martes, 20 de octubre de 2009

Kunming




En Kunming por fin, con cuatro días de retraso sobre el plan inicial, pero hemos llegado. Estamos en la capital de la provincia de Yunnan, muy al Sur, hemos dejado el Tíbet al norte y nos situamos en la zona fronteriza con Vietnam, Laos y Myanmar. En chino llamada "la ciudad de la primavera eterna". No ha sido nada fácil llegar hasta aquí desde Pekín en autobuses y trenes pero hemos hecho un largo recorrido del que no podemos evitar sentirnos orgullosos.


La primera faena del día ha sido ir a comprar los billetes de avión para Hong-Kong, preparando el momento en el que nuestros destinos se separen y en previsión de que, en el siguiente destino común, Dali, no encontremos agencia. El compañero de Barcelona y yo volaremos a Hong-Kong y desde allí ya tenemos la vuelta a casa, mientras que los dos de Valencia, continuarán el viaje durante otras dos semanas más hasta Shangai, en trenes y autobuses. Cumplidores con el Tao al menos en ese pequeño detalle de "si quieres armonizar con el Tao, haz tu tarea y suéltala luego".
El centro de la ciudad es muy comercial, pero comercial de rastrillo, todo atiborrado de tiendas llenas de relojes de marcas caras a precios de risa. También llaman mi atención las peluquerías, donde las novias y novios se preparan para la ceremonia, a la vista de todos, es su forma de celebrar el festejo.
Los trajes son totalmente a la europea, y la gente se agolpa frente a las enormes cristaleras para ver todo el proceso del "camuflaje". Hay aplausos cuando una pareja queda preparada para la foto.
Mi mirada se queda pegada en los escaparates de las tiendas de instrumentos musicales. Me muero de ganas de llevarme un "Erhu" (dos cuerdas) para mi colección, pero aún quedan muchos días de viaje para cargar con él, quizás a la vuelta de Dali me anime.

Todo el día a sopitas, congestionada por el resfriado y disfrutando viéndoles comer, mejor dicho, abalanzarse sobre los platos y dejarlos limpios en un segundo. Un pequeño desacuerdo con el Tao en lo que respecta a las comidas pero... son tan felices comiendo.
¿Los sabores nublan el gusto?




Me pido la tarde libre, para descansar con unas aspirinas, amén de que la conversación sobre sus andanzas erótico festivas de pago me deja en situación de fuera de juego. Así que mejor les dejo que disfruten con sus batallas y me dedico a batallar contra la fiebre que pretende acompañarme.
Pierdo y el malestar gana, me mantiene en un duerme-vela horas y horas. Vienen, entre paseo y paseo, a ver como sigo, quieren quedarse pero no es compañía lo que necesito, sólo el contenido de mi pequeño pero bien surtido botiquín, preparado con esmero por la amiga viajera de profesión enfermera.


Detrás de los barrotes de la ventana de la habitación puedo ver un trozo de ciudad, de barrio antiguo rodeado de edificios altos, tejados de diferentes alturas en una zona bien compactada y sin más espacio libre que los pequeños patios interiores. De vez en cuando me levanto a mirar, también hay vida sobre los tejados, siempre hay alguien haciendo alguna cosa. La verdad es que todos necesitan reparación urgente pero quizás tengan los días contados. Esta capital de la provincia sureña de Yunnan está creciendo rápidamente y el espacio que ocupan esas casas antiguas será engullido pronto por los voraces rascacielos que ya casi se le echan encima.
Pierdo la noción del tiempo, entre tanto dormir y dejar de dormir sin llegar a despertar. Muchas pesadillas también, que me traen gestos y palabras desde lejos. Por momentos no sé ni donde estoy. Sólo la ventana y el moho en los tejados para orientarme. El libro que me traigo entre manos tampoco ayuda mucho, Jules Valles, intenta llevarme a una Francia de otra época con ¨L´énfant" pero todo es un pasar páginas sin enterarme apenas.
 

El sueño reparador y las medicinas me dejan, dos días después, con unos kilos de menos y dispuesta a continuar con el callejeo y los paseos por los parques, muchos y hermosos en esta ciudad, en los que los hombres siguen con la costumbre de pasear a los pájaros enjaulados. También les gusta juntarse a cantar, ingredientes suficientes para hacer de la tarde una delicia. Suenan acordeones en algunos rincones del parque, hay afición a la música en este lugar.
Música, flores y conversación con un abuelo que pasea orgulloso a su pájaro azul. Noventa años dijo que tenía el hombre, aún viste el "traje mao" como señal de resistencia a los cambios tan rápidos que se están sucediendo. Nuestro año de estudiar chino no ha sido en balde, alguna que otra palabra entendemos y es un gozo el encontrar la justa para contestar y ver que el interlocutor se lanza a explicar, creyéndonos conocedores de su idioma. Nos decía los nombres de las flores y de los árboles en chino mandarín, nombres imposibles de retener en la memoria. Compensamos su regalo cantándole las primeras estrofas del himno (que trajimos preparadas de casa) y nos acompaña en el canto sonriente...
"qi lai bú yuàn zuó nú li rén men...zhù chéng wǒ men xīn de cháng chéng Zhōng huá... mín zú dào le...".
Ninguno de nosotros es aficionado a los himnos pero el buen hombre ha sido tan amable que alguna cosa le teníamos que dar a cambio de sus atenciones.
Los compañeros me cuentan, me hablan, mientras cruzamos los puentes sobre el lago, de los otros parques visitados y que yo no podré ver y como, en uno de ellos, se encontraron con un español, el primero en cuatro semanas largas. Me hablan del Templo Dorado, del bosque que lo rodea...
La noche nos alcanza mientras descansamos en una terraza en la misma orilla del lago Dian. La luna llena trata de desprenderse de las nubes que le impiden la vista del lago, obstinada y leve.

Mis mosqueteros me compensan en la despedida de Kunming con una estupenda cena en la que, por fin, tenemos vino tinto y se lo agradezco, no ha sido fácil encontrar el lugar, hemos tenido que abandonar nuestra costumbre de comer en lugares sencillos y entrar en un hotel “de lujo” para poder disponer del preciado líquido.
Buscando la cena que poder regar con vino (hasta ahora no hemos encontrado más que cerveza y a mi no me gusta), hemos vivido una aventura tratando de encontrar el comedor en un hotel ruso, estuvimos recorriendo pasillos y cuartos durante un buen rato, sin apenas luz, lugar fantasma, hasta que dimos con la mismísima cocina y allí nos dijeron que "mei ou", que nada, no estaba abierto. Absolutamente lúgubre el lugar.

Estupendo broche de brindis con tintorro chino en esta ciudad de parques y flores de la que nos despedimos con un “hasta luego” para irnos de veraneo a Dali.


Wang Wei y Pei Di son poetas chinos del siglo VIII, amigos y, el segundo de ellos, también pintor y músico. Estos poemas pertenecen al género shi.
 

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