viernes, 30 de octubre de 2009

Granada tuvo que ser



Era mayo, eran días de fiesta, era el calor, un calor murciano impregnado de olores nuevos. Era un coche, una pequeña bolsa de viaje, era una llave que abriría, quizás, la caja de los truenos.
La canción dice "Sevilla tuvo que ser"... pero no era Sevilla, era Granada. Una Granada diferente, sin jardines, sin Albaicín, sin Paseo de los Tristes, sin río Darro, sin Alhambra...
Era una Granada de bares, de tugurios, de garitos de todo tipo, de lugares que nunca antes había encontrado.






Era Granada vista de la mano de un mozo que allí había vivido e interpretado el papel de estudiante en la Facultad de Derecho ni más ni menos que durante catorce años, que nunca terminó la carrera pero que se licenció en juergas, juergas y vicios, antiguos, modernos y contemporáneos.



Aquella era su primera escapada de mujer adulta. Eran los treinta y cinco años recién estrenados y era el momento de darse un chapuzón fuera de los muros de la sacrosanta familia.



Se juntaban las ansias por conocer, el miedo a ser descubierta, el secreto gozo de engañar a quien te engaña. Era la vida clamando por volver a latir y alejarse de la tibieza.



Una vocecilla interior le estaba gritando: ¡salta!, gritaba cada vez más fuerte, obedeció, empaquetó sus miedos y los facturó bien lejos.



Era un momento importante, su alma, ya vieja, sabía que el momento era único: ahora o nunca. Y a pesar de que no hubo estrellas, ni lunas, ni campanas, sus consecuencias le sanaron las alas rotas.



Nació del salto una mujer nueva, sin pretensiones de comerse el mundo, pero firmemente decidida a no ser devorada por el pequeño país de lo conocido, a no seguir ahogando suspiros entre los estrechos muros levantados, decían, para protegerla de los males que acechaban fuera. No se comería el mundo pero se lo pondría por montera cuando hiciera falta.



Muchos mayos han pasado ya desde aquel mayo primero de su rebelión, de su locura, de su vuelo, y, desde esta distancia, se ve aquel mayo como un principio, de muchos males, de muchos bienes...



Uno de los bienes que se trajo de aquel mayo es la fuerza para decir que no, para salir corriendo de los lugares en los que es desdichada, para buscar nuevos paisajes, para ir a otras fiestas. Para volver a empezar cuantas veces haga falta hasta entender que se empieza siempre, cada día.



Otro, el saber que los amantes, vienen y van y desparecen, como dice la canción que hacen las penas, pero que su capacidad de amar sólo a ella le pertenece y la usa cuando quiere.



Aquel eterno estudiante dejó pronto de tener importancia, se fue casi igual que vino, sin razones. Apenas llegó el otoño, aquel loco amor de mayo, junto con la vida gris que le precedía ya no eran más que un montón de cenizas que desaparecieron con las lluvias del invierno, lluvias madrileñas, lejanas de los olores murcianos y de las noches granadinas.



Sin embargo, en su memoria, permanece aquel mayo de Granada, siempre vivo para darle luz y recordarle que tener emoción si se desea, tener paz si se busca, es asunto que sólo a ella le incumbe.



Y se siente escarabajo que consigue que el águila no encuentre donde poner sus huevos, como el escarabajo de la fábula de Esopo, que hasta del regazo de Zeus consiguió que se perdieran. Es mucho mérito para el escarabajo que las águilas no pongan huevos en la época en la que los escarabajos vuelan.

sábado, 24 de octubre de 2009

Fathepur Sikri



Las omnipresentes vacas nos acompañan en el paseo hacia la estación de autobuses de Agra mientras vamos pensando que ojalá el monzón nos conceda una tregua durante nuestra excursión para visitar Fatehpur Sikri, llamada "la ciudad fantasma".
Mandada construir por Akbar el Grande, emperador mogol del siglo XVI, para establecer en ella la capital de su imperio y trasladarse allí con su corte, desde Agra, y que hubo de ser abandonada, apenas quince años después, según dicen, por la falta de agua. Curiosamente permanece en mi memoria como un lugar lleno de vida, de colores, de movimiento.



