miércoles, 13 de mayo de 2009

Beijing. La gran muralla

Nuestro día de hoy ha sido de sobresaliente en giris, sobre todo por la mañana, en taxi, con buena comida y visita de las tumbas Ming, que nos dejan la nota de un BIEN, puesto que no las vimos aunque pagamos la entrada, en su lugar, nos dedicamos a pasear por el parque. Siempre me resulta agradable saltarme las normas. No recuerdo cuantas veces he ido a París, a visitar el museo de Picasso y me he quedado toda la tarde sentada en el café de enfrente mirando a la gente pasar.

Se empieza a hacer notar ese pequeño detalle de que viajo con hombres y de que soy mujer y me siento extraña, cortada. No hay motivo, ya lo sé, pero no puedo evitar esta sensación desagradable de ser una desigual. Espero que mañana ya no me lo note.

Después de las tumbas, llegamos a la gran explanada desde la que tomar el funicular que nos pondrá sobre la muralla. Llueve un poco y hay quien aprovecha para decir si no será una tontería subir allá arriba. Pero también hay alguien, sobre todo el compañero de Barcelona y yo, que decimos que subimos le pese a quien le pese, así que... todos arriba.

Y es que me siento un tanto sola y diferente.... (Amigo... mi buen amigo de mis mejores viajes... en fin.... fuera nostalgias).


Hoy me he dedicado a fotografiar niños, son realmente preciosos los niños chinos. A través de la cámara se veía bien diferente a sin ella delante, la muralla, la comida, los árboles, todo diferente, como si la diferencia estuviera dentro de mi y tan sólo mi cámara fuera capaz de entenderla.

En lo alto de la muralla, me he sentido una diosa, mirando al mundo desde arriba y ponía mis pies con fuerza sobre las piedras tratando de que me respondieran a la pregunta de ¿quién te pisó antes que yo? Momento mágico y único. Ni en mis más locos sueños de niña pude imaginarme que podría estar aquí físicamente. Alguien que nació pobre, sin recursos... estoy segura de que nadie que me haya visto corretear en madreñas por los caminos del pueblo se imaginó que un día estaría aquí, tan lejos, yo tampoco.
Aún queda un poco de licor en la petaca que llevo en la mochila y aprovecho para brindar. Brindo por mí, brindo por esta majestuosa vista, brindo por los amigos que me acompañan en el viaje y no brindo más o terminaré por bajar rodando.

Los vendedores de recuerdos, con sus caballos y algún camello, parecían sacados de una película de Gengis Khan. No compro, sólo contemplo, contemplo y fijo en el carrete la discusión del compañero cuando intenta que graben su nombre en un amuleto. Los chinos se resisten mientras contienen a duras penas las risas y es que el nombre de mi compañero termina en "ro" que en chino dicen "lo" y significa piso. Y, ellos, acostumbrados a nombres tan poéticos, no entienden como alguien puede llamarse "piso... segundo, cuarto o lo que sea".

Hemos conseguido, por primera vez, unos chupitos de licor después de cenar, quizás sea por eso por lo que tengo ganas de silbar.

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