jueves, 28 de enero de 2010

Templo de Kapaleeswarar



Salgo a la calle temprano, mirando mi plano en cada cruce, pensando que mis quejas sobre la vida son inmorales si las comparo con el paisaje que voy recorriendo y me dirijo hacia el templo de Kapaleeswarar, dedicado a Shiva, todo recto y hacia el norte, desde el hotelucho en el que he dejado a los otros viajeros durmiendo la mona.
Endemoniado el tráfico, caótico, multitud de gente, de personajes que me llevan a pensar que quizás fuera mejor sentarme en cualquier parte y mirar simplemente como se mueven.

Pero una frase leída sobre el templo “construido en el más puro estilo dravídico”, me empuja hacia él. El gentío me ayuda a llegar, sigo a la muchedumbre y tras atravesar un mercado me encuentro con esa grandiosa pirámide.
Abandonar las sandalias a la entrada, dejarse invadir por el olor del incienso y perder la mirada en los colores, en las telas, en los rostros, aguzar el oído porque también suenan músicas...
Colorido chirriante, infinidad de figuras que me obligan a pensar en las fallas, irremediablemente. Cuentan historias de Shiva, son una especie de sagradas escrituras esculpidas en altorrelieve policromado.
El poderoso dios es retratado continuamente, Shiva aquí es el protagonista de un mundo religioso que me es totalmente desconocido y además muy difícil de llegar a entender.

Cientos de historias que, para contarlas, se necesitarían años... batallitas de dioses. De dioses, de diosas, de híbridos de dioses-diosas, de malos-buenos; los importantes se distinguen rápidamente por su tamaño, casi el doble de los demás. Un buen hombre se toma la molestia de explicarme, apenas hay turistas aquí y parece que me adopta, pero no me aclaro con tantas mujeres del dios y tantos maridos de sus mujeres, la verdad.

Los extranjeros tenemos restringida la entrada, solamente se pueden pasear los patios exteriores, los gatos en cambio pueden entrar a todas partes, aunque, este amiguito, parece que prefiere quedarse a mi lado tomando el sol. Y permanecemos allí un buen rato, contemplando a los devotos que entran y salen de las estancias para mi prohibidas.

Cumplida mi misión, busco ayuda en mi "Loly" y me dirijo a un estupendo restaurante vegetariano, diez veces el precio de lo que suelo pagar, pero apenas la mitad de lo que pagaría en mi ciudad por disfrutar una deliciosa comida, en un lugar en el que mi desastroso atuendo no combina en absoluto con la elegancia del resto de los comensales y, en un jardín interior, rodeada de una vegetación exuberante y de fuentes por doquier, me regalo un momento especial en el restaurante Annalaksmi y me deleito con unas copas de ambrosía, una bebida medicinal, dicen, ayurvédica, que será capaz de devolverme la fuerza y el equilibrio.

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