martes, 22 de diciembre de 2009

Nadeando

No hacía cuentas, no tenía agenda, no aceptaba obligaciones, su ritmo, ciertamente, se parecía al de los peces de los documentales, nadando despacio de un lado a otro, sin que nadie sepa a donde van a no ser que el comentarista lo explique.
Pero el comentarista andaba de vacaciones así que no tenía ni idea de cual era el destino del lento movimiento.
El perro, guasón, miraba hacia otro lado, cuando le preguntaba. El también nadeaba lo suyo y no se hacía cábalas con el asunto.


Y el agua, en el fondo del mar, al menos, dicen que es negra, así que negro le gustaría poner el color sobre el que juntar las letras, pero le daba pereza el cambio.
Se dice "como pez en el agua" para explicar que se está estupendamente, pero ¿quién sabe como se siente un pez en el agua?
Si es cuestión de nadar, se supone que al estar en su medio, se sentirán a gusto, pero lo mismo podríamos decir de los humanos cuando caminamos y no siempre es cierto. Son más bien poquillos los momentos en los que caminamos con soltura y comodidad, o los que caminaba ella, por lo menos.
Pues nadar, nadar, no nadaba mucho, nadear, nadeaba cada vez más. Se estaba convirtiendo en costumbre el pasar los días nadeando de aquí para allá, todo era un nadear entre la nada.
Se daba un poco de susto pensando que lo vivido, el pasado, pesaba ya tanto que conseguía que el presente pareciera liviano. Se ponía a susurrarse historias para levantarse la moral y no se le ocurría historia nueva, todas eran ya repetidas, con la sola diferencia de que terminaban antes, algunas, incluso antes de comenzar, por pura pereza.
El año había sido lento, muy lento, el más lento que recordaba. Los hubo peores, si, pero no tan lentos...
Sin ganas de ponerle chispa a los días, ni siquiera se daba el chute de adrenalina de rigor al repasar los asuntos pendientes.
Sería que era invierno, sería que había llegado el frío, sería... sería...o no sería nada.
También pudiera ser que le faltaran dificultades, cuestión que siempre le había resultado en extremo seductora. Todo lo que era obligado hacer era fácil, no aparecía ningún reto a la vuelta de la esquina para ofrecerse y no se le ocurría o no tenía ganas de ponerse a buscarlo.
¿Sería a eso a lo que llaman el Nirvana? Siempre enlazó esa palabra con un estado de aburrimiento absoluto, pero si el nirvana era eso no era aburrido, simplemente, era nada.

Desde la ventana pudo ver, en la desierta plaza, al vendedor de globos que leía el periódico y la imagen le sirvió de aliciente para seguir nadeando o pensando en que el nadear, algunas veces, es un lugar muy concurrido.

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