A nuestra llegada, subiendo la empinada cuesta, vemos, a lo lejos, llamándonos, invitándonos a entrar, una de las torres que encierran la ciudad enmarcada en el verde de un tímido bosque bajo. La gente hace ruidos en las terrazas de las casas para evitar la visita de los monos que están por todos lados. Los niños suben y bajan, cargados con mercancías.

La ciudad, circular, está integrada por distintos palacios, pabellones, viviendas, mezquitas y tumbas. Cerrada por una muralla, excepto en la zona que mira hacia el lago.La piedra arenisca roja autóctona se utilizó en la construcción junto con distintos mármoles, traidos de lejos, quizá transportados en elefantes. Cuentan que, el emperador, analfabeto pero amante de las artes, dejó libertad a los decoradores y artistas locales y extranjeros, persas sobre todo, que participaron en la construcción, para que crearan los diversos edificios según sus tradiciones.





Las mujeres de colores van subiendo hacia la entrada, hermosas a mis ojos, mucho más que princesas de cuento. Pieles oscuras que contrastan con los alegres colores del algodón de sus saris. Llevan sus ofrendas, madejas de lana, quizás para rogar por el nacimiento de un hijo, quizás para ofrecerlas a otras mujeres venidas de lejos.




Un grupo de hombres apostados junto a una furgoneta, vigilan, pienso que son los que controlan a los chiquillos vendedores, que les suministran el material y les quitarán luego el dinero que recauden. "Deformación profesional", me dicen los amigos y bien pudiera ser cierto, pero no le encuentro mejor explicación a ese trajinar suyo.




La puerta de entrada, la gran puerta Buland Darwaza, que da entrada a la mezquita del viernes, nos espera al final de los estrechos y empinados escalones. Construida en mármol. Los chiquillos acechan nuestra entrada, cargados con sus baratijas de "plata".
Paseo por los distintos pabellones, sola y tranquila, mientras los compañeros ya han sido atrapados por el lugareño que ofrece sus servicios como guía y durante un buen rato disfruto simplemente. Mi "Loly" queda encerrada también en la mochila.
La antigua suntuosidad del palacio se percibe aún a pesar del deterioro y el paso de los años. Los salones, el juego del parchís, los pasadizos... Dejándome guiar por el olor del incienso voy a dar a un lugar en el que las mujeres de colores me ofrecen una madeja de lana para que, a mi vez, la ofrende, pidiendo hijos... no puedo dejar de sonreir. Allí me encuentro con los amigos nuevamente.




La gran plaza de la mezquita con la tumba de Salim Chisti construida en mármol blanco, con los almohadones, para quienes se acercan de rodillas a dejarle sus ruegos o a cumplir sus promesas.
Fue mandada hacer por el emperador en memoria del místico sufí que le auguró el nacimiento de sus tres hijos.
Cuenta la leyenda que Akbar, a sus veintiséis años, aún no tenía descendencia, oyó hablar del santo que vivía en Sikri y fue a visitarlo. El santo le bendijo y le anunció el nacimiento de tres hijos, entonces, el emperador se instaló allí con su primera mujer y nació el primer hijo muy pronto. Trajo a todas sus otras mujeres y nacieron otros dos.
Y, sigue contando la leyenda, que ésta fue la razón que llevó a Akbar a trasladar de Agra a Sikri la capital de su reino y a construir la ciudad de Fatehpur.
Pero yo, mujer descreída, no puedo por menos que pensar que el místico sufí debía tener poderes especiales, seguro que los tenía.
Peregrinos, vendedores, turistas, mendigos, todos deambulamos, los ojos abiertos, nos contemplamos, buscando el trueque: imágenes, dinero, pulseritas, información, sonrisas...Diversos pabellones, de distintos estilos, se muestran ante nuestros ojos, son el producto de los intercambios en las técnicas constructivas entre las poblaciones locales, los persas... el resultado es una mezcla agradable de conocimientos, de religiones, de culturas.
Las familias hacen un alto en su peregrinar por la ciudad a la hora de la merienda y los vendedores acuden raudos a ofrecer panecillos y frutas. Sabrosos panecillos, aún calientes, cubiertos con sésamo.
Los muchachos que nos acompañan en nuestro paseo por la ciudad, y que nos siguen aún cuando salimos de la zona de edificios para pasear las murallas, nos venden pulseras, pequeños candados en forma de elefante con un rudimentario y extraño sistema (que aún hoy soy incapaz de utilizar), cajitas con pequeños juegos de ajedrez.
Nos sentamos a disfrutar del sol, bien alejados ya de la ciudad, se sientan con nosotros, parloteando sin cesar.
Yo me pregunto cuanto les quedará del dinero que les damos, pero a ellos no parece importarles demasiado, cantan y juegan a nuestro alrededor, niños pobres, casi todos sin camisa, bromean incansables, hasta que un hombre les llama a lo lejos, el mismo hombre que vimos apostado junto a la furgoneta.
Anocheciendo, de vuelta a Agra, el monzón puso fin a su tregua y descargó con ganas, el río arrastraba en su corriente el cadáver de una de las omnipresentes vacas.






