viernes, 25 de septiembre de 2009

El tren Chengdu-Kunming

Al volver a Chengdu, los billetes, en cama blanda, que dejamos pagados en nuestro anterior paso por aquí, como era previsible, no estaban. Mi impresión es que pensaron que no volveríamos (y casi aciertan). Anoche dijeron que esperáramos a la mañana y ya es la mañana, faltan un par de horas para que salga el tren y vamos perdidos de una planta del hotel a otra persiguiendo a no se quien que no aparece.
La liamos parda, nos entendieron muy bien a la hora de cobrarnos pero ahora nadie sabe lo que reclamamos. En la recepción tratan de hacerse los suecos aunque salta a la vista que son chinos. Nos ponen al teléfono con alguien que ni en inglés nos entiende pero sí le entendemos que no están los billetes y que tratarán de solucionarlo... nos suben en un par de taxis y vamos todos detrás de una parejita que sólo habla chino hasta la estación. Precisamente los dejamos reservados porque era imposible conseguirlos en el día.

En la espera, en la explanada ante el edificio de la estación, a mi compañero le ponen una multa de 5 yuanes por tirar la colilla al suelo, en medio de la calle y en un lugar lleno de todo tipo de porquerías, aparte de las colillas y todo el público fumando. Entendimos al policía perfectamente lo que me deja bien clarito que, cuando ellos quieren, la comunicación es fluida.
Nos rodearon como si de un circo se tratara. Nuestro público tira al suelo las colillas y el policía, o lo que sea, a ellos no les multa, nos hacen un corro y hablan y ríen a carcajadas. No hace falta saber idiomas para entender lo que sucede.
En fin, como de esperar los billetes se trata y estamos en medio de un buen montón de gente, se me ocurre montar mi teatrillo particular y les cuento un cuento en voz bien alta, del que ellos tampoco entienden nada, por supuesto, y me paseo luego entre el corrillo y con voz más susurrante voy señalándoles que si la camisa, que si los pies, que si las orejas y diciendo cosas sin sentido pero ellos no lo saben. Se cierran sus bocas y se abren sus ojos, ya sólo me faltaba ponerme a cantar y luego pasar la gorra, pero mis mosqueteros me sacan de allí por las bravas, rápido, que perdemos el tren. (Ya está esta mujer haciendo cosas raras y provocando).

Hemos conseguido los billetes, pero “en cama dura” y ya se verá si luego queda algo libre, total, el viajecito solamente es de casi dos días.

Cada uno vamos en un vagón distinto, aunque se pasan a verme de vez en cuando mis queridos cuidadores. Un par de días aquí, con estas tres comiendo pipas enfrente y mirando de esa forma que miran pueden resultar terribles o muy interesantes.
Las tres mujeres que tengo enfrente parecen abuela, madre e hija, las tres son guapas, comen, se lavan, duermen, vuelven a comer. La que parece la madre, también está leyendo y muestra interés por saber que libro me traigo entre manos, forrado con papel de periódico: es la entrevista a Jiang Quing "la emperatriz roja" de Françoise D´Eaubonne y no se lo pienso decir ni de broma.
En un tren chino, desde Chengdu a Kunming, me acuerdo de que llevo conmigo esta pluma, regalo del compañero de los preciosos viajes en moto, con sus últimos cartuchos. Paisaje en verde, como el de mi tierra pero visto con lentes de aumento.
Nada me sorprende como no sea el descaro de esta gente, su forma de hacer, como si estuvieran solos. El compañero fogoso debería cambiarme el sitio, la mujer de enfrente tiene unas piernas preciosas a pesar de que ya tiene sus añitos y la más joven es una auténtica porcelana.
Me miran con todo descaro pero no estoy dispuesta a cortarme, digan lo que digan mis tres mosqueteros, que me han pedido que sea buena y discreta.
Se me da muy bien imitar miradas, a una inquisidora, respondo con otra igual. Hasta me parece que el juego les gusta, ya han venido dos a meter sus narices en mis papeles y decir cosas sobre mis letras. Y aprovechan a tocar, con disimulo, pero tocan. He puesto cara de asombro cuando el hombre de la camisa blanca puso su mano en mi cuello y la mujer de enfrente se ha encarado con él. (Gracias, buena mujer, estaba a punto de darle un sopapo).
Extraño tener cerca algún amigo de mi edad y aficiones. Alguien que no se mosqueara cuando me da el puntazo de hacer el cabra. Hay un exceso de "corrección" para mi gusto que por momentos me lleva al aburrimiento, pero posiblemente sean ellos los que acierten, aunque sigo sin entender que no quieran salir de noche, ni entrar en el bar que elijo, todos les parecen "raros".
Escasa de palabras ando estos días y se me quejan pero sigo callada, si hablo puede ser bastante peor, no se me ocurren más que malas ideas.

