miércoles, 21 de abril de 2010

Amables, risueños, conversadores

Así son las gentes en Irán, sonríen, se acercan, preguntan y se quedan conversando tanto tiempo como tú quieras. A veces son el padre o la madre quienes mandan al niño con algo así como “vete tú, que para eso estudias inglés”.
No pretenden venderte nada, suelen decir “somos persas, no árabes”, no hay peligro de que traten de colocarte una alfombra, solamente quieren hablar.

La primera pregunta solía ser:"¿Eres rusa?"
Y al contestar, “no, soy española” ya me preparaba para lo siguiente que vendría casi con toda seguridad: el fútbol, asunto ajeno a mis intereses, pero del que no me quedó mas remedio que enterarme pues el que haya un par de jugadores iraníes en el Osasuna parece un asunto de interés nacional.
Percibí un interés grande en saber lo que pensamos de ellos en occidente, de su cultura, de sus costumbres, de los vestidos de las mujeres, si sabemos quienes son, si conocemos su historia o solamente estamos atentos a los temas del uranio.
Algunas mujeres me encontré que se sentían incómodas con el yihab, otras, las que van con el chador a todas partes, ésas argumentaban que lo llevaban por gusto y por Alá.
A las defensoras de la ropa de monja con un "You´re so ungly" las despachaba a toda prisa, que no fui a Irán a hablar con beatas.
Te puedes reír y mucho con las mujeres, les gusta reír, mirar, tocar... solían formar un buen alboroto cuando, al preguntarme por el marido, les contestaba que “le había dado la patada”, lo entendían perfectamente sólo con el gesto.
Una abuela comentaba: "también yo se la daré al mío" y, el hombre, a mi lado, me ofrecía un cigarrillo. Me cayó bien aquel tipo.

 
"Mejor no", le digo, mientras su yerno, con una camiseta bien ajustada y letras brillantes, donde se podía leer “ZARA” movía la cabeza de un lado a otro, mirando a su guapa y lista mujer, diciendo: ésta sí que me la dará a mí como la conversación se alargue.
Los matrimonios son concertados por los padres, es un sistema muy similar al de la India. En principio, es la madre la que busca mujer para su hijo casadero. Si, después de un repasillo, el muchacho no tiene nada que oponer a la elegida por la madre, entran en juego los varones, los padres, que son los que ajustan el precio, el precio de la boda y el precio de la mujer: el marido habrá de poner un dinero en garantía de un futuro divorcio, que le será, en ese momento terrible para ellas, entregado a la mujer, en teoría, a la familia que la acoja nuevamente, en realidad.
Y los precios varían, por supuesto, dependiendo de la calidad de lo que se compra, su estatus social, su presencia, sus... ¿virtudes?
En caso de divorcio, los hijos, siempre, siempre, son del padre, la madre solamente puede tener a las hijas hasta los siete años, luego, los pierde para siempre. Si sucede que el dinero aportado en la firma del contrato desaparece, la mujer se puede encontrar, tras el divorcio, en la situación que Jafar Panahi nos relata en su película El círculo.
Además, Corán en mano, hay muchas razones para pegar a la mujer, cosas del estilo de "no estaba en casa cuando llegué" son razón suficiente según su ley para pegar y para divorciarse. Ponían cara de extrañeza cuando les decía que aquí –normalmente- no se paga por la mujer con la que te casas, hasta ellas torcían el ceño. Esposa y precio van unidos.
Si, también hablé con algún universitario rebotado contra ese sistema pero me comentaba que, incluso en la universidad, hay serias dificultades para encontrar a la que opine de forma similar y que el alto porcentaje de mujeres iraníes en la universidad tiene algo que ver con el encontrar un mejor partido para la boda tradicional.

El muchacho, la viva imagen del “muchacho persa”, guapo, suave, atento, con un ángel increíble y con el que disfruté de una noche mágica de luna llena, en la terraza del hotel del que era el guardián, mientras veíamos los minaretes de la Mezquita del Viernes de Yazd, lo que desea es irse a París y estar allí, con su novia francesa, pero no tiene pasaporte, los muchachos persas no obtienen pasaporte hasta que no cumplen el servicio militar y él no quiere saber nada de armas o ejércitos.
Ellas, las muchachas persas, no consiguen un pasaporte más que a través del padre o del marido.
Me miraba y decía… "es muy difícil escapar de aquí para una mujer iraní".
Y yo le contestaba: me escaparía, a través de las montañas y llegaría a Turquía.


¿Traigo más tabaco? Decía él.
Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una, las dos... y hasta casi las tres y caminé por las calles desiertas de la ciudad en las que tan solo encontré algunos soldados dormitando en las esquinas. Y estaba cerrado el portón de mi hotel, un antiguo "caravanserai" reformado, precioso. Y el timbre era de pega y no quedaba más remedio que escalar pero, ante el ruido de los pies contra el metal del portón, un hombre salió de un coche que estaba allí aparcado y, somnoliento, abrió la puerta.


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