no conseguir escaparme de mi propia realidad . Aprendiz de nada es esa mujer que se refleja en el espejo.
Billetes en mano nos vamos bajo la intensa lluvia a las excavaciones de terracota, comemos en un restaurante musulmán al que nos llevó el taxista con el que voy conversando, sentada a su lado, alucinando de mi capacidad de entender su idioma aunque él no entiende tan bien mis respuestas y visitamos después al museo de Bam-po, una especie de museo etnográfico con un poquito de todo, desde las culturas establecidas en la zona hace medio millón de años. Me ha enamorado un poco más el museo que las terracotas, si ya sé soy rara.
Todo bajo una intensa lluvia pero, aún así, ha resultado agradable la excursión. Me he comprado una capa para el agua, de color azul, por 25 yuanes.
Estaba prohibido hacer fotos en la excavación, un fotografo oficial te hacía una a la entrada, con los guerreros al fondo, pero no apetecía hacer lo mismo que en la entrada del zoo de Madrid, todo el mundo iba tirando de cámara de aquí para allá y me decidí a hacer lo propio pero... se me olvidó quitar el flash y en un segundo cuatro militares se me echaron encima y me dejaron sin carrete, suerte la mia.


Los billetes de tren están comprados para salir mañana a las 10.30 de la noche, hacia Chengdu, en cama blanda, con lo que disponemos de todo el día aquí para tratar de ver algo de la ciudad si deja de llover.
Económicamente el viaje está saliendo muy apañadito, se lleva la contabilidad a la perfección, todos cuidamos de la bolsa de todos y el ambiente es distendido en el grupo, hay tranquilidad aunque aún no he conseguido dejar de sentirme molesta cuando surge el chiste de que soy tan española que llevo una eñe en el apellido.. estos catalanes no perdonan una. Ser asturiana que para mi es tan identificativo (¿se puede decir?) . Paciencia y... puxa asturies, borracha y dinamitera.
Esta China de Xian, de ciudad turística, no es la china que yo esperaba encontrar, todo es parecido a cualquier otro sitio, con un poco más de caos circulatorio y personas con los ojos rasgados. Quizás más hacia el Sur encontremos algo un poco diferente, mas sugerente, más inesperado. Demasiada novela que me diría mi madre.
Me cansan las comidas, mi estómago está cansado de estos sabores, pero es alucinante cuanta variedad de platos son capaces de hacer con los mismos ingredientes.
En los terracota nos encontramos de nuevo con los franceses que vimos en Luoyang y que se hospedan en nuestro hotel. Llevan un niño de unos diez años y una niñita china de dos o tres, todavía en carrito. Viajan como nosotros, por su cuenta. Tiene mucho mérito por su parte, no es nada fácil moverse por aquí. Nos han comentado que la niña es adoptada, claro, y que están teniendo serios problemas con la policía que les pide los papeles demasiadas veces.
Hubo tiempo hoy para comprar unas pinturas y música, una pequeña pieza de jade, una tela de seda, los precios han subido un poco pero aquí hay mucha más variedad de productos que apetecen, la mochila pesará más.
Me apena que el paseo no esté resultando tan estimulante para los sentidos como pensé. Tenía la intuición de poder llenar el cuaderno con mis historias, reales o imaginarias, pero nada sucede y nada se me ocurre. Lo más fuera de lo normal en nuestros días por aquí está resultando ser el follón de los billetes de tren y el sabor de las comidas.
El sábado....
Ultimo día en Xian, abandonado ya el hotel, dado que nuestro tren no sale hasta la noche, dedicamos el día a pasear.
La gran pagoda y la gran mezquita han sido nuestros objetivos. Ambas elecciones han resultado un acierto. Con encanto y tranquilidad en sus jardines.






