jueves, 28 de mayo de 2009

Cerdeña








Yo lo titularía “el viaje aturullado” y ni idea tengo de si esa palabra existe. Tan aturullado que, cuando me preguntan donde he estado, muchas veces contesto que en Córcega.


Aventurera audaz, como el barquito de papel al que cantaba Serrat, ácrata por creencia (y las creencias no se discuten) me metí en el tinglado de hacer este corto viaje con una teniente del ejército español (señor que loca, yo), por ver, por probar, quizás también porque en mi vida últimamente los disparates andan escasos y éso me produce un vacío vital insoportable.


Y allá que nos vamos, deprisa, corriendo, foto aquí y foto allá (maquíllame, maquíllame).


A la mitad del primer día yo tenía la impresión de estar en unas maniobras del ejército en vez de en un viaje de placer y punto.


Menos mal que tengo un olfato especial para la juerga y pronto descubrimos el sitio ideal para las risas, cada noche en el restaurante de Vinchencho (al ladito de la plaza de la Santa Croce) estaba asegurada la cena especial y la comedia. Cantábamos, Vinchencho y servidora, el “azurro, il pomerigio …” y el local se llenaba de gente.


No se puede una morir sin probar sus espaguetis al bogavante, que no recuerdo como se dice en italiano, aunque me lo repitió mil veces, pero están para morirse.




Me llevó por la isla, a sus órdenes, mi teniente, como vulgarmente se dice “como puta por rastrojo”, a toda carrera, parecía que el enemigo nos viniera persiguiendo de cerca.


Pero en un momento del segundo día, con agujetas por todo el cuerpo de tanto subir escalones a toda prisa, subir y bajar del coche alquilado y darle al botón de la cámara, que la moza me pidió una foto suya ante cada visión, siempre en la misma pose, alta la frente y firme el ademán… pues éso, que el segundo día yo ya no podía con tanta igualdad visiteril y me planté en Vía Roma, me senté en una terraza y pedí un vino rosso, rediez.


Entonces, la teniente me dijo: espera aquí, que voy a hacer una cosa.


Encantada, le contesté, pensando en que iba a ponerme a la labor de pensar que hacía yo viajando con una señora que no tenía ni idea de quien era Corto Maltés ni la quería tener, que no tiene nada que ver con Cerdeña pero la moza no hacía más que hablarme de su viaje por Malta con un militar inglés.


Me aposté frente a mi vino y a los que le siguieron pues la espera duró más de tres horas y así, en ese tiempo, mientras al fondo tenía como paisaje el mar Mediterráneo (uno de los tres mares que bañan la isla) descubrí, dándoles vueltas a los papeles que llevaba en el macuto, un nombre: Leonor de Arborea (1347-1404).


Ya escribiré más largo sobre ella, que merece la pena saber que ha habido mujeres así desde antiguo, aunque nunca nos hayan hablado de ellas. Por eso sólo ya merecía la pena el viaje (si pillo a alguno de mis profesores en la Facultad de Historia se van a enterar, que no me enseñaron nada que mereciera la pena).


También las flores, también los distintos colores del mar, las gentes.


La teniente, durante ese tiempo, había estando visitando unos grandes almacenes de cuatro plantas que había al lado y a los que me negué rotundamente a entrar. Un día de éstos volveré a Cerdeña y la recorreré despacio, se lo merece.

martes, 19 de mayo de 2009

Luoyang

Llegamos a Luoyang después de una noche en litera de tren y un intercambio.
Respecto al viaje en tren, ha sido relativamente pasable si se cierran los ojos a la suciedad y a esos miles de ojos rasgados que te observan con descaro. Creo que se burlan de nosotros cuando tratamos de preguntarles algo, si no les interesa, le dan vueltas al asunto y se hacen los locos.
Tras pasar el domingo deambulando por Beijing y la nochecita de tren.... no sabría que decir que es lo que me parece este pedacito de ciudad que se ve desde la ventana del hotel.
Hay mucho ruido y mucho movimiento, un cierto caos, a primera vista por lo menos. Eso si, hemos conseguido una habitación que, en realidad, son dos comunicadas, con cuatro camas, por el irrisorio precio de 300 yuanes la noche.
Entramos a comer en un sitio cerca del hotel y, mira por donde, aquí lo que no conseguimos ha sido agua o té para la comida, tan sólo había cerveza y aquello picaba de lo lindo, con lo que apenas pude tomar bocado.
Por esta región se ven tipos diferentes, de caras más anchas y piel más oscura, también, en general, están un tanto más gruesos.
Debemos estar en la zona comercial de la ciudad, desde la habitación se escuchan los altavoces de los grandes almacenes, con su musiquita que interrumpen para decir algo que bien pudiera ser el anuncio de algún producto o... cualquier otra cosa.
Cambiando de tema, para mi desgracia, aún no he visto a un solo chino, varón, de aspecto mínimamente atrayente, más bien me desagradan, sin embargo, ellas, son preciosidades generalmente.







