Una camioneta nos lleva hasta el puerto y allí tomamos un barquito que, en una hora y media, nos pondrá en la otra orilla del lago, para ver el mercado de los martes, un mercado tradicional, donde los lugareños venden e intercambian sus productos.
No es un lago cualquiera este lago Erhai de Dali. Grande, mucho, casi parece un mar, unos doscientos cincuenta kilómetros cuadrados de extensión; a él van a parar tres ríos y está poblado de multitud de pequeñas islas.
Ya en el puerto, mientas esperamos que el nuestro se ponga en marcha, otro barco acaba de atracar cargado de piedras y hombres y mujeres las van descargando, transportándolas en unos enormes cestos que cuelgan desde la frente. Duro trabajo, pero las mujeres no se amilanan ante el peso y le piden al "capataz" que se los llene más, puede que para terminar antes y llegar pronto a casa para hacer otros trabajos.
El barco que nos transporta sólo lleva turistas, en su mayor parte alemanes. Conocemos allí a un hombre que vive en China desde hace veinte años, por esas cosas raras del amor, su mujer, china, y sus hijos le acompañan. Nos habla de su experiencia por estas tierras, gratificante y feliz, nos dice, trabaja como profesor y no tiene ninguna intención de volver a su país de origen, Inglaterra.
El barco que nos transporta sólo lleva turistas, en su mayor parte alemanes. Conocemos allí a un hombre que vive en China desde hace veinte años, por esas cosas raras del amor, su mujer, china, y sus hijos le acompañan. Nos habla de su experiencia por estas tierras, gratificante y feliz, nos dice, trabaja como profesor y no tiene ninguna intención de volver a su país de origen, Inglaterra.
Nos encontramos ante un mercado casi medieval, lleno de color, de ruido, de olores. Mujeres, hombres, caballos, gallinas, cerdos, patos, verduras, frutas, carnes... forman un cuadro multicolor, muy ruidoso, sobre todo cuando algún vendedor consigue un buen precio por el animal que subasta. Hacen sonar un cuerno y llaman nuestra atención continuamente.
Hace mucho calor y nos compramos una torta de maíz y unas frutas para comer. Todos están cocinando, en sus puestos, pero es su comida, no está a la venta todo lo que nos apetece. Y es que huele a comida de fiesta.
A la vista de esta turista blanca del norte éstas parecen vidas duras, escasas en descanso, sin comodidades, pero los personajes son tranquilos y pacíficos y sonríen, sonríen mucho más. Han venido desde los pueblos de alrededor, seguramente aún de noche y no todos en camionetas, hay quien se ha hecho muchos kilómetros caminando, cargando con su mercancía.
A la vista de esta turista blanca del norte éstas parecen vidas duras, escasas en descanso, sin comodidades, pero los personajes son tranquilos y pacíficos y sonríen, sonríen mucho más. Han venido desde los pueblos de alrededor, seguramente aún de noche y no todos en camionetas, hay quien se ha hecho muchos kilómetros caminando, cargando con su mercancía.
El mercado nos alegra la vista con sus colores y vamos, de puesto en puesto, buscando los productos conocidos y preguntando por los desconocidos. Las mujeres cargan con el típico cesto a sus espaldas, los hombres pasean y negocian. Se venden cerdos, frutas, verduras, patatas, carne. Quien ha vendido algo puede comprar de lo que no tiene. Estamos muy atentos a la subasta de una camada de cerditos que es, hoy, la novedad del mercado.
Es algo parecido a su día de fiesta, ven a los que viven en otras aldeas, consiguen algún dinero, colocan el excedente agrícola, enseñan a sus hijos nuevos, se cuentan los últimos cotilleos...
Es algo parecido a su día de fiesta, ven a los que viven en otras aldeas, consiguen algún dinero, colocan el excedente agrícola, enseñan a sus hijos nuevos, se cuentan los últimos cotilleos...
De vuelta al hotel, un poco de descanso para hacer un paseo y callejear, buscando el lugar en el que nos den un buen pescado para la cena.
Los pintores ocupan toda la entrada, ahí están, con sus técnicas milenarias, dibujando en sus telas de seda, con tinta, las flores del jardín.
Los pintores ocupan toda la entrada, ahí están, con sus técnicas milenarias, dibujando en sus telas de seda, con tinta, las flores del jardín.
He conseguido que alguien descuelgue el teléfono en casa. La corta conversación consigue que la cabeza se me llene de canciones de Chavela Vargas... ¡Que me sirvan otro vaso y muchos más!
De té, para mí sólo hay té... si me gustara la cerveza...
De té, para mí sólo hay té... si me gustara la cerveza...
Me saca de mi estado de mujer despechada la conversación de los muchachos sobre el adiestramiento de los cormoranes para la pesca que, por lo visto, se practica en este lago. Y me hacen reír las mujeres que venden por la calle y que me colocan unos adornos en el pelo que se sujetan enrollando en ellos un mechón y, también la discusión, simpática, con un limpiabotas, el primero que vemos, fastidiado porque ninguno de nosotros lleva zapatos que poder limpiar.
Y hasta me asombro de que el compañero fogoso, que comparte habitación conmigo, no entiende la razón por la que a él no le llaman para ofrecerle un masaje y a los otros sí.
La noche es agradable, incluso fresquita, la música de los comercios sigue sonando y mañana iremos a ver las tres pagodas.
Exprésate completamente; después guarda silencio. Sé como las fuerzas de la naturaleza: cuando sopla el viento sólo hay viento; cuando llueve, sólo hay lluvia; cuando pasan las nubes, brilla el sol.
Lao Tzu.
Lao Tzu.
Este librito sirve para todo y "el que no se consuela es porque no quiere", también.
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