Todavía es de noche cuando tomamos el rickshaw que nos llevará a carrera limpia hacia el río, por las callejuelas estrechas y empinadas, desde nuestro albergue situado junto al parque de Sarnath.
Desde la barca vemos la "gran movida" matutina en el Ganges. Aquellas escaleras como una romería, repletas de gente que se baña en el agua de color chocolate, que medita, que lava la ropa o los cacharros de cocinar, que canta. Un fluir de gente en un río quieto.
El transporte va motorizado y el muchacho conductor disfruta haciendo ruido, con gozo y con orgullo presume ante los que le saludan de haber conseguido clientes tan temprano y aprovecha el paso por delante de su casa para pararse a saludar a la familia.
Desayunamos en la terraza de un hotel y desde allí vemos como se despierta el sol por encima de la tenue lluvia. Hay una buena vista desde la terraza. A lo lejos se ven los búfalos bañándose y los pastores manejando el rebaño.
Bajamos al río y alquilamos una barca que nos pasea por la orilla durante una hora. Vamos nosotros cuatro, el barquero, su hijo adolescente que le ayuda con los remos y un niño de unos tres años, realmente hermoso, sus ojos resaltan con el khol, juega con nuestros artilugios de turistas, sonríe y, de vez en cuando, mira a su padre.
El padre asiente con la mirada, el niño sigue feliz, contemplando también, instinto puro.Desayunamos en la terraza de un hotel y desde allí vemos como se despierta el sol por encima de la tenue lluvia. Hay una buena vista desde la terraza. A lo lejos se ven los búfalos bañándose y los pastores manejando el rebaño.
Bajamos al río y alquilamos una barca que nos pasea por la orilla durante una hora. Vamos nosotros cuatro, el barquero, su hijo adolescente que le ayuda con los remos y un niño de unos tres años, realmente hermoso, sus ojos resaltan con el khol, juega con nuestros artilugios de turistas, sonríe y, de vez en cuando, mira a su padre.
Desde la barca vemos la "gran movida" matutina en el Ganges. Aquellas escaleras como una romería, repletas de gente que se baña en el agua de color chocolate, que medita, que lava la ropa o los cacharros de cocinar, que canta. Un fluir de gente en un río quieto.
Detrás del gentío, la humareda de los crematorios.
Todos colaboramos en la tarea del remar... el barquero es agradable, sonriente y tranquilo y nos sentimos incómodos viendo a alguien hacer un trabajo duro para nuestro disfrute.
Disfrutamos remando y él disfruta con nuestro esfuerzo. Justo intercambio de disfrutes, creo.
Transcurrida la hora de alquiler, el barquero nos "deposita" en la escalera central y nos sentamos allí un buen rato para ver lo mismo, pero desde atrás.
Hay un hombre que debe ser importante, no se baña, tan solo medita mientras otros dos sostienen una sombrilla sobre su cabeza para que la lluvia no le moleste, permanece inmóvil, ocupando todo el entarimado de madera que parece haber sido construido para él. Sus criados, me imagino que son sus criados, queman incienso y preparan frutas y arroz a sus espaldas.
Cerca, una mujer grande, con incontables michelines en su espalda, parece que vigila a los que yo supongo criados del que medita y les da órdenes para que los alimentos estén dispuestos cuando el hombre deje de dirigir su mirada hacia el vacío.
Otro grupo de mujeres se dedica a perfumar su cuerpo con las guirnaldas de jazmín que una de ellas trae en la cesta. Un hombre se les acerca con más flores y entre todas forman un buen alboroto por escoger la mejor, para adornarse, combinándola con el color de su ropa.
Algunos jóvenes se zambullen como si de un pozo de agua cristalina se tratara, ríen, montan bronca, como cualquier chaval de mi pueblo, en el verano, en el río. Otros van y vienen, llenan sus cacharros con el agua y se la llevan a sus casas, vuelven a por más, espero que no la usen para beber.