Creo que ya es martes y llevamos casi diez días de viaje, seguimos en Luoyang. La mañana es dedicada a visitar las cuevas budistas, a unos quince kilómetros de la ciudad, a las que conseguimos ir en autobús después de discutir el precio con varios taxistas, comida en el hotel y siesta para tratar de remediar la jaqueca que aún persiste.
Demasiado sol probablemente. Grutas Longmen en Luoyang, China. En esta montaña, junto al río Yishui, hay más de 2.300 cuevas con unas 110.000 imágenes budistas.Las Grutas de Longmen, o de la Puerta del Dragón. Absolutamente increíble el paseo por este lugar, me pellizco, no estoy soñando. El caso es que también el estómago me da saltitos. Algunas son muy pequeñas, no me imagino como se podía pasar la vida ahí metido un hombre. Esto parece una colmena fabricada para instalar personas.
Luoyang es una de las ciudades antiguas de China pero también es hoy (1998) de las más modernas. De gran importancia histórica, posiblemente tanto como Xian, pero sin muestra alguna de lo que fue anteriormente. La Luoyang de hoy es una pequeña capital de provincia con calles comerciales llenas de animación y muchos taxis amarillos, más incluso que en Pekin.
Esta ciudad, por lo visto hasta el momento, es un lugar invivible, donde todo el mundo vende algo y aún no sé quien es quien compra. Es un inmenso tenderete y la miseria asoma por todos los rincones.
Los rostros de los hombres son aún más desagradables que los vistos hasta ahora, algunos dan miedo... caras horribles.
Dedicamos la tarde a pasear por lo que queda de ciudad antigua en Luoyang. Callejas estrechas, casas humildes, casi chabolas, con los suelos de tierra y todo de un color grisáceo. Muchos tenderetes de mil cosas, algunos artesanos... polvo y ruido.
Ni siquiera hay pavimento en las calles del centro "histórico". Sin embargo, los rostros allí me parecieron menos agresivos.
Tomamos un trolebús, larguísimo, articulado y conducido por una mujer, para volver al hotel y aquí mismo cenamos, una cena exquisita por cierto. Luego, nos subimos a la habitación con una pequeña botella de alcohol de arroz, de ocho yuanes, para charlar un rato.
Nuestro tren nos llevará al mediodía camino de Xian y, de momento, hacemos tiempo en la habitación, con las mochilas dispuestas, puesto que los alrededores del hotel ya los tenemos muy vistos y no tienen ningún atractivo especial.
Hemos conseguido los billetes y aún no sabemos ni como ha sido. Estos trenes, militarizados, son muy complicados de entender. Sales de la estación por una puerta pero no es por ahí por donde se entra.
Me alegro de salir de aquí, solamente las grutas se quedan grabadas en mi memoria, el ruido y la suciedad prefiero olvidarlos.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Beijing. Palacio de Verano y tren

Pues no. No estamos en el tren, tras una durísima carrera por los pasillos de la estación más grande del mundo hemos perdido nuestro tren. Así pues, la salida de Beijing será esta noche (si los hados no nos lo impiden).
No hemos perdido los nervios, no del todo, aún conservamos un poco de buen humor. Y me queda tiempo para anotar las cosas que hicimos ayer.







Dedicamos la mañana a callejear por una zona de tiendas antiguas y he comprado unas pinturas en una escuela. Me encantó el barrio de los anticuarios, las viejas casas, lo que de ellas se ve, de época Ming les dicen, y lo que se puede imaginar. “DATSALAN” se llama, o cosa por el estilo.
Poco se conserva de la arquitectura tradicional china, construida sobre todo en madera, aquí resiste una pequeña muestra que supongo pronto será absorbida por los grandes edificios comerciales.

