jueves, 15 de julio de 2010

De picnic en el Zayandeh Rud

El Zayandeh Rud viene desde los montes Zagros y es algo asi como el "río de la vida" del centro del país.
A su paso por Isfahan es cruzado por hermosos puentes, algunos de época safávida (S. XVI) y el gran parque Nayvan, con sus más de 1.200 hectáreas, le hace compañía en ambas orillas.

En el puente Shahrestan, el más antiguo, la sonoridad de las arcadas lleva a los hombres a sentarse a su sombra y cantar sus canciones de siempre.





Era el día grande del nowruz (día nuevo), la fiesta de la primavera, que hunde sus raíces en la cultura zoroástrica. Parece ser que ya los aqueménidas (S. VI a. C.) la celebraban y que el lugar, la casa, elegida para la celebración era Persépolis, algunas tallas en la piedra que han sobrevivido a la destrucción, así lo atestiguan.
El ritual de la fiesta del nowruz, tal y como se celebra hoy en día, proviene de la época sasánida (S. III d.C.), todo un festival que comienza diez días antes del nowruz y que llaman Suri. En Irán aún se mantiene como la gran fiesta anual, por encima de las otras dos celebraciones musulmanas chiítas importantes: el ramadán y la ashura.
El saltar sobre el fuego, los baños, las visitas a la familia, las mejores comidas, el preparar todos los tipos de panes... Una fiesta de la vida, que tiene, a mi entender, muchas similitudes con nuestro “San Juan”.



La tradición manda que ese día nadie debe estar en su casa, de buena mañana ya se podía ver el movimiento de coches portando guirnaldas de flores y familias caminando hacia el río, cargadas con sus alfombras y sus cestos de comida.


Gente iraní y turistas (Yahangar). Caballos, barcos y bicicletas, afganos, armenios, kurdos, lors, baluchs, bakhtyaris, una fiesta para el olfato, para el oído, para la vista, todos en la calle, celebrando el día grande, comiendo en el parque, poniendo sus tiendas de campaña en cualquier acera.
Fue un placer sentarse en las escaleras, contemplar, escuchar el sonido del agua y contenerse, mucho, las ganas de acercarse a la orilla, porque la policía vigila de cerca y no permiten mojarse los pies, no a las mujeres, a menos que vayan acompañadas de su marido. Pero, a esas alturas del viaje, ya estaba asumido y no me causó ningún disgusto especial.
Parejas de muchachos pasean en este ambiente festivo y liberal, relajados y menos discretos. A falta de baño, dedicarse a distinguir a las furtivas parejas me resultó entretenido.

Algún que otro joven, menos discreto aún, que ellos y que yo, pretende entrar al parque con su motocicleta pero inmediatamente es obligado a dar media vuelta. La presencia policial, en zonas de aglomeración es fuerte. Aunque no los hayas visto, escuchas a alguien decir algo parecido a "moro-moro" e inmediatamente, ejército y policía se hacen visibles.
Mucho sol y poco espacio libre, así que extiendo mi manta (sisada a la compañía aérea) y me dedico a observar a mis vecinos. Esta vez no sucederá como en Yazd, que cuando Gara Ala regresó con la comida, mi manta ya estaba repleta de todo tipo de panes, frutas y carne. El lugar escogido es el dominio de los afganos, más pobres, que ofrecen lo que tienen, sus sonrisas y los juegos de los niños.


Al terminar el ágape, la comida sobrante se recoge cuidadosamente, se guarda en las bolsas y se deja al lado de un arbusto cercano. No está bien visto dar lo que te sobra directamente pero, antes de que hayamos salido del parque, la bolsa ya habrá sido recogida.

El río seguirá lleno de gente, celebrando su fiesta hasta la noche, pero yo he convencido a Gara Alá para que me enseñe, en los jardines, la flor de la adormidera.

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viernes, 9 de julio de 2010

Saramago: esa dulce mirada portuguesa

Su nombre me llegó en la primavera de 1974, “O 25 de Abril”. Era entonces sólo un nombre:José Saramago que, sin aparecer en los libros de literatura, se empezó a escuchar en el aula de sexto de bachillerato del nocturno y en las reuniones clandestinas del sindicato en la fábrica de mis mañanas. Vino con la música de “Grândola, Vila Morena”, con José Afonso y un puñado de nombres más.


Y la mirada se desvió desde otra primavera, la del París del 68, de la que me hablaban los mayores hasta esta, la primavera vecina, la de la hermana Portugal, trayendo consigo nuevos paisajes de la mano de aquella ilusión, tímida, que te contagiaban, desde tan cerca, los que habían puesto punto final a la larga dictadura salazarista en una revolución en la que, dicen, se contaron cuatro muertos.

Y con él llegaron Lisboa, Porto, Coimbra, Evora, Obidos, Sintra y tantos lugares hermosos, ya fueran de mar, de montes, de plazas o de cantinas.


Aunque con el correr de los años mis ideas tomaron otros senderos, que no siempre han coincidido con las manifestaciones públicas de Saramago (al fin y al cabo, tampoco he estado siempre de acuerdo con las propias), ese portugués de mirada suave, de voz pausada, ese hombre sabio de muchas sabidurías, humilde y tierno, tiene un lugar en mi corazón y le pone nombre a muchas miradas de hombres portugueses, las miradas de hombres más dulces y limpias con las que se encontró la mía.