Miro el inmenso crematorio que tenemos detrás pero no me impresiona lo más mínimo, no impresiona a nadie, es parte del paisaje.
Lo que sí me impresiona es la cantidad de barcas que están ahora al otro lado, cargadas de turistas, japoneses sobre todo, grabando con sus cámaras este momento.
Nos levantamos de nuestros asientos en la escalinata y damos un paseo por las callejuelas en las que la gente vive, trabaja, vende el producto de su trabajo. Vive.... junto con las vacas, con las cabras y los perros que ocupan la mayor parte del diminuto espacio.
Compramos pistachos, compramos ungüentos, compramos frutas, cada ventana que se abre a la calle es un lugar en el que comprar algo.
Pienso en Tagore, pienso en mis diecisiete años, pienso en Malini... "¿Qué haces así, hija mía, sin vestirte como corresponde a tu edad y a tu hermosura? ¿Y tus adornos? Aurora mía ¿cómo puedes dejar tu cuerpo sin su oro?"
Y me hubiera gustado que quien interpretó esa obra conmigo en aquellos nuestros años jóvenes hubiera sido capaz de seguirme en el camino y llegar hasta esta mañana de ver amanecer junto al Ganges y con ese pensamiento me recojo el pelo con el coletero de jazmines que un niño me vende.
Disfrutamos remando y él disfruta con nuestro esfuerzo. Justo intercambio de disfrutes, creo.
Transcurrida la hora de alquiler, el barquero nos "deposita" en la escalera central y nos sentamos allí un buen rato para ver lo mismo, pero desde atrás.
Hay un hombre que debe ser importante, no se baña, tan solo medita mientras otros dos sostienen una sombrilla sobre su cabeza para que la lluvia no le moleste, permanece inmóvil, ocupando todo el entarimado de madera que parece haber sido construido para él. Sus criados, me imagino que son sus criados, queman incienso y preparan frutas y arroz a sus espaldas.
Cerca, una mujer grande, con incontables michelines en su espalda, parece que vigila a los que yo supongo criados del que medita y les da órdenes para que los alimentos estén dispuestos cuando el hombre deje de dirigir su mirada hacia el vacío.
Otro grupo de mujeres se dedica a perfumar su cuerpo con las guirnaldas de jazmín que una de ellas trae en la cesta. Un hombre se les acerca con más flores y entre todas forman un buen alboroto por escoger la mejor, para adornarse, combinándola con el color de su ropa.
Algunos jóvenes se zambullen como si de un pozo de agua cristalina se tratara, ríen, montan bronca, como cualquier chaval de mi pueblo, en el verano, en el río. Otros van y vienen, llenan sus cacharros con el agua y se la llevan a sus casas, vuelven a por más, espero que no la usen para beber.
Miro el inmenso crematorio que tenemos detrás pero no me impresiona lo más mínimo, no impresiona a nadie, es parte del paisaje.
Lo que sí me impresiona es la cantidad de barcas que están ahora al otro lado, cargadas de turistas, japoneses sobre todo, grabando con sus cámaras este momento.
Nos levantamos de nuestros asientos en la escalinata y damos un paseo por las callejuelas en las que la gente vive, trabaja, vende el producto de su trabajo. Vive.... junto con las vacas, con las cabras y los perros que ocupan la mayor parte del diminuto espacio.
Compramos pistachos, compramos ungüentos, compramos frutas, cada ventana que se abre a la calle es un lugar en el que comprar algo.
Pienso en Tagore, pienso en mis diecisiete años, pienso en Malini... "¿Qué haces así, hija mía, sin vestirte como corresponde a tu edad y a tu hermosura? ¿Y tus adornos? Aurora mía ¿cómo puedes dejar tu cuerpo sin su oro?"
Y me hubiera gustado que quien interpretó esa obra conmigo en aquellos nuestros años jóvenes hubiera sido capaz de seguirme en el camino y llegar hasta esta mañana de ver amanecer junto al Ganges y con ese pensamiento me recojo el pelo con el coletero de jazmines que un niño me vende.
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