Comimos allí mismo y una chinita encantadora nos dio una conversación de sobremesa que es la más interesante conversación hasta ahora. Hablamos de la organización de los barrios, de las escuelas, de la sanidad, muchas cosas para el poco chino que sabemos, pero es que el idioma de los gestos es universal, aunque aquí falla un poco a la hora de gesticular los números, en eso también son originales.



Desde el barrio de los anticuarios y tras una visita al sesuó (lavabo) colectivo más alucinante que espero ver jamás, salimos a pasear por el PALACIO DE VERANO que, como todo aquí, estaba a rebosar de gente.


Eso sí, allí encontramos a un estudiante que sabía un poco de inglés y se conversó con él (horror) ni más ni menos que de fútbol. Y, claro, después de semejante día, el ir por la noche a visualizar con nuestros ojitos qué cosa es éso de la ópera de Pekín... no pudo ser, los colegas estaban agotados.

Por el momento y a la espera de un nuevo billete de tren, nos hemos instalado en el hall de un hotel carísimo.

Desde aquí escribo las postales para mandar a los amigos, copio en ellas un poema en chino, de Li-Pai. El botones se me acerca y se pone a leer, se queda embobado y me da conversación pero… mi capacidad para reproducir los signos no es equivalente a la capacidad para pronunciarlos o entenderlos.

Parece mentira pero nos hemos retrasado tanto que nuestro plan no ha funcionado a pesar de que no hubo ningún problema para comprar el billete. Puede que así debiera ser. Realmente no me ha producido ningún disgusto (como no sea el haber perdido mi hermoso sombrero en la carrera).

En la estación de tren más grande del mundo, mientras tratábamos de comprar otro billete se me acercó una niñita sin brazo que pedía limosna, con una cancioncilla que sonaba algo así como “calam-calam-calamba”. Era preciosa y muy risueña. Quise preguntarle su nombre pero cuando saqué mis apuntes, se puso a leer los signos que entendía... mis signos en chino... como si estuviese en la escuela. Le di 5 yuanes y me dio cuatro besos.

Mendigaba, su padre se escondía detrás de unas columnas y rápidamente le quitó el dinero y la mandó a pedir más. Apenas se ven mendigos por aquí pero también los hay, como en todo el mundo y esta inmensa estación, con tantos miles de gente, supongo que es lugar ideal para poder burlar la vigilancia de la policía.

La niñita me sigue durante todo el rato que espero guardando las mochilas, ¿qué cosas rondarán su cabecita? ¿Que recordarán sus ojos?

Vuelven los compañeros, han conseguido nuevo billete y esta noche la pasaremos en el tren con destino a Luouang.

Beijing. La gran muralla

Nuestro día de hoy ha sido de sobresaliente en giris, sobre todo por la mañana, en taxi, con buena comida y visita de las tumbas Ming, que nos dejan la nota de un BIEN, puesto que no las vimos aunque pagamos la entrada, en su lugar, nos dedicamos a pasear por el parque. Siempre me resulta agradable saltarme las normas. No recuerdo cuantas veces he ido a París, a visitar el museo de Picasso y me he quedado toda la tarde sentada en el café de enfrente mirando a la gente pasar.

Se empieza a hacer notar ese pequeño detalle de que viajo con hombres y de que soy mujer y me siento extraña, cortada. No hay motivo, ya lo sé, pero no puedo evitar esta sensación desagradable de ser una desigual. Espero que mañana ya no me lo note.

Después de las tumbas, llegamos a la gran explanada desde la que tomar el funicular que nos pondrá sobre la muralla. Llueve un poco y hay quien aprovecha para decir si no será una tontería subir allá arriba. Pero también hay alguien, sobre todo el compañero de Barcelona y yo, que decimos que subimos le pese a quien le pese, así que... todos arriba.

Y es que me siento un tanto sola y diferente.... (Amigo... mi buen amigo de mis mejores viajes... en fin.... fuera nostalgias).


Hoy me he dedicado a fotografiar niños, son realmente preciosos los niños chinos. A través de la cámara se veía bien diferente a sin ella delante, la muralla, la comida, los árboles, todo diferente, como si la diferencia estuviera dentro de mi y tan sólo mi cámara fuera capaz de entenderla.

