viernes, 18 de septiembre de 2009

El teatro. Los emigrados


Era la primera vez que iba al teatro, al teatro en directo, al de verdad, no al de "en blanco y negro" como en la tele. Imposible no apasionarse, como dice el folleto, la obra no necesita comentarios, los actores tampoco.
El precio de la entrada era prohibitivo para una muchacha que trabajaba en una fábrica y que tenía que entregar el sueldo en casa, pero aquel año, después de un larguísimo esfuerzo haciendo el bachillerato nocturno, había conseguido su meta de llegar a la Universidad y aprobado todo el curso y el chico que la acompañaba en las escasas tardes libres decidió invitarla. Era su regalo para celebrar la nueva etapa recién comenzada.
En una cajita en la que guardo retales de las cosas importantes está, amarillento por el paso de los años, el tríptico que repartían a la entrada, ha hecho conmigo muchas mudanzas, tantas como once, me ha acompañado en mi particular emigración por la geografía y la vida.
Estábamos sentados en la fila cuarta y podía percibir perfectamente los gestos, la respiración de los actores. Me transmitían su angustia hasta hacerme temblar. Le comuniqué al amigo que tenía la impresión de que "EL OTRO" (José María Rodero) se estaba poniendo enfermo y el amigo me contestó: "es un gran actor, mujer, está interpretando".
Al salir del teatro, sin tan siquiera sentir el suelo bajo los pies, vimos una ambulancia, Rodero había sufrido una crisis, aguantó hasta el final de la representación pero tenían que llevarlo al hospital con urgencia.

Creo que aquella tarde significó el punto de partida de mi amor por el teatro y también el comienzo del desamor por el muchacho que me invitó pues quedé prendada de los ojos y la voz de José María Rodero.

1 comentario:

ArteyOficios dijo...

Menuda historia. Es muy bonita. Gracias por compartirla. Qué suerte poder haber visto a Rodero en el teatro.
Comprendo el enamoramiento...:)