domingo, 4 de julio de 2010

El housseinieh de Yazd


Impresionaba colocarse debajo de aquel artefacto, gigantesco, enorme. Por la mente empezaban a desfilar las imágenes vistas en la televisión, aquellas multitudes de hombres, dándose golpes, sangrando, en esa especie de catarsis colectiva del rito que recuerda la batalla que supuso la división de los musulmanes entre chiítas y sunnitas.

Situado en una plaza tranquila, al lado de la mezquita del viernes, que al atardecer se llenaba de gente, de mujeres cargadas con sus criaturas, que paseaban, que se acercaban a preguntar, el "Housseinieh" llamaba mi atención de forma poderosa, me sentaba a su sombra tratando de entender como se podían convertir aquellas personas, amables y sonrientes en la multitud sangrante de la Ashura, pero no lo conseguí ni pensando en los ritos de nuestra Semana Santa, que también tienen lo suyo.
Sigue siendo inspiración, trece siglos después, para las distintas luchas político-religiosas, como la que en Irán derrocó a la dinastía Pahlavi y aún siendo origen de la gran división musulmana, también es respetado por sunníes y sufíes puesto que es indiscutible su pertenencia a la "casa de Mahoma" incluso, tras el derrocamiento de Sadam Husein, su tumba, en Karbala (Irak), ha vuelto a ser lugar de peregrinación.
El recuerdo de los sangrientos sucesos del año pasado en Irán durante la celebración del Muharram unidos a la impresión de aquella especie de potro de torturas y el que ya tengo claro que lo de religiones y santos no son lo mío, me llevaron a cerrar el día buscando otro paisaje más leve.

A falta de un buen bar, en la tetería, exclusivamente para hombres, tuvieron a bien dejar a la visitante entrar, sentarse en la alfombra, mirar y fotografiar mientras se fumaba su pipa de la paz y aprendía el gesto de pasarla, doblada, sin tocar la boquilla y agradecer con un toque en el dorso de la mano del vecino cuando él se la pasaba, todo un arte, si señor.
Pero ni allí pude olvidarme del mártir puesto que su imagen lucía en varias de las estampas que decoraban el local.
Una niña afgana entró, pidió un plato en la barra y pasó pidiendo limosna, fue la única vez que ví a alguien pedir. “Es porque es afgana”, decían los contertulios. Nadie sabe a ciencia cierta cuantos son, dicen que más de un millón de refugiados afganos están ahora mismo en Irán, son fáciles de distinguir por sus ropas y por sus ojos rasgados.
Mucha razón lleva Doris Lessing cuando dice que son gente realmente hermosa, en su libro “El viento se llevará nuestras palabras”.
Me contaron y también lo puede ver en algunos sucesos callejeros que su integración no está siendo nada fácil y no solamente por las diferencias religiosas sino por la difícil situación económica que está viviendo el país.
Todos fueron generosos con ella y la niña recogió un buen botín esa noche.


copyright©gloriainfinita

No hay comentarios: