jueves, 19 de noviembre de 2009

Dali. Las tres pagodas


La etapa en Dali está suponiendo una cierta reconciliación con este pueblo, el chino, tan impenetrable. Los bai son gente más risueña, más abierta, más cálida. Sus rostros reflejan mayor vitalidad y los trajes de colores de las mujeres alegran la vista.
Como cosa curiosa, sin embargo, ésta es la zona en la que más hombres visten aún el traje “mao”.
Buscando las pagodas del templo Chongsheng, vamos caminando despacio por las calles tranquilas y saludamos, al paso, a algunas gentes. En los días que llevamos aquí ya hay quien nos reconoce y hace que nos sintamos como vecinos.
Los marmolistas están con las puertas de sus talleres abiertas y, los chiquillos, dándole tiempo a la mañana hasta ver que se les ocurre hacer.
Solamente tenemos que dirigirnos hacia donde las montañas nos señalan, ellas nos van guiando hacia las pagodas, aunque, de vez en cuando, las nubes nos las esconden.


Diviso las pagodas, llego a ellas, las toco, me siento a disfrutarlas. Nada tienen que ver con las otras pagodas que hemos visitado, excepto en Xian, ninguna se les parece.
Entablo conversación con una pareja de turistas chinos, tienen tres niñas y charlamos sobre si ese hecho es algo extraño (tener tres niñas), me dicen que no, que hay mucha más permisividad al respecto de lo que se cuenta y que, ellos, campesinos, siempre han desobedecido un poco la orden del hijo único, de hecho, siempre se les permitió tener dos, si el primero era niña.



Antes, este lugar, fue un templo budista, ahora en desuso, pagodas inclinadas, de pisos pares... se empezaron a construir alrededor del siglo IX. A un lado, el hermoso lago, al otro, las montañas Cangshan. Quizás mañana los muchachos se animen a subir y pueda yo comprobar si son cómodas mis botas nuevas.




Los compañeros se deciden a buscar el lugar desde el que poder hacer la foto que sale en todas las postales, una exclusiva foto en la que las tres pagodas se reflejan en el lago y, por mi parte, consigo convencerles de que me eximan de la búsqueda. Me quedaré quietecita en el parque y les esperaré sin moverme de allí.

Allá que se van, escalando muros y perdiéndose en los caminos, mientras yo me quedo a jugar con los chiquillos que voy encontrando, que no paran de darme explicaciones y hacer preguntas.


Sus zapatillas de colores, sus vestidos de princesitas, sus risas, sus ganas de que les haga fotos, me animan a seguirles y acertamos con un juego que todos conocemos: el escondite.



Luego, se emocionan registrando mi mochila y, cuando ya lo han visto todo, nos sentamos a enseñarnos otros juegos. Preguntan y preguntan, sé que preguntan porque todo lo que dicen termina con el "sham-má".
Me decido a contarles una historia, repitiendo mucho las frases, las repiten conmigo y parecen divertirse. Me asombra la atención que ponen, hasta creo que me han entendido. Cierto que gesticulo mucho pero, ni así parece posible... serán imaginaciones mías. Yá (pato), lián (amar), chóu (triste), chéng (destierro) y yué (feliz), son todas las palabras chinas que conozco (seguramente mal dichas y peor acentuadas) para contarles el cuento del patito feo. Ni siquiera sé como se dice cisne... ¿solución? Hacer el pato y estirar el cuello, no tengo claro que lo entendieran pero es seguro que se rieron y mucho. De cualquier forma, el encanto del momento no tiene precio.

 

Vuelven los chicos, con su trofeo, han conseguido la foto perfecta, la que es igual que la de las postales y se han divertido en la búsqueda (y discutido también con el asunto de quién llevaba razón en el camino a seguir).
Y me toca despedirme de los nuevos amiguitos que cantan el estribillo de "me lo decía mi abuelito, me lo decía mi papá..."
Perfecta mañana de recepción de un hermoso regalo por haber podido olvidar muchas de las cosas que me decían mi abuelito, mi papá y mucha gente más... me voy pensando yo.

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