En lo alto de la muralla, me he sentido una diosa, mirando al mundo desde arriba y ponía mis pies con fuerza sobre las piedras tratando de que me respondieran a la pregunta de ¿quién te pisó antes que yo? Momento mágico y único. Ni en mis más locos sueños de niña pude imaginarme que podría estar aquí físicamente. Alguien que nació pobre, sin recursos... estoy segura de que nadie que me haya visto corretear en madreñas por los caminos del pueblo se imaginó que un día estaría aquí, tan lejos, yo tampoco.
Aún queda un poco de licor en la petaca que llevo en la mochila y aprovecho para brindar. Brindo por mí, brindo por esta majestuosa vista, brindo por los amigos que me acompañan en el viaje y no brindo más o terminaré por bajar rodando.

Los vendedores de recuerdos, con sus caballos y algún camello, parecían sacados de una película de Gengis Khan. No compro, sólo contemplo, contemplo y fijo en el carrete la discusión del compañero cuando intenta que graben su nombre en un amuleto. Los chinos se resisten mientras contienen a duras penas las risas y es que el nombre de mi compañero termina en "ro" que en chino dicen "lo" y significa piso. Y, ellos, acostumbrados a nombres tan poéticos, no entienden como alguien puede llamarse "piso... segundo, cuarto o lo que sea".

Hemos conseguido, por primera vez, unos chupitos de licor después de cenar, quizás sea por eso por lo que tengo ganas de silbar.

Beijing. El templo del cielo

Seguimos en Pekín, el calor es terrible, muy húmedo, la ropa siempre está empapada en sudor. Mucha gente lleva una pequeña toalla en la cabeza, siempre mojada y todos cargan con su termo lleno de té.


Miles de personas en bicicleta, mucho colorido y muchas piernas de mujer a la vista, los chicos se ponen tontorrones.


El joven y yo nos hemos levantado a las cinco de la mañana para tratar de ver a la gente haciendo taichi en los parques y el madrugón ha merecido la pena, algo así como ver un poema hecho movimiento.


Casi todo era gente mayor, aún con la ropa de dormir puesta, dedicando la primera hora de su día a cuidar su cuerpo, por grupos, se dedicaban a diversas actividades, tanto taichi como otros ejercicios que parecían bailes.


Son las horas de la mañana las más vivibles en Pekín, aún no te aplasta el sol. A la vuelta, descubrimos al lado del hotel una iglesia cristiana, nos llamaron la atención los cánticos que se oían desde afuera, era un edificio discreto, la cruz apenas se distinguía, entramos y el recinto estaba repleto pero el cura decía la misa de espaldas al público... será alguna variante.


Después del desayuno visitamos el Templo de Cielo, un templo taoísta rodeado de un impresionante parque. Al igual que en la Ciudad Prohibida los recintos cerrados no se dejan visitar y los lavabos (sesuó) son de pago o inservibles para una europea aunque, como yo, sea de pueblo. Pequeño dilema, para el compañero mayor que siempre necesita un sesuó cerca.

Siempre el mismo olor que supongo se deberá al calor, la humedad y la insalubridad de las viviendas del centro.


Hombres abrazados a los árboles, hombres sentados en los bancos con una jaula y un pajarito, mujeres paseando niños en carritos que parecían sacados de una película del siglo pasado.


De paso hacia el templo del cielo, cuyo recorrido hicimos a pié, cruzamos un mercado de alimentación, unos puestos llenos de colorido, de vida de otros tiempos en nuestras tierras.


Había de todo, abundancia de todo tipo de alimentos, muchísima variedad de verduras y montañas de huevos armoniosamente apilados. No entiendo como el dueño no se preocupaba de que se cayeran.


Supongo que la gente de los puestos de venta debía vivir allí mismo y lo que se vislumbraba por los estrechos pasillos de tierra que había tras el tenderete eran sus viviendas, no de lujo precisamente. El agua discurre por una cañería al lado de cada covacha y hay hombres lavando ropa , ninguna mujer en esa faena.


Hice alguna fotografía pero un muchacho me debió de oler la intención de fotografiar su casa y me puso la mano delante de la cámara, tenía razón en defender su intimidad de la curiosidad de mis ojos.

El templo era una joya, o varias joyas juntas. Los tejados, aquí, eran azules y no amarillo oro o rojo como en la Ciudad Prohibida. Inmensas avenidas, pinturas increíbles... el “pero” lo pusieron los 35 grados a la sombra, con una humedad del 90%.





Tras el amago de comida en el mismo parque, a la vuelta al hotel para descansar un poco, el nuevo y yo nos hicimos un par de cafés, nuestros primeros cafés en China, aprovechando la cafetería de lujo de un hotel para europeos al lado del nuestro.