martes, 20 de octubre de 2009

Kunming




En Kunming por fin, con cuatro días de retraso sobre el plan inicial, pero hemos llegado. Estamos en la capital de la provincia de Yunnan, muy al Sur, hemos dejado el Tíbet al norte y nos situamos en la zona fronteriza con Vietnam, Laos y Myanmar. En chino llamada "la ciudad de la primavera eterna". No ha sido nada fácil llegar hasta aquí desde Pekín en autobuses y trenes pero hemos hecho un largo recorrido del que no podemos evitar sentirnos orgullosos.


La primera faena del día ha sido ir a comprar los billetes de avión para Hong-Kong, preparando el momento en el que nuestros destinos se separen y en previsión de que, en el siguiente destino común, Dali, no encontremos agencia. El compañero de Barcelona y yo volaremos a Hong-Kong y desde allí ya tenemos la vuelta a casa, mientras que los dos de Valencia, continuarán el viaje durante otras dos semanas más hasta Shangai, en trenes y autobuses. Cumplidores con el Tao al menos en ese pequeño detalle de "si quieres armonizar con el Tao, haz tu tarea y suéltala luego".
El centro de la ciudad es muy comercial, pero comercial de rastrillo, todo atiborrado de tiendas llenas de relojes de marcas caras a precios de risa. También llaman mi atención las peluquerías, donde las novias y novios se preparan para la ceremonia, a la vista de todos, es su forma de celebrar el festejo.
Los trajes son totalmente a la europea, y la gente se agolpa frente a las enormes cristaleras para ver todo el proceso del "camuflaje". Hay aplausos cuando una pareja queda preparada para la foto.
Mi mirada se queda pegada en los escaparates de las tiendas de instrumentos musicales. Me muero de ganas de llevarme un "Erhu" (dos cuerdas) para mi colección, pero aún quedan muchos días de viaje para cargar con él, quizás a la vuelta de Dali me anime.

Todo el día a sopitas, congestionada por el resfriado y disfrutando viéndoles comer, mejor dicho, abalanzarse sobre los platos y dejarlos limpios en un segundo. Un pequeño desacuerdo con el Tao en lo que respecta a las comidas pero... son tan felices comiendo.
¿Los sabores nublan el gusto?




Me pido la tarde libre, para descansar con unas aspirinas, amén de que la conversación sobre sus andanzas erótico festivas de pago me deja en situación de fuera de juego. Así que mejor les dejo que disfruten con sus batallas y me dedico a batallar contra la fiebre que pretende acompañarme.
Pierdo y el malestar gana, me mantiene en un duerme-vela horas y horas. Vienen, entre paseo y paseo, a ver como sigo, quieren quedarse pero no es compañía lo que necesito, sólo el contenido de mi pequeño pero bien surtido botiquín, preparado con esmero por la amiga viajera de profesión enfermera.


