miércoles, 13 de mayo de 2009

Beijing. Ciudad Prohibida

 
Día durillo, comenzado con un desayuno de sabores muy desagradables para mi paladar, sin café, sin té, sin nada que me lo alegrara un poco. Y, luego, el calor, un calor húmedo que te aplasta y hace que, más que caminar, te arrastres.





Visitamos la Ciudad Prohibida, únicamente en su parte central puesto que nuestros pies vencieron a nuestra buena intención de recorrerla al completo y nos sacaron de allí a las doce de la mañana en busca de sombra.


Color rojo, mucho rojo en la ciudad prohibida, inmensidad en las dimensiones, en el trabajo de las maderas, en los tejados, en las escalinatas, en los salones, en los mármoles... Por muy Emperador que seas has de sentirte muy pequeño, creo, o estar loco, viviendo aquí.








Encontramos un restaurante popular en el que comimos muy decentemente por el irrisorio precio, al cambio, de doscientas pesetas por persona.


Por la tarde, cuando más fuerte era el calor, mis aguerridos compañeros de viaje decidieron que era el momento ideal para subir a la “MONTAÑA DE CARBÓN”. Había un vientecillo fresco arriba pero el sol ya nos había pillado en la subida y nos dejó, al menos me dejó a mí, el cuerpo absolutamente derrotado.


Lo visitado me pareció impresionante pero para mi gusto había demasiada gente y no he podido disfrutarlo como me hubiera apetecido. No hay un rincón en el que esconderse, siempre te tropiezas con cientos de ojos mirándote. Somos raros, somos el demonio blanco. Y las pobladas barbas blancas del compañero mayor asustan a los niños que se esconden tras las faldas de sus madres.





En fin, tras una aspirina, un poco de descanso, una ducha y una suculenta cena con un pequeño paseo después, puedo decir que estoy repuesta y bien dispuesta a levantarme mañana a las cinco de la madrugada para intentar asistir a alguna clase de taichi en cualquiera de los parques de los alrededores.


Como nota graciosa, la imposibilidad de tomarse una copa continúa siendo la tónica. En los sitios en los que lo hemos intentado, pidiendo en perfecto chino el trago de maotae o se han reído a carcajadas o nos han dicho que no (pu-hao) o intentan vendernos la botella entera, pero al precio del sueldo de un mes de ingeniero americano. Así pues, parece que será un viaje seco éste, como no cambien las costumbres en otras zonas.


Acostados a las 10 de la noche, después de ver el telediario en chino... señor.... con que buenos chicos he salido de aventura.

 

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