sábado, 12 de septiembre de 2009

Leshan


Amanece nuevamente un día gris en Bao Guo. Sigue diluviando y debemos volver a Chengdú, pero no sabemos el como ni el cuando. Fiel a mi rutina, he perdonado el desayuno de sabores amargos y espero a que vuelvan los chicos, arañándole minutos de soledad al día por donde puedo.
Mi propuesta para hoy sería leer y jugar a las cartas. Creo que he pillado un poco de resfriado yo también, resfriado en el alma, con estornudos de ¡¡dejadme sola!!. Necesito hacerme compañía durante un rato para reponer fuerzas y poder continuar acomodándome gustosa en la compañía de los otros.
Cargar el mochilón y volver a subir a uno de esos vehículos en los que tienes que ir de lado, conducidos por auténticos locos de la carretera de montaña, en una de las camionetas que siguen haciendo su ruta, sin parar y sin dejar de hacer roncar el claxon, no apetece especialmente. Y la lluvia que no cesa, como el rayo del poeta.

Nos animamos a media mañana a dejar el hospedaje en medio del bosque y subimos a un autobús que nos lleva a Leshan para ver al Gran Buda: enorme, tremendo, increíblemente alto, tanto como la Torre de Pisa (eso dicen los libros, no lo sé, no he estado en Pisa). Rodeado de jardines y con vistas sobre los tres ríos que aquí confluyen y que parecen un mar. Verdes y rojos dominan el paisaje.
Me escabullo de la compañía, mientras ellos buscan el encuadre ideal para enfocar al Gran Buda Maitreya (sentado en una silla y con las manos apoyadas en las rodillas).
Dicen que fue construido durante más de setenta años, para aplacar la furia de las aguas y que se las consiguió aplacar, posiblemente, gracias a la cantidad de roca que cayó al río durante los trabajos.


 
¡Por fin! Cogida de mi mano, paseo por el parque que está adornado, como todos los paseados hasta ahora, en este país que se llama a si mismo "el país del centro" con los templetes, las pagodas, los bonsáis... Algo tan simple como sentarme en un banco y mirar los barcos que surcan el río de los tres ríos, me sabe a "día de fiesta". Y con el mal tiempo podría decirse que es poca la gente que viene y que va, todos están fotografiando al Buda, siento que tengo todo el parque para mi sola.
Una pequeña escapada... me hacía falta, es muy fuerte la presión de estar a todas horas acompañada, día y noche.
Poco me duró el encanto, mis compañeros aparecen bien pronto, sofocados, asustados, pensando que me había perdido ¿cómo voy a perderme aquí? Que no lo vuelva a hacer, me dicen (a lo mejor me raptan, digo yo). Hala, a pasear con mis hombretones que siguen con la conversación de siempre: intenso debate sobre el trasero de las chinas.


Los últimos días han salido del revés, a simple vista así parece, pero, si me paro a mirar detenidamente, veo que he paseado por un bosque encantado, he visto las mariposas más grandes que jamás imaginé que pudieran existir y he subido a un monte en el que la densa niebla apenas te permitía ver el pie que ponías delante pero que te dejaba sentir el inmenso poder y la, a veces, terrible belleza de la madre tierra.
Ahora veremos si los billetes que dejamos pagados en Chengdu están donde deben y así se termina el disgusto por el extraño movimiento de ida y vuelta que hemos hecho y que ha retrasado los planes en cuatro días, los planes de quien los tuviera, por supuesto.



Recuerdo a Siddharta, el de Hermann Hesse ¿Cuántos años hace que me lo regaló aquel niño de quince años? Fue el primer regalo de cumpleaños que recibí en mi vida y cumplía los diecisiete. Aquí estoy, frente a la imagen de lo que dicen que será su próxima reencarnación. Leyendo aquel libro soñé, soñamos, con la India... hoy, estoy en China.

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