Detrás de los barrotes de la ventana de la habitación puedo ver un trozo de ciudad, de barrio antiguo rodeado de edificios altos, tejados de diferentes alturas en una zona bien compactada y sin más espacio libre que los pequeños patios interiores. De vez en cuando me levanto a mirar, también hay vida sobre los tejados, siempre hay alguien haciendo alguna cosa. La verdad es que todos necesitan reparación urgente pero quizás tengan los días contados. Esta capital de la provincia sureña de Yunnan está creciendo rápidamente y el espacio que ocupan esas casas antiguas será engullido pronto por los voraces rascacielos que ya casi se le echan encima.
Pierdo la noción del tiempo, entre tanto dormir y dejar de dormir sin llegar a despertar. Muchas pesadillas también, que me traen gestos y palabras desde lejos. Por momentos no sé ni donde estoy. Sólo la ventana y el moho en los tejados para orientarme. El libro que me traigo entre manos tampoco ayuda mucho, Jules Valles, intenta llevarme a una Francia de otra época con ¨L´énfant" pero todo es un pasar páginas sin enterarme apenas.
 

El sueño reparador y las medicinas me dejan, dos días después, con unos kilos de menos y dispuesta a continuar con el callejeo y los paseos por los parques, muchos y hermosos en esta ciudad, en los que los hombres siguen con la costumbre de pasear a los pájaros enjaulados. También les gusta juntarse a cantar, ingredientes suficientes para hacer de la tarde una delicia. Suenan acordeones en algunos rincones del parque, hay afición a la música en este lugar.
Música, flores y conversación con un abuelo que pasea orgulloso a su pájaro azul. Noventa años dijo que tenía el hombre, aún viste el "traje mao" como señal de resistencia a los cambios tan rápidos que se están sucediendo. Nuestro año de estudiar chino no ha sido en balde, alguna que otra palabra entendemos y es un gozo el encontrar la justa para contestar y ver que el interlocutor se lanza a explicar, creyéndonos conocedores de su idioma. Nos decía los nombres de las flores y de los árboles en chino mandarín, nombres imposibles de retener en la memoria. Compensamos su regalo cantándole las primeras estrofas del himno (que trajimos preparadas de casa) y nos acompaña en el canto sonriente...
"qi lai bú yuàn zuó nú li rén men...zhù chéng wǒ men xīn de cháng chéng Zhōng huá... mín zú dào le...".
Ninguno de nosotros es aficionado a los himnos pero el buen hombre ha sido tan amable que alguna cosa le teníamos que dar a cambio de sus atenciones.
Los compañeros me cuentan, me hablan, mientras cruzamos los puentes sobre el lago, de los otros parques visitados y que yo no podré ver y como, en uno de ellos, se encontraron con un español, el primero en cuatro semanas largas. Me hablan del Templo Dorado, del bosque que lo rodea...
La noche nos alcanza mientras descansamos en una terraza en la misma orilla del lago Dian. La luna llena trata de desprenderse de las nubes que le impiden la vista del lago, obstinada y leve.

Mis mosqueteros me compensan en la despedida de Kunming con una estupenda cena en la que, por fin, tenemos vino tinto y se lo agradezco, no ha sido fácil encontrar el lugar, hemos tenido que abandonar nuestra costumbre de comer en lugares sencillos y entrar en un hotel “de lujo” para poder disponer del preciado líquido.
Buscando la cena que poder regar con vino (hasta ahora no hemos encontrado más que cerveza y a mi no me gusta), hemos vivido una aventura tratando de encontrar el comedor en un hotel ruso, estuvimos recorriendo pasillos y cuartos durante un buen rato, sin apenas luz, lugar fantasma, hasta que dimos con la mismísima cocina y allí nos dijeron que "mei ou", que nada, no estaba abierto. Absolutamente lúgubre el lugar.

Estupendo broche de brindis con tintorro chino en esta ciudad de parques y flores de la que nos despedimos con un “hasta luego” para irnos de veraneo a Dali.


Wang Wei y Pei Di son poetas chinos del siglo VIII, amigos y, el segundo de ellos, también pintor y músico. Estos poemas pertenecen al género shi.
 

jueves, 1 de octubre de 2009

Mi visión del Ganges en Varanasi




Todavía es de noche cuando tomamos el rickshaw que nos llevará a carrera limpia hacia el río, por las callejuelas estrechas y empinadas, desde nuestro albergue situado junto al parque de Sarnath.
El transporte va motorizado y el muchacho conductor disfruta haciendo ruido, con gozo y con orgullo presume ante los que le saludan de haber conseguido clientes tan temprano y aprovecha el paso por delante de su casa para pararse a saludar a la familia.
Desayunamos en la terraza de un hotel y desde allí vemos como se despierta el sol por encima de la tenue lluvia. Hay una buena vista desde la terraza. A lo lejos se ven los búfalos bañándose y los pastores manejando el rebaño.