Dejé un mensaje en el contestador en mi casa vacía, un paseo por la zona comercial, donde he comprado un poco de música y la cena del pato al estilo de Pekín, como toca a turista que se precie. Al menos hubo vino en la cena que se amenizó con intercambio de experiencias con la gente que nos sentaron en la mesa, unos australianos tan perplejos, por el momento, como nosotros.

Beijing. Ciudad Prohibida

 
Día durillo, comenzado con un desayuno de sabores muy desagradables para mi paladar, sin café, sin té, sin nada que me lo alegrara un poco. Y, luego, el calor, un calor húmedo que te aplasta y hace que, más que caminar, te arrastres.





Visitamos la Ciudad Prohibida, únicamente en su parte central puesto que nuestros pies vencieron a nuestra buena intención de recorrerla al completo y nos sacaron de allí a las doce de la mañana en busca de sombra.


Color rojo, mucho rojo en la ciudad prohibida, inmensidad en las dimensiones, en el trabajo de las maderas, en los tejados, en las escalinatas, en los salones, en los mármoles... Por muy Emperador que seas has de sentirte muy pequeño, creo, o estar loco, viviendo aquí.








Encontramos un restaurante popular en el que comimos muy decentemente por el irrisorio precio, al cambio, de doscientas pesetas por persona.


Por la tarde, cuando más fuerte era el calor, mis aguerridos compañeros de viaje decidieron que era el momento ideal para subir a la “MONTAÑA DE CARBÓN”. Había un vientecillo fresco arriba pero el sol ya nos había pillado en la subida y nos dejó, al menos me dejó a mí, el cuerpo absolutamente derrotado.


Lo visitado me pareció impresionante pero para mi gusto había demasiada gente y no he podido disfrutarlo como me hubiera apetecido. No hay un rincón en el que esconderse, siempre te tropiezas con cientos de ojos mirándote. Somos raros, somos el demonio blanco. Y las pobladas barbas blancas del compañero mayor asustan a los niños que se esconden tras las faldas de sus madres.





En fin, tras una aspirina, un poco de descanso, una ducha y una suculenta cena con un pequeño paseo después, puedo decir que estoy repuesta y bien dispuesta a levantarme mañana a las cinco de la madrugada para intentar asistir a alguna clase de taichi en cualquiera de los parques de los alrededores.


Como nota graciosa, la imposibilidad de tomarse una copa continúa siendo la tónica. En los sitios en los que lo hemos intentado, pidiendo en perfecto chino el trago de maotae o se han reído a carcajadas o nos han dicho que no (pu-hao) o intentan vendernos la botella entera, pero al precio del sueldo de un mes de ingeniero americano. Así pues, parece que será un viaje seco éste, como no cambien las costumbres en otras zonas.


Acostados a las 10 de la noche, después de ver el telediario en chino... señor.... con que buenos chicos he salido de aventura.

 

lunes, 11 de mayo de 2009

Diario de un viaje a China. 1998




Partimos de la estación de tren de Valencia, despedidos por nuestros familiares o cosa similar, al menos en mi caso, ya que el "el" que me acompañó, no tengo ni idea de qué cosa es de mí. Vamos con destino a Barcelona, allí recogeremos a otro compañero al que aún no conozco y tomaremos el vuelo hasta Pekín, vía Paris. La hora de salida son las siete de la mañana, la hora de llegada a Pekín... incierta. Me voy con preocupación, no dejo las cosas como me gustaría que estuvieran.


Salgo a vivir una aventura por fuera pero con mi aventura interior excesivamente activa, toda yo poblada de fantasmas, insensatos fantasmas que nunca terminan de despedirse.


Este es un viaje que pensé para hacer con un otro "el" quien, indeciso, se marchó a pensar en "nosotros" y que, transcurridos tres años, aún no me ha comunicado su decisión.


Me acostumbré a vivir su presencia de ese modo, esperando algún indicio de existencia, sin angustia y hasta llegué a buscar a este otro "el" para que le sustituyera… nueva equivocación, creo, ni siquiera estoy segura de que pueda ser uno de mis fantasmas futuros. Lo único seguro es que su cuerpo tampoco vendrá al viaje a pesar de haber dicho tantas veces que vendría. Finalmente decidió también quedarse meditando y yo, para entretenerme, viajo con tres hombres a los que apenas conozco.

