jueves, 7 de enero de 2010

Huyendo


Pues si, lo reconozco, me divierte, me da gozo el salir por pies. Huir para escapar, también para encontrar y, en definitiva, para tener otro lugar del que volver a huir.
Empecé a practicar ese deporte a edad bien temprana, con catorce años, justo un veintitrés de diciembre, aquella huida me llevó a un largo viaje que duró algo más de tres años y, creo, fue el germen de mi costumbre de huir por esas fechas.
Poco a poco, esa capacidad, tan... ¿masculina? (se me ocurre por lo de marcharse a buscar tabaco), se ha ido desarrollando en mi y en vez de hacer frente a situaciones que me agobian, llenarme la falda de piedras y no quitar ojo al combate, huyo, me doy el piro, que se dice.
Creo que aún me falta destreza, alguna cosa hago mal en mis huidas, pero lo seguiré intentando hasta lograr la huida perfecta o, el encuentro perfecto que, seguramente, son la misma cosa.
Eso hice las primeras navidades de mi actual vida que ya termina. Decidí huir y pensé haber encontrado un buen lugar para esconderme durante las celebraciones. Doce días por Marruecos, en un autobús con otros veinte pasajeros y... ¡que le den bola al mundo! Claro que el mundo... el mundo no es tonto y se coló también entre los pasajeros del autobús.
En el Riff, mientras los colegas atendían las explicaciones de aquellos lugareños-artesanos-vendedores, que le daban caña al cañamón (tumba-tumba, como un sacudir de alfombras a lo grande), me aburría como una ostra que se suele decir (¡a saber la razón! pues no creo que las ostras se aburran), así que me fui a dar una vueltecita por los alrededores, para estar sola, para pensar, pensaba yo, ingenua mujeruca.
Llevábamos allí tres días, detenidos por un fuerte temporal con nevada incluida, el lugar parecía desierto, no se veía un alma salir ni entrar de las casas aisladas, perdidas, en lo alto de aquella montaña.
Dormíamos, comíamos y tomábamos té sin parar, alojados en el "recibidor" de la casa del jefe del pueblo, todos apiñados, a unos les tocó banco, a otros, suelo, según la corpulencia de cada cual pues los bancos eran muy estrechos y no te permitían el darte la vuelta sin peligro de caer sobre el que estaba en el suelo. Menos mal que duermo como una marmota (esto iba de huidas y acaba siendo un compendio de frases hechas, aunque no dudo que las marmotas duerman pero...)
Veinte personas durmiendo en el mismo cuarto y sin ducharse durante varios días es una singular experiencia, si señor. Además, el frío, un frío intenso que te obligaba a ponerte encima toda la ropa que llevabas en la mochila y te impedía moverte con soltura, siempre girando la noria, si no te mueves, te enfrías aún más.
Mientras caminaba por el bosque, no vino el lobo, no vino entonces, pero aparecieron tras los árboles los chavalines, en tromba, ni les vi llegar, surgieron y, en un santiamén, estaba rodeada. Sus gritos, para hacerse amigos, consistían en relatar las alineaciones de los equipos de fútbol. Me hizo gracia que conocieran al Villareal, desde luego que están puestos en materia futbolera los chavalines del Riff.
Fiel a mi costumbre y recordando el dicho de que la música amansa a las fieras, me dispuse a cantar con ellos y, como las alineaciones de los equipos de fútbol (las recientes, las de otras vidas aún las recuerdo) no son lo mío, pero me sé muy bien sabidas algunas canciones, le dimos al "nari-nari" que me había aprendido en otra huida anterior. No sé si era muy apropiada porque la traducción dice algo así como "ardo...ardo por su belleza" pero tiene un buen ritmo y ellos la conocían y la bailaban a mi lado.
Una mañana memorable, la verdad, limpia y risueña. Que nadie me pregunte el cómo, ni en que lengua me entendí con ellos, no lo sé. Pero les expliqué que, en realidad, estaba en aquel viaje para hacer una excursión en burro por el Riff, sin embargo, con la excusa de la nieve, los organizadores me habían subido en un camión y mi pequeño yo se sentía frustrado.

A saber de quien era el burro, como si de un regalo navideño se tratara, dos de ellos desaparecieron por la senda y bien pronto regresaron con él y me devolvieron al pueblo montada en el burrito de marras. Al llegar, algún compañero de viaje hizo esta foto, de no ser así, no estaría segura de no haberlo imaginado.
Y, porque me apetece mucho, lo remato con unos versos de María Beneyto, de su poema "la peregrina":
"...Esa mujer del hueco tibio que siempre fui y sería, se despertó del sueño profundo de la especie para buscar, a plena luz, caminos. La inquieta, la andariega mujer a quien no bastan dulces menesteres pequeños, ésa me fue de súbito encontrada en los más hondos pliegues de mi túnica..."

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