Utilizamos transporte público para llegar a la gran pagoda, barato y divertido, un autobús articulado, conducido, una vez más, por una mujer, cosa que a mis compañeros les resulta insólita y a mi también. Parece que hace falta ser muy fuerte para mover este trasto que no lleva dirección "asistida".
Para ir a la mezquita fuimos paseando atravesando el barrio musulmán, alucinante, plagado de puestecillos de comida, está claro que los chinos no cocinan en su casa, todo el mundo come fuera.
En el barrio musulmán, por fin, se abre ante mis ojos el primer paisaje urbano en el que siento que podría instalarme por un tiempo. La decoración de las ventanas, con sus cortinillas, sus macetas con flores, las mujeres parloteando en corrillos a las puertas de las casas, los hombres paseando tranquilos con ese gorrito que quiere decir que practican la religión de Mahoma. Me siento parte de este lugar. La mezquita está rodeada de unos jardines bien cuidados por los que podemos movernos a nuestro antojo y la tarde, en su conjunto, ha resultado el momento más agradable hasta ahora.
Y me considero bien pagada por la visión de este barrio, cosa curiosa que haya tenido que ser el barrio musulmán el primer lugar en el que se me alegra el alma.


viernes, 5 de junio de 2009

La extraña




No la vimos llegar, nadie se percató del momento en el que aquella mujer se sentó en la mesa de al lado. Hablábamos a gritos, quitándonos la palabra unos a otros, cada vez elevando la voz un poco más.


No se trataba de ninguna conversación trascendental pero parecía que se nos iba la vida en llevar la razón. Se quedaron vacíos los vasos y los paquetes de tabaco ya estaban todos arrugados, sin nada en su interior así que se hizo imprescindible el centrar la atención en el exterior de la burbuja que habíamos creado, buscar la máquina de los cigarrillos y hacerle una señal al camarero para que sirviera otra ronda.


Fue entonces cuando me di cuenta de su presencia extraña en aquel lugar y a aquella hora. Vestida de negro con un traje que parecía recién estrenado pero que debía haber sido cosido hacía ya casi un siglo y que me recordaba a alguno lucido por la mismísima Ava en una película antigua.


En la solapa relucía un broche grande que representaba un ramo con dos tulipanes azules. La piel muy blanca y el cabello gris sujetado en un moño sobre la nuca, un aspecto pulcro, como de haberse preparado a conciencia para sentarse allí y posar para que la pintaran.


No sabría decir su edad, podría tenerlas todas, según desde que ángulo la miraras. Estaba leyendo un libro que llevaba las tapas forradas con una hoja de algún periódico que yo no reconocía. Debió de percibir mi mirada y me miró a su vez con unos ojos tan grandes como creo no haber visto nunca en directo, sonrió y me hizo un gesto, inclinando un poco la cabeza a un lado que yo traduje inmediatamente como un “hola”.

Le devolví la sonrisa y el saludo y me levanté a comprar más cigarrillos. Me abrí paso entre la gente y rebusqué las monedas mientras pensaba que eran casi las dos de la mañana, una hora extraña para que una mujer tan mayor estuviera en un bar leyendo, probablemente sería extranjera y andaría de viaje. Sería una de esas mujeres que aprendieron el arte de viajar hace ya mucho tiempo.

Mi natural curioso quería saciarse y me acerqué a ella pensando en que cosa decir para entablar conversación. Bueno, pensé, lo primero es decirle “hola” con palabras además de con el gesto y ver que es lo que sucede. Así que, al volver a pasar a su lado, le sonreí y le dije ¡hola!

Se movió como para hacerme sitio en su mesa y me contestó ¿Cómo te va? Y dijo mi nombre alto y claro.
Atónita empecé a repasar a toda velocidad las imágenes archivadas pero no encontraba la suya.
-¿No me recuerdas?
Me pareció que se burlaba, bien podía ser que hubiera oído mencionar mi nombre mientras hablábamos a voces y le gustase gastar bromas.
-Parece que tu memoria ya no es tan buena como antes, andas muy lejos de tu casa, no imaginaba encontrarte por aquí.
Bueno, pensé, ésta sabe que no soy de aquí o se lo imagina.