Nuestras mochilas cargadas para la aventura no nos resultan pesadas hoy, la ilusión nos ayuda a llevarlas. Sentados en este cómodo tren que incluso tiene una mesa en la que vamos desplegando nuestros mapas, las guías, nuestros apuntes de chino.

Charlo con mis compañeros, aparentemente tranquila, pero la verdad es que me siento un tanto insegura. Casi podría decirse que es un viaje iniciático, hasta ahora siempre he viajado acompañada de maromo “propio” y ahora me voy con los maromos de otras que han decidido que pasearse un mes de mochileras por China, sin más cosa segura que un billete de avión a Pekín y una vuelta desde Hong-Kong o Shangai, no era lo que más les apetecía hacer.

Llegamos a Barcelona y allí nos espera el nuevo, no le conocía hasta ahora, es un tipo agradable, bien parecido, interesante. Tenemos un poco de tiempo antes de ir al aeropuerto y aprovechamos a pasar a saludar a su “librero de cabecera”, tomamos con él un café y nos abastecemos de más literatura, creo que los cuatro llevamos en nuestras mochilas más libros que ropa.

En el avión, los dos que me acompañan desde Valencia, muestran su primera debilidad: tienen miedo a volar y nos esperan muchas, muchas horas de avión hasta llegar a China. Es un pequeño dato que me produce consuelo, son humanos y tienen debilidades, pienso que quizás no sea yo tan débil y no sea quien se quede siempre atrás.


No tengo miedo a volar y me duermo enseguida a pesar de que los pies se hinchan con el calor y de que la posición es incómoda.


Y, al día siguiente....

Llegada al aeropuerto de Pekín. En el noroeste de China, ciudad fundada hace muchos, muchísimos años, más de 2.000 años. Es la capital, aunque no es la ciudad más grande, a grande la gana Shangai. Su dialecto, el chino mandarín, se ha convertido en la lengua oficial de la república, ahora veremos si realmente hemos aprendido a decir alguna cosa en nuestro año de asistir a clases de chino.


Desde el aeropuerto hasta casi el hotel llegamos en autobús público, somos unos ases del chino. Apenas son las dos de la tarde, del día dos de agosto, hora local y ya estamos instalados y duchados, el compañero más fogoso incluso ha tenido tiempo de tirarle los tejos a la muchacha de la recepción.


Gracioso el detalle de que paramos en un quiosco, a sabiendas de que el hotel estaba cerca, pedimos un plano y lo desparramamos en medio de la calle tratando de encontrar lo que buscábamos. Por supuesto, algo sabíamos decir, pero nada sabíamos leer y nos sorprendió nuestro analfabetismo, ni siquiera lo habíamos pensado.


Ellos solitos, sin mi colaboración, han repartido las habitaciones. Me toca con el más joven de ellos, que será apodado "el fogoso" y ya veremos como lo llevamos, quizás haya sido la mejor opción, el mayor ronca como un elefante (si es que roncan los elefantes) y el nuevo creo que tiene un poco de complejo de don Juan. (Años después me confesaron que el reparto se hizo con toda intención, no fuera a ser que surgiera algún romance).

Ha resultado un tanto agobiante y claustrofóbico el viaje desde París pero he podido dormir y no estoy excesivamente cansada.


El hotelito que nos ha reservado nuestro profesor de chino, para los días en la capital, está muy cerca de la plaza de Tiananmen (la plaza del cielo), muy céntrico, pero dentro de un barrio con sabor más pequinés y menos gubernamental, de callejuelas estrechas que se abren mediante patios a otras aún más cerradas, los famosos hutones pekineses.
De momento, aún no tengo conciencia de estar tan lejos de casa como realmente estoy, imagino que será cosa de la gran ciudad, al fin y al cabo, todas se parecen.


Hemos acordado quedarnos aquí cinco noches, el precio parece razonable para Pekín: 925 yuanes por persona, el precio total.


Habitación 404 del hotel SHE KE. Parece ser que este tipo de hoteles fueron construidos por el gobierno para alojar a miembros de la administración y a estudiantes y que tan sólo en los últimos tiempos se permite la entrada en ellos de turistas extranjeros. Si no hubiera sido por el Lao Tse Cui, nuestro maestro de chino, jamás habríamos dado con él, no viene en las guías.


Mi compañero de cuarto ya se ha dormido y a mi también me está ganando el cansancio después de la relajación que supone el poder darse una ducha de agua caliente.