Memorial del convento, Levantado del suelo, La balsa de piedra, El hombre duplicado, La caverna, Todos los nombres o Viaje a Portugal... son algunos de los hijos de Don José con los que compartí mis viajes por su hermosísimo país.
Su forma de narrar, de exponer, de enseñarnos su alma, de hacer conversar a sus personajes, todo seguido, sin guiones, su sabiduría plasmada en cada párrafo, hizo que sus libros fueran siempre “libros para días de fiesta”, pasillos por los caminar despacio, saboreando los momentos, parando, reflexionando, hilando…


Hoy se me fue la vista hacia un párrafo (de La caverna) en el que Marta conversa con su padre, Cipriano Algor, de corrido, como a Saramago le gusta hacer hablar a sus personajes:
“…No hable de la muerte, padre. Mientras estamos vivos es cuando podemos hablar de la muerte, no después. Cipriano Algor se sirvió un poco más de vino…”
Saramago nos habló de la muerte y mucho, no solamente en “Las intermitencias de la muerte”… “son las sorpresas que la muerte le da a la vida” no se cumplió en su caso y la muerte le vino sin sorpresa, despacio, mirándole serena y dulce, como me parece que solamente puede mirar una muerte portuguesa.


Siempre cerca, siempre maestro, siempre amigo, hasta que la muerte venga hasta aquí, a darme una sorpresa o, quizás también, a mirarme dulcemente, con el preciado legado que son sus libros y su vida honesta acompañándome en el camino.

Más miradas en los enlaces a continuación:

El que calla, muere y dice, de Lisi Prada
Saramago el humano, el escritor, de Trasindependiente
Saramago, blogger de Blas F. Tomé
Saramago creía en Obama, de Jaime García
La Iberia de Saramago, de Encarna Hernández
Saramago de Fernando María
Saramago i la ciutadania lúcida. de Enric Senabre
Saramago, maestro de la literatura, de Cástor Olcoz
Saramago y la Unión Ibérica, de Emilio Fuentes
Saramago: compromiso y Literatura, de Carmen Guarddón
'Pilar?, de Fernando Solera
A Saramago, Psiquiatra de familia
Saramago y el derecho a la rebelión, de Merhum
José Saramago como Blogger de ciudadanomorante.eu
La traducción de Europa según Saramago, de Alejandro Palomino
Saramago, de Arco
Obrigado Saramago de Pilar
Mi padre y José Saramago de Bernardo Ramos
José Saramago y sus libros: el viaje del elefante de Justindelba
Azinhaga, el Pueblo de Saramago, de Paco Nadal
La insoportable soledad, de Modesto Vega

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domingo, 4 de julio de 2010

El housseinieh de Yazd


Impresionaba colocarse debajo de aquel artefacto, gigantesco, enorme. Por la mente empezaban a desfilar las imágenes vistas en la televisión, aquellas multitudes de hombres, dándose golpes, sangrando, en esa especie de catarsis colectiva del rito que recuerda la batalla que supuso la división de los musulmanes entre chiítas y sunnitas.

Situado en una plaza tranquila, al lado de la mezquita del viernes, que al atardecer se llenaba de gente, de mujeres cargadas con sus criaturas, que paseaban, que se acercaban a preguntar, el "Housseinieh" llamaba mi atención de forma poderosa, me sentaba a su sombra tratando de entender como se podían convertir aquellas personas, amables y sonrientes en la multitud sangrante de la Ashura, pero no lo conseguí ni pensando en los ritos de nuestra Semana Santa, que también tienen lo suyo.
Sigue siendo inspiración, trece siglos después, para las distintas luchas político-religiosas, como la que en Irán derrocó a la dinastía Pahlavi y aún siendo origen de la gran división musulmana, también es respetado por sunníes y sufíes puesto que es indiscutible su pertenencia a la "casa de Mahoma" incluso, tras el derrocamiento de Sadam Husein, su tumba, en Karbala (Irak), ha vuelto a ser lugar de peregrinación.
El recuerdo de los sangrientos sucesos del año pasado en Irán durante la celebración del Muharram unidos a la impresión de aquella especie de potro de torturas y el que ya tengo claro que lo de religiones y santos no son lo mío, me llevaron a cerrar el día buscando otro paisaje más leve.

A falta de un buen bar, en la tetería, exclusivamente para hombres, tuvieron a bien dejar a la visitante entrar, sentarse en la alfombra, mirar y fotografiar mientras se fumaba su pipa de la paz y aprendía el gesto de pasarla, doblada, sin tocar la boquilla y agradecer con un toque en el dorso de la mano del vecino cuando él se la pasaba, todo un arte, si señor.
Pero ni allí pude olvidarme del mártir puesto que su imagen lucía en varias de las estampas que decoraban el local.
Una niña afgana entró, pidió un plato en la barra y pasó pidiendo limosna, fue la única vez que ví a alguien pedir. “Es porque es afgana”, decían los contertulios. Nadie sabe a ciencia cierta cuantos son, dicen que más de un millón de refugiados afganos están ahora mismo en Irán, son fáciles de distinguir por sus ropas y por sus ojos rasgados.
Mucha razón lleva Doris Lessing cuando dice que son gente realmente hermosa, en su libro “El viento se llevará nuestras palabras”.
Me contaron y también lo puede ver en algunos sucesos callejeros que su integración no está siendo nada fácil y no solamente por las diferencias religiosas sino por la difícil situación económica que está viviendo el país.
Todos fueron generosos con ella y la niña recogió un buen botín esa noche.


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