Que mujer tan extraña, parece sacada de otro tiempo, pero me resulta agradable. Me sentaré con ella y trataré de descifrar el enigma, ya me tiene intrigada con sólo un par de miradas y dos frases. Me acomodo, enciendo un cigarrillo y le digo:

-En mi memoria se van borrando datos para que puedan entrar otros nuevos y, ciertamente, se borran más que los que entran, así que bien podrías decirme donde nos hemos visto antes, que me tienes en vilo.

Soltó una carcajada, se estaba divirtiendo a mi costa.
Normalmente este tipo de cosas me solían suceder al revés, siempre era yo quien identificaba al otro y le tenía que recordar quien era.
-Mujer, que pronto olvidas tus sueños. Anoche mismo me hiciste y hoy ya me has olvidado. Soy María, esa mujer solitaria que inventaste para ocupar tu tiempo.
-¡Maria! Pero estás cambiada, yo te inventé más joven y no te puse unos ojos tan grandes, ni te vestí de esa forma tan pasada de moda, tampoco te figuré como una mujer que sale por la noche a sentarse en una taberna. Te imaginé una mujer reposada que duerme a estas horas y que lee en un sillón en su casa.

Cerró el libro y me miró fijamente, movió las manos de dedos largos y huesudos, manos de mujer que ya ha cumplido los ochenta, un poco temblorosas y las puso sobre las mías.

-Pero yo no quiero vestirme con esos vestidos de colores que, lamento decirte, también están pasados de moda, no quiero tener cuarenta años y vivir en los noventa, prefiero tener ochenta y vivir en los cuarenta. Me siento más cómoda. Así que o te acomodas a mis preferencias o te quedas sin invento.

Increíble, el sueño se me rebelaba. Una mujer que en los cuarenta tiene ochenta ha nacido en 1860, me queda muy lejos esa época en la que en los Estados Unidos es elegido Presidente Abraham Lincoln y por las Españas andaba el General Prim.
Como si me leyera el pensamiento me replica rápida:

-Pues esfuérzate un poco, puede que te resulte interesante salirte de tu tiempo y tener muy presente que cuando yo muero, tú naces, querida, que fui mujer longeva y llegué hasta los noventa y cinco años, dos meses y cuatro días.

Me quedo pensativa, a esta mujer, desde luego, le gusta jugar, parece que pretende decirme el día en que nació obligándome a contar hacia atrás desde el 18 de marzo de 1955, contar noventa y cinco años, dos meses y cuatro días. Podré aproximarme pero habré de prestar atención a los años bisiestos.

Oigo que me llaman, mis acompañantes esperan los cigarrillos que había ido a buscar y no entienden que es lo que hago sentada en la mesa de al lado hablando sola.

martes, 2 de junio de 2009

Leonor de Arborea








Aparco durante un ratito el diario del “viaje mochilero por China en el 98”, ya seguiremos con la etapa de Xian en otro momento, para contar algo sobre ese personaje que tanto ha llamado mi atención en el paseo por Cerdeña (algo me une a las mujeres del XIII-XIV, me persiguen o las persigo): Leonor de Arborea, nacida alrededor de 1347, no se sabe con certeza, año arriba o año abajo, dicen que en Molins de Rei, muerta en 1404 en Oristano (Cerdeña), de malaria . Heroína en Cerdeña, desconocida en España, al menos, poco nombrada.


Por aquel tiempo, Cerdeña, se dividía en cuatro giudicati, regiones autónomas (Logudoro, Gallera, Arborea y Calaris), cada giudicati comprendía a su vez varios “curatiore” y cada uno de estos curatiore estaba compuesto por varias villas.