Apenas había colorido diferente en lo que hemos visto desde la ventanilla del autobús o desde el pequeño taxi que nos acercó al hotel ante nuestra incapacidad de leer el plano escrito en chino. Lo que sí me ha llamado la atención es un olor desconocido e intenso que está por todas partes. Es un olor que no puedo identificar todavía, como a aceite quemado.















Nos acercamos, paseando, hasta el Palacio de la Ciudad Prohibida, recorrimos algunas avenidas atestadas de gente, seguramente turistas de otras regiones de China, pero estábamos cansados y decidimos no pagar la entrada para ver el interior y dejarlo para mañana.


Nos buscamos un sitio para cenar, a las seis de la tarde, en el que todo me pareció curioso, desde las cinco o seis chicas que nos miraban, hasta las comidas que se preparaban los hombres de la mesa de al lado, en la propia mesa, con su fogón en el centro. Era como una fondue pero dentro de la mesa. Luego... un cansino paseo por calles que empezaban a oscurecerse y, para terminar, la imposibilidad de tomar una copa.





He visto niños preciosos, hombres ajados y mujeres vivaces y coquetas. He visto un poquito de esta inmensa ciudad que se está occidentalizando rápidamente, mañana veré algo más.

Músicos

A vueltas con los viajes, me ha dado por pensar que algunas veces llevamos al cuerpo a visitar lugares y nos vamos a otras tierras pertrechados de todo tipo de artilugios para captar las nuevas visiones, pero al cerrar la puerta de nuestro paisaje cotidiano nos dejamos el alma colgada en el perchero y nos olvidamos de ponerla en la mochila.

Paseamos una mirada vacía por otras geografías, conocemos otras gentes, charlamos, visitamos lugares y monumentos y, cuando regresamos, que todos los viajes tienen ida y vuelta, incluso el viaje con mayúsculas, el viaje del nacer-morir, nos damos cuenta de que la mirada del alma no estuvo con nosotros.

Esos viajes se pueden colocar en el baúl de los olvidos y dejarlos allí encerrados, parecen viajes inútiles, puedes hacerlo, claro que puedes, pero es posible que ellos intenten salir y que te hagan visitas mientras duermes.

Cuando sucede, creo que debe tener algún sentido y decido volver a viajarlos con el alma que ese día tenga puesta, aunque el viaje sea un viaje del revés pues él es el sujeto activo y mi cuerpo el que es viajado. Siempre me pareció un milagro la voz pasiva, no he llegado aún a averiguar la razón.

Entonces les abro la puerta y les permito que vuelvan a pasar ante los ojos abiertos y que revivan los colores, los olores, que se plasmen nuevamente los paisajes, que se oigan los sonidos, que el viaje que escondí se convierta en vida de "a diario".

Salió de su baúl esta noche un viaje que hice por Rumanía en 1986, lo aparté por triste, por gris, no quería quedarme con aquel lugar sin risas.

Mi personaje de entonces era una activa militante de izquierdas y aunque había recordado llevarme el alma en la maleta, no la saqué de su bolsa, temerosa y también irritada ante lo que me parecía un golpe brutal a mis creencias. Recuerdo haberles comentado a los compañeros a la vuelta "si esto es la revolución, yo me borro".

Por suerte aún conservo un viejo aparato para reproducir los discos de vinilo y se me ocurre amenizarme el desayuno con unos discos que me traje de aquel olvidado paseo, discos que tienen el triple de espesor que los que aquí se usaban en aquel tiempo. Suena un tal Radu Simion, dice la portada que es "un virtuoso de la flauta de Pan".

Con su música recupero algo hermoso, recupero mi sorpresa ante el hecho de que la miseria y la tristeza se convertían en arte cualquier noche, en cualquier esquina. Un país de músicos, de violinistas, acordeonistas, flautistas... gentes que me parecían sombras durante el día, al llegar la noche se reunían alrededor de una mesa en la que no había nada que comer, nada que beber y tocaban, cantaban, se transformaban de forma mágica y su música espantaba los miedos.


Aquel país del miedo, de los días ensombrecidos por el rumor de la estupidez humana suena hoy en mi casa y me sabe diferente, me sabe al reino de los violinistas. Los hombres tristes y oscuros se convierten en "hombres de los bosques, puro instinto, libres y orgullosos, saliendo de las jaulas para volver a sentirse herederos de la tierra".