jueves, 18 de febrero de 2010

Canteros y pescadores de Mamallapuram

Fue muy agradable la estancia en Mamallapuram (Mahabalipuram) a pesar del fuerte calor del día y de la intensa lluvia de muchas tardes. Un lugar tranquilo, con pocos turistas, casi todos mochileros hospedados en el mismo lugar, un complicado edificio en el que los cuartos parecían colocados al azar en los patios, en las escaleras, pero que tenía una estupenda terraza para ver las puestas de sol y en la que corría una estupenda brisa por las noches.
Allí, en la terraza, conocí a una viajera de las que viajan por trabajo, estaba haciendo un recorrido por la zona para actualizar los datos de la "Loly" y disfrutando a lo grande porque acababa de llegar un grupo de guapos nórdicos por los que cambió mi compañía en un santiamén, la muy pécora.
 

Pasear por el barrio de los escultores, de camino hacia el templo de la orilla, charlar con ellos, siempre amables y encantados explicando su trabajo a la curiosa preguntona que quería saber el nombre de todos los dioses que esculpían, era el entretenimiento de las mañanas.


Ellos también preguntan, el nombre, el país… y son ellos los que me cuentan que el albergue en el que estamos (Lakshmi Lodge) fue, en tiempos, un burdel. Así me explico lo complicado que resulta el moverse por dentro, su situación a las afueras de la ciudad, tantos cuartos con entradas independientes, sin conexión con el patio central, la falta de ventanas...
Me cuentan los canteros que en sus talleres también restauran imágenes de muchos templos de la India y Sri Lanka y que empiezan a tener pedidos de la mismísima Europa, son artistas de la piedra muy orgullosos de su arte.


También me indican el camino a seguir para llegar a otro de los templos del lugar, sobre la montaña y al que llevo días queriendo acceder sin encontrar la senda. Será mi objetivo para mañana temprano, cuando el sol no caiga a plomo. No acepto el reto de subir a pleno sol por mucho que se me ofrezcan de guías.


Al llegar la noche, desde el restaurante junto al mar, mientras esperamos que nos preparen un suculento plato de pescado, se ven, en la playa, las barcas dispuestas y los pescadores que se afanan reparando las redes para salir a faenar en la noche. Nos ofrecen salir con ellos de pesca pero no les apetece a los colegas y no parece prudente salir sola (es mi tercer no del día ante la posibilidad de una aventura...paciencia), además, el cielo se ha puesto negro de repente, lloverá con ganas.

El de pescar es el otro oficio en el que se emplea la gente del lugar, salen al mar cada noche, con sus rudimentarias barcas, con las redes y poco más y regresan bien temprano por la mañana, con todo el pescado vendido casi antes de poner un pie en la arena.

Se huele ya el diluvio que viene y que nos retendrá en el restaurante durante casi toda la noche, únicos clientes. Allí mismo, los trabajadores, los dueños, la familia, duermen tras el destartalado mostrador o sobre las mesas y nos permiten quedarnos hasta que la lluvia nos conceda una tregua y podamos llegar al albergue.
Noche de jugar a los dados, que nunca faltan en mi mochila, junto al dominó, cuando hago un "viaje largo" y que siempre me han demostrado ser muy útiles para salvar esas horas en las que te quedas atrapada.
Falta poco para el amanecer cuando la lluvia amaina y nos vamos, casi a tientas, por los caminos embarrados, buscando nuestro albergue; los ladridos de los perros nos sirven de guía para llegar a la zona habitada en la que ya empiezan a verse las hileras de mujeres, con un recipiente de agua en la mano, caminando hacia la playa.

 

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