sábado, 7 de noviembre de 2009

Camino de Dali

Madrugón, una vez más, para tomar el autobús que nos lleve hasta Dali.
Al final, el tal “slipper” no sale hasta las diez de la mañana, tres horas después de lo acordado. Las mochilas empiezan a pesar como si estuvieran cargadas de piedras, aunque los libros ya leídos se han ido quedando atrás, junto con vaqueros rotos y algún que otro calzado inservible de tanto mojarse.

Es indescriptible el vehículo. Un enorme autobús de dos pisos, cuyas plazas consisten en unas cochambrosas literas en las que tienes que ir tumbada por fuerza sobre unos trapos mugrientos y siempre con el riesgo de que cualquier inmundicia te caiga encima. La costumbre de escupir parece ser una tradición de todas las provincias de China.
Dudamos si elegir arriba o abajo pero al final decidimos que será abajo, con el riesgo que supone, pero es que la distancia entre la cama y el techo en las de arriba no es suficiente ni para mi corta estatura, en ellas, los chicos, no podrían moverse.

Curiosamente el billete dice “slipper luxury”, hay que reírse a la fuerza, es, con diferencia, el peor transporte utilizado, pero el único que nos lleva directos a Dali, el tren nos obligaría a hacer demasiados trasbordos.
Tan solo yo puedo sentarme, al estilo "meditando voy", los muchachos se dan unos golpes de cuidado con los hierros del camastro superior, en cuanto se descuidan a la hora de revolverse, uno de ellos sale herido del último coscorrón, con sangre y todo, así que el hacer el concurso de "a ver quien sale más limpio de la aventura" que intento proponer, no cuela, bastante tienen con mantener la compostura.
A pesar de las nueve horas que dura el viaje, de la incómoda postura, de tener que sortear todo lo que los vecinos de arriba nos tiran (me han puesto perdida con las pieles de las frutas que van comiendo) y de la conducción temeraria, el paisaje permite ser disfrutado. Por supuesto, mientras me como unas naranjas, buenísimas, que le he pedido al lanzador de basura del piso superior y que él me ha dado con mucha gracia y mucha sonrisa, que siempre se agradece.
Grandioso, impresionante: lagos, montañas, pueblos, campos... Las terrazas artificiales sembradas de arroz asemejan pinturas impresionistas. Todo es tan inmenso que no caben las comparaciones, cualquier otro accidente geográfico visto antes, en otra parte, me parece ahora diminuto.
Se hace un alto en el camino para la comida pero ni siquiera mis mosqueteros son capaces de comer en el lugar elegido por la compañía de transportes, alguno se atreve a ir al lugar destinado a lavabo y sale de allí completamente pálido. Le preguntamos y sólo contesta... dejadme...dejadme.


En este pequeño lugar, donde el autobús se detiene, como en otros vistos antes, a la entrada, en un lugar resguardado por un techo de paja, hay una enorme pizarra con signos escritos.
Primero pensé que serían anuncios de venta de productos, pero no veo números (los números chinos sí que me los sé, no así las letras-signos). No tengo ni idea de si se trata de algún tipo de “escuela”. Me imagino que puede venir, de vez en cuando, algún maestro y enseñar a todos algo, utilizando esta pizarra.
También puede ser un lugar en el que vayan poniendo las noticias... Digo que esto ha de ser el dazibao auténtico, anterior al impreso en papel que vemos en las paradas de los autobuses, pero los chicos no me dan la razón en mi elucubración. Siempre me quedaré con la duda, ninguno de los lugareños se anima a intentar explicármelo, son aún más huidizos, si cabe. Ni siquiera me contestan, sólo miran.
Me dirijo a otro grupo de gente que está sacando del maletero del autobús unos sacos cargados con algo que se mueve dentro para preguntar más preguntas, pero tampoco obtengo respuestas. Creo que están transportando animales de forma clandestina pero... a saber.
Nos queda la contemplación del paisaje, del valle que hay frente a los edificios mal construidos... eso, eso... es un valle, imponente, por lo menos... Y así me quedo hasta que, una hora después, el autobús "luxury" continúa con la ruta.

 

Se empiezan a ver bastantes plantaciones de tabaco y secaderos. Es una zona agrícola de producción abundante y de densidad de población muy baja, atravesamos muchos kilómetros sin ver ningún poblado, tan solo algunas casas aisladas.
En esta provincia de Yunnan y, más aún, en esta zona de Dali, predomina la etnia Bai (que en Chino significa blancura), siempre tratando a lo largo de la historia de zafarse del dominio de los Han, aquí están hoy, parte de la Gran China, luciendo sus vistosos y coloridos vestidos las mujeres, alegres y fuertes.

Los hombres, cosa curiosa, son más guapos o a mi me lo parece, muy altos y de rasgos angulosos y frente muy amplia. Digo que éstos son los personajes de las películas de Zhang Yimou.
Nos alojamos en un buen hotel, barato pero precioso, en una calle comercial y peatonal, llena de tiendecitas de artesanía. Cerca del lago Erhai, muy cerca. Presiento que esta idea de finalizar nuestro paseo juntos por China veraneando en Dali será uno de los aciertos del viaje.

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