El Guidicati se gobernaba por reyes o Giudici (jueces), elegidos por un parlamento, este parlamento, conocido con el nombre de Corona de Logu se formaba mediante la elección efectuada periódicamente por los hombre libres de cada “curatiore”. Visto esto, parece que nuestra “democracia” no es tan moderna.
Pues bien. Leonor era hija de Mariano IV de Arborea, elegido giudice en 1346 y Arborea era, por entonces, la única parte independiente de la isla.

Hubo una especie de alzamiento tipo republicano en 1383, muerto el padre de Leonor, contra su hermano, que fue el sucesor (la historia de Europa, en esta época es más compleja que algunos romances de los programas del corazón de hoy). Ahí, en el alzamiento, Leonor pone en juego sus dotes para la guerra, derrota a los rebeldes y se convierte en reina regente o Jueza de Arborea.


Claro, si tenía hijos, que una suele ser regente de sus vástagos, se supone que estaba casada y, sí, lo estaba, casada por su padre con un tal Brancaleone Doria, genovés y noble, boda apañada para fortalecer las alianzas locales.


El tal Brancaleone parece ser que no le fue fiel ni en lo privado ni en lo público, se le conocen hijos con alguna otra y, mientras Leonor aplastaba la rebelión interna, el buen marido estaba con el aragonés en las españas, para recibir una medalla, pero le salió mal y le apresaron. Encerradito estuvo mientras ella hacía historia.

Firmada la paz con el aragonés, esta señora de la que nada nos han contado quienes nos cuentan la historia, se dedicó a la elaboración de uno de los primeros códigos civiles que conocemos, la “Carta de Logu”, leyes obligatorias desde 1395 y que estuvieron en vigor, con pequeñas modificaciones, hasta prácticamente la unificación italiana en 1861.


Y ahí me han dado, que el tema me es cercano. Va y resulta que en ese cuerpo legal se protegía el derecho de propiedad de las mujeres ¡¡ en el siglo XIV!! . Señor, cuando aquí, en la época de mi madre, las mujeres no podían ni trabajar si se casaban.


Toda la carta tiene un sesgo liberal y demócrata que aún no hemos conseguido en algunos puntos, como el que la mayor parte de los delitos era castigado con penas de multa (hay otra gran mujer que trabajó mucho y duro por la abolición de las prisiones, pero ése será otro cantar), se reconoce el derecho del pueblo sardo a la libertad, la separación de bienes en el matrimonio y el derecho de la mujer a la nulidad del mismo en caso de malos tratos… casi nada.


Tanto estudiar las famosas Partidas del nuestro rey Alfonso a las que no les quito el mérito, por supuesto, pero ¿por qué nadie me habló nunca de La Carta de Logu?


Pues por si con eso no tuviera bastante, Leonor era aficionada a la ornitología y también promulgó algunas leyes para la protección de los halcones, dicen que gustaba de mirarlos cada tarde. Los ornitólogos han sido un poco más agradecidos que los historiadores o los leguleyos y le han puesto su nombre a un halcón: falco eleonorae.


En fin, una mujer, en tiempos aún más difíciles que éstos para la mujer, que se procuró ilustración y que ante la mala sombra que tenía su vida en lo que se supone que había (y aún se supone demasiadas veces que ha de ser la vida de una mujer, marido, hijos, familia, coser y cantar), tomó las armas, luchó contra el invasor y se la jugó jugando a ser guerrera, unificadora de su nación, jurista y ornitóloga.


Dicen que, además, era muy bella y si le fue mal en amores me atrevería a jurar que también era inteligente y sensible.


Una reina sarda (que bonito suena) que miraba volar a los halcones cada tarde, quizás pensando donde andaría el Brancaleone de marras, puede que llorando, pero que consiguió ensimismarse y posar su vista, su emoción y su idea en el halcón que estaba siendo exterminado y la mujer se puso a la faena de dictar leyes para proteger su anidación.


Me quedan cosas en el tintero, claro, pero prefiero hacerlo ya y hacerlo así, que si dejo pasar tiempo por hacerlo mejor, me temo que alguna otra cosa me venga a la cabeza.