lunes, 11 de mayo de 2009

Diario de un viaje a China. 1998




Partimos de la estación de tren de Valencia, despedidos por nuestros familiares o cosa similar, al menos en mi caso, ya que el "el" que me acompañó, no tengo ni idea de qué cosa es de mí. Vamos con destino a Barcelona, allí recogeremos a otro compañero al que aún no conozco y tomaremos el vuelo hasta Pekín, vía Paris. La hora de salida son las siete de la mañana, la hora de llegada a Pekín... incierta. Me voy con preocupación, no dejo las cosas como me gustaría que estuvieran.


Salgo a vivir una aventura por fuera pero con mi aventura interior excesivamente activa, toda yo poblada de fantasmas, insensatos fantasmas que nunca terminan de despedirse.


Este es un viaje que pensé para hacer con un otro "el" quien, indeciso, se marchó a pensar en "nosotros" y que, transcurridos tres años, aún no me ha comunicado su decisión.


Me acostumbré a vivir su presencia de ese modo, esperando algún indicio de existencia, sin angustia y hasta llegué a buscar a este otro "el" para que le sustituyera… nueva equivocación, creo, ni siquiera estoy segura de que pueda ser uno de mis fantasmas futuros. Lo único seguro es que su cuerpo tampoco vendrá al viaje a pesar de haber dicho tantas veces que vendría. Finalmente decidió también quedarse meditando y yo, para entretenerme, viajo con tres hombres a los que apenas conozco.

Nuestras mochilas cargadas para la aventura no nos resultan pesadas hoy, la ilusión nos ayuda a llevarlas. Sentados en este cómodo tren que incluso tiene una mesa en la que vamos desplegando nuestros mapas, las guías, nuestros apuntes de chino.

Charlo con mis compañeros, aparentemente tranquila, pero la verdad es que me siento un tanto insegura. Casi podría decirse que es un viaje iniciático, hasta ahora siempre he viajado acompañada de maromo “propio” y ahora me voy con los maromos de otras que han decidido que pasearse un mes de mochileras por China, sin más cosa segura que un billete de avión a Pekín y una vuelta desde Hong-Kong o Shangai, no era lo que más les apetecía hacer.

Llegamos a Barcelona y allí nos espera el nuevo, no le conocía hasta ahora, es un tipo agradable, bien parecido, interesante. Tenemos un poco de tiempo antes de ir al aeropuerto y aprovechamos a pasar a saludar a su “librero de cabecera”, tomamos con él un café y nos abastecemos de más literatura, creo que los cuatro llevamos en nuestras mochilas más libros que ropa.

En el avión, los dos que me acompañan desde Valencia, muestran su primera debilidad: tienen miedo a volar y nos esperan muchas, muchas horas de avión hasta llegar a China. Es un pequeño dato que me produce consuelo, son humanos y tienen debilidades, pienso que quizás no sea yo tan débil y no sea quien se quede siempre atrás.


No tengo miedo a volar y me duermo enseguida a pesar de que los pies se hinchan con el calor y de que la posición es incómoda.


Y, al día siguiente....

Llegada al aeropuerto de Pekín. En el noroeste de China, ciudad fundada hace muchos, muchísimos años, más de 2.000 años. Es la capital, aunque no es la ciudad más grande, a grande la gana Shangai. Su dialecto, el chino mandarín, se ha convertido en la lengua oficial de la república, ahora veremos si realmente hemos aprendido a decir alguna cosa en nuestro año de asistir a clases de chino.


Desde el aeropuerto hasta casi el hotel llegamos en autobús público, somos unos ases del chino. Apenas son las dos de la tarde, del día dos de agosto, hora local y ya estamos instalados y duchados, el compañero más fogoso incluso ha tenido tiempo de tirarle los tejos a la muchacha de la recepción.


Gracioso el detalle de que paramos en un quiosco, a sabiendas de que el hotel estaba cerca, pedimos un plano y lo desparramamos en medio de la calle tratando de encontrar lo que buscábamos. Por supuesto, algo sabíamos decir, pero nada sabíamos leer y nos sorprendió nuestro analfabetismo, ni siquiera lo habíamos pensado.


Ellos solitos, sin mi colaboración, han repartido las habitaciones. Me toca con el más joven de ellos, que será apodado "el fogoso" y ya veremos como lo llevamos, quizás haya sido la mejor opción, el mayor ronca como un elefante (si es que roncan los elefantes) y el nuevo creo que tiene un poco de complejo de don Juan. (Años después me confesaron que el reparto se hizo con toda intención, no fuera a ser que surgiera algún romance).

Ha resultado un tanto agobiante y claustrofóbico el viaje desde París pero he podido dormir y no estoy excesivamente cansada.


El hotelito que nos ha reservado nuestro profesor de chino, para los días en la capital, está muy cerca de la plaza de Tiananmen (la plaza del cielo), muy céntrico, pero dentro de un barrio con sabor más pequinés y menos gubernamental, de callejuelas estrechas que se abren mediante patios a otras aún más cerradas, los famosos hutones pekineses.
De momento, aún no tengo conciencia de estar tan lejos de casa como realmente estoy, imagino que será cosa de la gran ciudad, al fin y al cabo, todas se parecen.


Hemos acordado quedarnos aquí cinco noches, el precio parece razonable para Pekín: 925 yuanes por persona, el precio total.


Habitación 404 del hotel SHE KE. Parece ser que este tipo de hoteles fueron construidos por el gobierno para alojar a miembros de la administración y a estudiantes y que tan sólo en los últimos tiempos se permite la entrada en ellos de turistas extranjeros. Si no hubiera sido por el Lao Tse Cui, nuestro maestro de chino, jamás habríamos dado con él, no viene en las guías.


Mi compañero de cuarto ya se ha dormido y a mi también me está ganando el cansancio después de la relajación que supone el poder darse una ducha de agua caliente.


Apenas había colorido diferente en lo que hemos visto desde la ventanilla del autobús o desde el pequeño taxi que nos acercó al hotel ante nuestra incapacidad de leer el plano escrito en chino. Lo que sí me ha llamado la atención es un olor desconocido e intenso que está por todas partes. Es un olor que no puedo identificar todavía, como a aceite quemado.















Nos acercamos, paseando, hasta el Palacio de la Ciudad Prohibida, recorrimos algunas avenidas atestadas de gente, seguramente turistas de otras regiones de China, pero estábamos cansados y decidimos no pagar la entrada para ver el interior y dejarlo para mañana.


Nos buscamos un sitio para cenar, a las seis de la tarde, en el que todo me pareció curioso, desde las cinco o seis chicas que nos miraban, hasta las comidas que se preparaban los hombres de la mesa de al lado, en la propia mesa, con su fogón en el centro. Era como una fondue pero dentro de la mesa. Luego... un cansino paseo por calles que empezaban a oscurecerse y, para terminar, la imposibilidad de tomar una copa.





He visto niños preciosos, hombres ajados y mujeres vivaces y coquetas. He visto un poquito de esta inmensa ciudad que se está occidentalizando rápidamente, mañana veré algo más.

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