Concentrada en contar los largos túneles que vamos pasando, ya llevo dieciséis, la vía atraviesa unas estribaciones del Himalaya, según mis cuentas estamos aproximadamente a unos 2.000 metros de altitud, en el paralelo 24.
Entre los poquitos claros que quedan entre tanto túnel (¿cuántos chinos habrán muerto construyéndolos?), un alucinante paisaje de valles y montañas, ríos, cascadas, poblados con casas de adobe y techados con tejas negras humeantes. No tienen chimenea y el humo se escapa por todas las rendijas del techo.
Personajes peculiares de otras razas, tocados con unos sombreros de colores y gruesas trenzas alrededor, de piel más oscura y ojos más redondos. Trabajan la tierra o caminan cargados con sus cestos y aperos. Los cultivos predominantes siguen siendo el maíz y el arroz pero me pareció ver alguna pequeña plantación de tabaco y entre el maíz, de vez en cuando algún girasol. La vegetación, más escasa por la altitud, ya tiene por aquí mucho eucalipto.


Este largo viaje en tren se percibe ahora mismo como uno de esos momentos irrepetibles de la vida, tengo la fuerte impresión de que podría yo también quedarme en cualquiera de estos valles en los que parece que el tiempo se ha detenido y permanecer aquí, quieta, sin contar el tiempo.
A media noche, cuando ya he conseguido dormirme, unas azafatas, tenientes, sargentos o lo que sean estas mujeres vestidas con uniformes militares de colores según el cargo (los trenes están militarizados y el personal de mando es siempre femenino), nos despiertan y nos conducen a nuestro bien pagado (dos veces) departamento de "cama blanda".
Aún queda un día más de viaje, con su noche y aunque he disfrutado lo mío provocando con mis guiños y mis posturas extrañas a los viajeros de al lado, cantando con la niña “El mió Xuan miróme” y comprobando cual de las dos llegaba mejor con el dedo gordo del pie a la oreja, mejor será pasar el resto del tiempo con los de casa, o me bajaré en la estación que no toca.

viernes, 18 de septiembre de 2009

El teatro. Los emigrados


Era la primera vez que iba al teatro, al teatro en directo, al de verdad, no al de "en blanco y negro" como en la tele. Imposible no apasionarse, como dice el folleto, la obra no necesita comentarios, los actores tampoco.
El precio de la entrada era prohibitivo para una muchacha que trabajaba en una fábrica y que tenía que entregar el sueldo en casa, pero aquel año, después de un larguísimo esfuerzo haciendo el bachillerato nocturno, había conseguido su meta de llegar a la Universidad y aprobado todo el curso y el chico que la acompañaba en las escasas tardes libres decidió invitarla. Era su regalo para celebrar la nueva etapa recién comenzada.
En una cajita en la que guardo retales de las cosas importantes está, amarillento por el paso de los años, el tríptico que repartían a la entrada, ha hecho conmigo muchas mudanzas, tantas como once, me ha acompañado en mi particular emigración por la geografía y la vida.
Estábamos sentados en la fila cuarta y podía percibir perfectamente los gestos, la respiración de los actores. Me transmitían su angustia hasta hacerme temblar. Le comuniqué al amigo que tenía la impresión de que "EL OTRO" (José María Rodero) se estaba poniendo enfermo y el amigo me contestó: "es un gran actor, mujer, está interpretando".
Al salir del teatro, sin tan siquiera sentir el suelo bajo los pies, vimos una ambulancia, Rodero había sufrido una crisis, aguantó hasta el final de la representación pero tenían que llevarlo al hospital con urgencia.

Creo que aquella tarde significó el punto de partida de mi amor por el teatro y también el comienzo del desamor por el muchacho que me invitó pues quedé prendada de los ojos y la voz de José María Rodero.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Leshan


Amanece nuevamente un día gris en Bao Guo. Sigue diluviando y debemos volver a Chengdú, pero no sabemos el como ni el cuando. Fiel a mi rutina, he perdonado el desayuno de sabores amargos y espero a que vuelvan los chicos, arañándole minutos de soledad al día por donde puedo.
Mi propuesta para hoy sería leer y jugar a las cartas. Creo que he pillado un poco de resfriado yo también, resfriado en el alma, con estornudos de ¡¡dejadme sola!!. Necesito hacerme compañía durante un rato para reponer fuerzas y poder continuar acomodándome gustosa en la compañía de los otros.
Cargar el mochilón y volver a subir a uno de esos vehículos en los que tienes que ir de lado, conducidos por auténticos locos de la carretera de montaña, en una de las camionetas que siguen haciendo su ruta, sin parar y sin dejar de hacer roncar el claxon, no apetece especialmente. Y la lluvia que no cesa, como el rayo del poeta.

