lunes, 12 de abril de 2010

En las Torres del Silencio de Yazd


No entro al dichoso Atheshkadé, el Templo del Fuego, en el que mantienen encendida la llama los zoroástricos persas, la Atash Bahrams, obtenida directamente del rayo y cuidada por el sacerdote (Dastur). Dicen que solamente se conservan en Irán dos llamas de esta primera categoría, una aquí, en Yazd, otra en Teherán.
Me quedo sentada fuera, hay demasiada gente a causa de las fiestas del año nuevo, todos los iraníes están haciendo turismo y yo, la más bajita de la familia, me agobio entre las multitudes, cuando solamente puedo ver el sobaco del que va delante.
Aga Alá (señor Alá), el guía, un liante de cuidado que dice que me pretende como segunda esposa, hincha un globo y me pide que se lo regale a un niño, así pues, me coloco en la puerta de entrada al templo y elijo a una niña para ofrecerle el presente, pero ella lo rechaza, no lo entiendo, me mira con cara asustada y se va corriendo.
Luego viene su madre y me pregunta el precio del globito de marras.
Es un regalo, le digo, la mujer se lo explica a la chiquilla y la niña, entonces, lo acepta pero vuelve a marcharse a carrera limpia. Creo que como regaladora de globos no tengo yo mucho futuro en Yazd.
En las Torres del Silencio, subo a las dos, con el calor del mediodía y... aquellas ropas, más adecuadas para actuar de plañidera en un velatorio que para subir montañitas, eso sin contar con el montón de cosas que durante un viaje se llevan colgadas del cuello y de los hombros.
Allí era donde el mago, después de preparar al muerto, lo dejaba en el pozo, abierto en la cima, para que su carne fuera comida por los buitres. Si se comían primero el ojo derecho, significaba que el difunto había ido al paraíso, en caso de que se comieran el izquierdo... es que era un mal hombre. Listillos los magos, ponían una piedra en el ojo izquierdo para hacerle más fácil al buitre empezar por el derecho.
Cuando solamente quedaban los huesos, ya calcinados por el sol, entonces, se producía el enterramiento.
Ahora, esta práctica está prohibida en Irán. A pesar de que la existencia de comunidades zoroástricas, adoradores de Ahura Mazda, le da a la "república islámica" un toque permisivo y colorista, los seguidores de Zaratustra son obligados a enterrar a sus muertos directamente en la tierra, con carne pegada y todo, asunto que entra, de plano, en conflicto con una de sus creencias: la impureza de la carne no debe tocar la tierra. Vamos, como si a ellos, musulmanes, se les obligara a comer jamón.
Allí mismo está el cementerio, que en nada se distingue de los nuestros. Eso sí, las tumbas no eran muchas, lo que me hace pensar que la comunidad zoroástrica o... es muy pequeña o... practican su rito en otra parte o... han logrado inventar el elixir de la juventud eterna.
La vista desde lo alto de las torres es realmente impresionante, mereció la pena seguir a los vascos que fueron a por la segunda, la más alta, como si de una competición se tratara, a ritmo de "tonto el último", pero el pabellón asturiano no iba a dejarse amedrentar por una subidita de nada.
Este es el post "suave" que me traigo de este viaje en cuanto a cementerios, por la cosa de hacerle caso al Veterano V(B)iajeroinsatisfecho ¡malamatí! (¡salud! en parsi).

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