Bajamos al río y alquilamos una barca que nos pasea por la orilla durante una hora. Vamos nosotros cuatro, el barquero, su hijo adolescente que le ayuda con los remos y un niño de unos tres años, realmente hermoso, sus ojos resaltan con el khol, juega con nuestros artilugios de turistas, sonríe y, de vez en cuando, mira a su padre.
El padre asiente con la mirada, el niño sigue feliz, contemplando también, instinto puro.
Desde la barca vemos la "gran movida" matutina en el Ganges. Aquellas escaleras como una romería, repletas de gente que se baña en el agua de color chocolate, que medita, que lava la ropa o los cacharros de cocinar, que canta. Un fluir de gente en un río quieto.











Detrás del gentío, la humareda de los crematorios.
Todos colaboramos en la tarea del remar... el barquero es agradable, sonriente y tranquilo y nos sentimos incómodos viendo a alguien hacer un trabajo duro para nuestro disfrute.
Disfrutamos remando y él disfruta con nuestro esfuerzo. Justo intercambio de disfrutes, creo.



Transcurrida la hora de alquiler, el barquero nos "deposita" en la escalera central y nos sentamos allí un buen rato para ver lo mismo, pero desde atrás.












Hay un hombre que debe ser importante, no se baña, tan solo medita mientras otros dos sostienen una sombrilla sobre su cabeza para que la lluvia no le moleste, permanece inmóvil, ocupando todo el entarimado de madera que parece haber sido construido para él. Sus criados, me imagino que son sus criados, queman incienso y preparan frutas y arroz a sus espaldas.




Cerca, una mujer grande, con incontables michelines en su espalda, parece que vigila a los que yo supongo criados del que medita y les da órdenes para que los alimentos estén dispuestos cuando el hombre deje de dirigir su mirada hacia el vacío.







Otro grupo de mujeres se dedica a perfumar su cuerpo con las guirnaldas de jazmín que una de ellas trae en la cesta. Un hombre se les acerca con más flores y entre todas forman un buen alboroto por escoger la mejor, para adornarse, combinándola con el color de su ropa.








Algunos jóvenes se zambullen como si de un pozo de agua cristalina se tratara, ríen, montan bronca, como cualquier chaval de mi pueblo, en el verano, en el río. Otros van y vienen, llenan sus cacharros con el agua y se la llevan a sus casas, vuelven a por más, espero que no la usen para beber.










Miro el inmenso crematorio que tenemos detrás pero no me impresiona lo más mínimo, no impresiona a nadie, es parte del paisaje.
Lo que sí me impresiona es la cantidad de barcas que están ahora al otro lado, cargadas de turistas, japoneses sobre todo, grabando con sus cámaras este momento.
Nos levantamos de nuestros asientos en la escalinata y damos un paseo por las callejuelas en las que la gente vive, trabaja, vende el producto de su trabajo. Vive.... junto con las vacas, con las cabras y los perros que ocupan la mayor parte del diminuto espacio.
 Compramos pistachos, compramos ungüentos, compramos frutas, cada ventana que se abre a la calle es un lugar en el que comprar algo.





Pienso en Tagore, pienso en mis diecisiete años, pienso en Malini... "¿Qué haces así, hija mía, sin vestirte como corresponde a tu edad y a tu hermosura? ¿Y tus adornos? Aurora mía ¿cómo puedes dejar tu cuerpo sin su oro?"
Y me hubiera gustado que quien interpretó esa obra conmigo en aquellos nuestros años jóvenes hubiera sido capaz de seguirme en el camino y llegar hasta esta mañana de ver amanecer junto al Ganges y con ese pensamiento me recojo el pelo con el coletero de jazmines que un niño me vende.