domingo, 2 de mayo de 2010

Imágenes y el Irán de Kapuscinski


Llevaba unos días dándole vueltas al tema de la profusión de imágenes que continuamente nos invade y el poco tiempo que tardan en desvanecerse, como si la capacidad de imaginar más allá del impacto de la imagen estuviera entumecida.
Pensando en lo lejos que quedan aquellos momentos de escuchar contar un cuento o una historia y que el paisaje se perfilara en tu imaginación solamente a través de las palabras.
No vi ningún dibujo, ninguna imagen de las primeras historias que de niña me contaron, me lo mostraron solamente con palabras pero el escenario se dibujó en mi memoria y ahí permanece, mientras que ahora, me ofrecen una imagen tras otra y casi todas se van tan rápido como vienen.
Desde ese pensamiento y la nostalgia que me provocaba llegué al de hoy debería dedicar un poco de tiempo a llorar, llevo demasiado tiempo sin llorar, noto los ojos secos por dentro... mientras trataba de repasar en mi memoria los estantes en los que apilo esas películas aptas para el ejercicio del llanto.

Era el momento de mi almuerzo, divino momento, el más parecido en mi vida diaria, a aquel otro, tan lejano ya también, cuando me sentía una diosa (eres una pardilla, me decía él y he de reconocerle, hoy, que era más sabio que yo).
Mientras me dejaba querer, en mi bar de cabecera, terminé de repasar, por tercera vez el libro que no leí antes de irme a pasear por Irán, releí mis subrayados, saboreándolos... y mi deseo matutito se vio satisfecho: lloré, lloré suave y despacio unas lágrimas grandes, lágrimas con el poder de serenar la mirada y la sonrisa, de bajar los hombros, de apaciguar la voz.
"Algo cercano, sugerente, con la capacidad de atraerte, por si mismo, para ocuparte el resto de la vida si quieres", escribí al final del libro porque, conociéndome, sé muy bien que otras cosas me la ocuparán sin duda.
En "El Sha o la desmesura del poder", Kapuscinski hace un recorrido por la historia de Irán narrando, contando, desde la visión de fotos o viejos artículos de periódicos que el libro no enseña. No veo la imagen pero él la cuenta y desde ella, con su contar, te hace llegar hasta mil lugares en el espacio y en el tiempo.

Su percepción, su análisis de la revolución iraní y de todas las revoluciones, su visión de la desaparición del Trono del Pavo Real (el mismo que allá, en Agra o en Fatehpur dejó su impronta), sus sentimientos, sus ideas, su desazón, su fin de año ante la embajada americana mientras aún los rehenes estaban dentro, me estremecieron y emocionaron. Llega desde la foto de la multitud hasta la descripción del primer plano de una forma magistral y bien cargada de ternura.

Mi yo, simple, pequeño, se sintió reconfortado ante su confidencia de desear ponerse a limpiar los cristales para cortarles el paso a la decepción y a la depresión ante los fracasos ¡le sentí tan cercano!
En mi mente se quedó prendida la imagen del Irán de los años ochenta, con tanta nitidez como se quedó el bosque por el que correteaba Caperucita después de oír a mi madre contarme, por primera vez, el cuento y... le habría besado.

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