lunes, 25 de enero de 2010

Una tarde cualquiera


Cansada de dialogar con fantasmas, de parlotear sola más bien, que dialogar es cosa de dos y los fantasmas tan solo hacen ruidos que tan pronto parecen gimoteos como se asemejan a los golpes de pecho del gorila, la mujer se mal vistió con el primer trapo que encontró a mano y salió a la calle.
Caía la tarde y corría una tímida brisa muy de agradecer después del día de intenso calor, aún así estaba desierta la plaza, desierto casi todo el pueblo que se había ido a hacer cola para ver el concierto de la folklórica imprescindible cada año en los festejos.
Mientras pasea, con la mirada fija en ninguna parte, canturrea una estrofa de una canción de otro tiempo:
- Y, morir por morir, quiero morirme al sol, la boca abierta al calor, como lagarto,
medio oculto tras un sombrero de esparto.
Se pregunta, por seguir conversando consigo misma, a que puede obedecer ese consejo:
- Toma tu mula, tu hembra y tu arreo y por el camino del pueblo hebreo busca otra luna….
Pero no le da tiempo a continuar con el entretenimiento recién inventado de buscar la respuesta. Al dar la vuelta a la esquina se encuentra con tres hombres sentados en el banco que hay junto a la fuente. La saludan como quien saluda a alguien a quien se conoce de toda la vida, están comentando sucesos de las fiestas, preguntándose uno a otro preguntas del día a día y en el saludo desigual encuentra ella la respuesta que no tuvo tiempo de buscar: la mujer está parada, o varada, como la sirena de la obra de Casona que tanto le gustaba.
Está cerca el mar pero casi lo ha olvidado, lleva demasiado tiempo sin mirarlo.
No conoce el nombre de esos hombres, no sabe nada de ellos. Ellos, en cambio, parecen conocerla de tiempo, la llaman por su nombre, saben donde vive.

Hace días, meses quizás, que el amigo que siempre la escucha, le dice, le recuerda, que vuelve a ser la hora de atender la llamada de Ulises, de moverse, de actuar, que morirse es… dejar de caminar.
Un día de éstos, pronto, habrá que emprender la marcha, antes de que la inanición del alma consiga atrofiar el cuerpo.

¿Norte? ¿Sur?... Centro, dirección centro, dirección al submundo interno… allí donde es posible que aún permanezcan algunos restos del principio, de la naturaleza salvaje.


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