Nos animamos a media mañana a dejar el hospedaje en medio del bosque y subimos a un autobús que nos lleva a Leshan para ver al Gran Buda: enorme, tremendo, increíblemente alto, tanto como la Torre de Pisa (eso dicen los libros, no lo sé, no he estado en Pisa). Rodeado de jardines y con vistas sobre los tres ríos que aquí confluyen y que parecen un mar. Verdes y rojos dominan el paisaje.
Me escabullo de la compañía, mientras ellos buscan el encuadre ideal para enfocar al Gran Buda Maitreya (sentado en una silla y con las manos apoyadas en las rodillas).
Dicen que fue construido durante más de setenta años, para aplacar la furia de las aguas y que se las consiguió aplacar, posiblemente, gracias a la cantidad de roca que cayó al río durante los trabajos.


 
¡Por fin! Cogida de mi mano, paseo por el parque que está adornado, como todos los paseados hasta ahora, en este país que se llama a si mismo "el país del centro" con los templetes, las pagodas, los bonsáis... Algo tan simple como sentarme en un banco y mirar los barcos que surcan el río de los tres ríos, me sabe a "día de fiesta". Y con el mal tiempo podría decirse que es poca la gente que viene y que va, todos están fotografiando al Buda, siento que tengo todo el parque para mi sola.
Una pequeña escapada... me hacía falta, es muy fuerte la presión de estar a todas horas acompañada, día y noche.
Poco me duró el encanto, mis compañeros aparecen bien pronto, sofocados, asustados, pensando que me había perdido ¿cómo voy a perderme aquí? Que no lo vuelva a hacer, me dicen (a lo mejor me raptan, digo yo). Hala, a pasear con mis hombretones que siguen con la conversación de siempre: intenso debate sobre el trasero de las chinas.


Los últimos días han salido del revés, a simple vista así parece, pero, si me paro a mirar detenidamente, veo que he paseado por un bosque encantado, he visto las mariposas más grandes que jamás imaginé que pudieran existir y he subido a un monte en el que la densa niebla apenas te permitía ver el pie que ponías delante pero que te dejaba sentir el inmenso poder y la, a veces, terrible belleza de la madre tierra.
Ahora veremos si los billetes que dejamos pagados en Chengdu están donde deben y así se termina el disgusto por el extraño movimiento de ida y vuelta que hemos hecho y que ha retrasado los planes en cuatro días, los planes de quien los tuviera, por supuesto.



Recuerdo a Siddharta, el de Hermann Hesse ¿Cuántos años hace que me lo regaló aquel niño de quince años? Fue el primer regalo de cumpleaños que recibí en mi vida y cumplía los diecisiete. Aquí estoy, frente a la imagen de lo que dicen que será su próxima reencarnación. Leyendo aquel libro soñé, soñamos, con la India... hoy, estoy en China.

jueves, 3 de septiembre de 2009

El fado




Foi por vontade de Deus que eu vivo nesta ansiedade. Que todos os ais são meus, Que é toda a minha saudade. Foi por vontade de Deus. Que estranha forma de vida tem este meu coração: vive de forma perdida; Quem lhe daria o condão? Que estranha forma de vida. Coração independente, coração que não comando: vive perdido entre a gente, teimosamente sangrando, coração independente. Eu não te acompanho mais: para, deixa de bater. Se não sabes aonde vais, porque teimas em correr, eu não te acompanho mais.

Normalmente me levanto con alma de copla, si señor, puedo cantar a Mari Fe de Triana mientras me preparo el café y luego pasarme a los Judas Priest mientras conduzco hacia el trabajo, sin el menor conflicto, me gusta cantar y "casi" toda la música, pero algunas tardes, al volver a casa, ya no salen de mi garganta ni los ojos verdes, ni la zarzamora, ni siquiera me salen maldiciones, llego con alma de fado. Entonces, si consigo que el fado no me corroa, la busco a ella, a Amalia y canto alguno de los suyos, primero con voz entrecortada, luego, a voz en grito (es imposible imitarla). El perro se acurruca a mi lado y duerme, ni siquiera se sorprende, está habituado a mis cambios de estilo. Amalia funciona como un interruptor de apagar penas de a diario y enceder penas más hondas. "Extraña forma de vida", sin dios al que responsabilizar de tristezas o nostalgias, pero esa última estrofa: si no sabes donde vas ¿por qué tienes que correr?, junto con una copita del valentín y el casi terminar el paquete de cigarrillos, me dejan bien preparada par volver a amanecer con alma de copla.