miércoles, 3 de febrero de 2010

La casa de Rosario Acuña


En una escapada a mi tierra, mientras paseaba por "el muro" y me asombraba un tanto de los cambios del paisaje, en medio de la tormenta, asomó el arco iris y se posó sobre la casa de Rosario Acuña. Como una ráfaga, me volvió a la memoria esa casa que siempre me pareció cargada de misterio. Hablábamos de ella cuando paseábamos cerca pero nunca nos acercamos lo suficiente.

Se contaban extrañas historias sobre las reuniones que en ella se celebraban, historias de la masonería, de ritos... todo era confuso sobre la historia de esa mujer y de esa casa. Cosa normal, pienso ahora, eran los años setenta y, aunque Rosario había muerto en 1923, el régimen se había ocupado de ocultarla.
Y nosotros, nosotros éramos unos jovenzuelos, inquietos, si, pero poco perseverantes a la hora de descubrir misterios, era mucha la vida nueva que parecía esperarnos a la vuelta de cada esquina, eran muchos los libros por descubrir, las emociones por experimentar.
Rosario Acuña fue ensayista, poetisa, feminista, republicana, una adelantada para su época, adelanto que pagó, en algunos momentos con el exilio. Una mujer que no se detuvo, ni ante la ceguera, ni ante el marido, ni ante la iglesia, ni ante nada. Si, por supuesto, procedía de una familia importante, imposible que fuera de otra forma. También debió haberlas, mujeres como ella, entre las pobres, creo, deseo.
Fue también una mujer viajera, dicen que viajaba a caballo o a pié para no perderse nada del paisaje, del olor de las tierras, para conocer la realidad de las gentes que en ellas vivían.
Pensé, al ver dibujarse su casa bajo la cola del arco iris, que las incontables horas que pasé en esa playa, en mi primera juventud, con las primeras lecturas, aquellas horas hermosas, bien cargadas de sensaciones, tuvieron muy buen abrigo.



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