viernes, 9 de julio de 2010

Saramago: esa dulce mirada portuguesa

Su nombre me llegó en la primavera de 1974, “O 25 de Abril”. Era entonces sólo un nombre:José Saramago que, sin aparecer en los libros de literatura, se empezó a escuchar en el aula de sexto de bachillerato del nocturno y en las reuniones clandestinas del sindicato en la fábrica de mis mañanas. Vino con la música de “Grândola, Vila Morena”, con José Afonso y un puñado de nombres más.


Y la mirada se desvió desde otra primavera, la del París del 68, de la que me hablaban los mayores hasta esta, la primavera vecina, la de la hermana Portugal, trayendo consigo nuevos paisajes de la mano de aquella ilusión, tímida, que te contagiaban, desde tan cerca, los que habían puesto punto final a la larga dictadura salazarista en una revolución en la que, dicen, se contaron cuatro muertos.

Y con él llegaron Lisboa, Porto, Coimbra, Evora, Obidos, Sintra y tantos lugares hermosos, ya fueran de mar, de montes, de plazas o de cantinas.


Aunque con el correr de los años mis ideas tomaron otros senderos, que no siempre han coincidido con las manifestaciones públicas de Saramago (al fin y al cabo, tampoco he estado siempre de acuerdo con las propias), ese portugués de mirada suave, de voz pausada, ese hombre sabio de muchas sabidurías, humilde y tierno, tiene un lugar en mi corazón y le pone nombre a muchas miradas de hombres portugueses, las miradas de hombres más dulces y limpias con las que se encontró la mía.


Memorial del convento, Levantado del suelo, La balsa de piedra, El hombre duplicado, La caverna, Todos los nombres o Viaje a Portugal... son algunos de los hijos de Don José con los que compartí mis viajes por su hermosísimo país.
Su forma de narrar, de exponer, de enseñarnos su alma, de hacer conversar a sus personajes, todo seguido, sin guiones, su sabiduría plasmada en cada párrafo, hizo que sus libros fueran siempre “libros para días de fiesta”, pasillos por los caminar despacio, saboreando los momentos, parando, reflexionando, hilando…


Hoy se me fue la vista hacia un párrafo (de La caverna) en el que Marta conversa con su padre, Cipriano Algor, de corrido, como a Saramago le gusta hacer hablar a sus personajes:
“…No hable de la muerte, padre. Mientras estamos vivos es cuando podemos hablar de la muerte, no después. Cipriano Algor se sirvió un poco más de vino…”
Saramago nos habló de la muerte y mucho, no solamente en “Las intermitencias de la muerte”… “son las sorpresas que la muerte le da a la vida” no se cumplió en su caso y la muerte le vino sin sorpresa, despacio, mirándole serena y dulce, como me parece que solamente puede mirar una muerte portuguesa.


Siempre cerca, siempre maestro, siempre amigo, hasta que la muerte venga hasta aquí, a darme una sorpresa o, quizás también, a mirarme dulcemente, con el preciado legado que son sus libros y su vida honesta acompañándome en el camino.

Más miradas en los enlaces a continuación:

El que calla, muere y dice, de Lisi Prada
Saramago el humano, el escritor, de Trasindependiente
Saramago, blogger de Blas F. Tomé
Saramago creía en Obama, de Jaime García
La Iberia de Saramago, de Encarna Hernández
Saramago de Fernando María
Saramago i la ciutadania lúcida. de Enric Senabre
Saramago, maestro de la literatura, de Cástor Olcoz
Saramago y la Unión Ibérica, de Emilio Fuentes
Saramago: compromiso y Literatura, de Carmen Guarddón
'Pilar?, de Fernando Solera
A Saramago, Psiquiatra de familia
Saramago y el derecho a la rebelión, de Merhum
José Saramago como Blogger de ciudadanomorante.eu
La traducción de Europa según Saramago, de Alejandro Palomino
Saramago, de Arco
Obrigado Saramago de Pilar
Mi padre y José Saramago de Bernardo Ramos
José Saramago y sus libros: el viaje del elefante de Justindelba
Azinhaga, el Pueblo de Saramago, de Paco Nadal
La insoportable soledad, de Modesto Vega

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