Al volver a Chengdu, los billetes, en cama blanda, que dejamos pagados en nuestro anterior paso por aquí, como era previsible, no estaban. Mi impresión es que pensaron que no volveríamos (y casi aciertan). Anoche dijeron que esperáramos a la mañana y ya es la mañana, faltan un par de horas para que salga el tren y vamos perdidos de una planta del hotel a otra persiguiendo a no se quien que no aparece.
La liamos parda, nos entendieron muy bien a la hora de cobrarnos pero ahora nadie sabe lo que reclamamos. En la recepción tratan de hacerse los suecos aunque salta a la vista que son chinos. Nos ponen al teléfono con alguien que ni en inglés nos entiende pero sí le entendemos que no están los billetes y que tratarán de solucionarlo... nos suben en un par de taxis y vamos todos detrás de una parejita que sólo habla chino hasta la estación. Precisamente los dejamos reservados porque era imposible conseguirlos en el día.
En la espera, en la explanada ante el edificio de la estación, a mi compañero le ponen una multa de 5 yuanes por tirar la colilla al suelo, en medio de la calle y en un lugar lleno de todo tipo de porquerías, aparte de las colillas y todo el público fumando. Entendimos al policía perfectamente lo que me deja bien clarito que, cuando ellos quieren, la comunicación es fluida.
Nos rodearon como si de un circo se tratara. Nuestro público tira al suelo las colillas y el policía, o lo que sea, a ellos no les multa, nos hacen un corro y hablan y ríen a carcajadas. No hace falta saber idiomas para entender lo que sucede.
En fin, como de esperar los billetes se trata y estamos en medio de un buen montón de gente, se me ocurre montar mi teatrillo particular y les cuento un cuento en voz bien alta, del que ellos tampoco entienden nada, por supuesto, y me paseo luego entre el corrillo y con voz más susurrante voy señalándoles que si la camisa, que si los pies, que si las orejas y diciendo cosas sin sentido pero ellos no lo saben. Se cierran sus bocas y se abren sus ojos, ya sólo me faltaba ponerme a cantar y luego pasar la gorra, pero mis mosqueteros me sacan de allí por las bravas, rápido, que perdemos el tren. (Ya está esta mujer haciendo cosas raras y provocando).
Hemos conseguido los billetes, pero “en cama dura” y ya se verá si luego queda algo libre, total, el viajecito solamente es de casi dos días.
Cada uno vamos en un vagón distinto, aunque se pasan a verme de vez en cuando mis queridos cuidadores. Un par de días aquí, con estas tres comiendo pipas enfrente y mirando de esa forma que miran pueden resultar terribles o muy interesantes.
Las tres mujeres que tengo enfrente parecen abuela, madre e hija, las tres son guapas, comen, se lavan, duermen, vuelven a comer. La que parece la madre, también está leyendo y muestra interés por saber que libro me traigo entre manos, forrado con papel de periódico: es la entrevista a Jiang Quing "la emperatriz roja" de Françoise D´Eaubonne y no se lo pienso decir ni de broma.
En un tren chino, desde Chengdu a Kunming, me acuerdo de que llevo conmigo esta pluma, regalo del compañero de los preciosos viajes en moto, con sus últimos cartuchos. Paisaje en verde, como el de mi tierra pero visto con lentes de aumento.
Nada me sorprende como no sea el descaro de esta gente, su forma de hacer, como si estuvieran solos. El compañero fogoso debería cambiarme el sitio, la mujer de enfrente tiene unas piernas preciosas a pesar de que ya tiene sus añitos y la más joven es una auténtica porcelana.
Me miran con todo descaro pero no estoy dispuesta a cortarme, digan lo que digan mis tres mosqueteros, que me han pedido que sea buena y discreta.
Se me da muy bien imitar miradas, a una inquisidora, respondo con otra igual. Hasta me parece que el juego les gusta, ya han venido dos a meter sus narices en mis papeles y decir cosas sobre mis letras. Y aprovechan a tocar, con disimulo, pero tocan. He puesto cara de asombro cuando el hombre de la camisa blanca puso su mano en mi cuello y la mujer de enfrente se ha encarado con él. (Gracias, buena mujer, estaba a punto de darle un sopapo).
Me miran con todo descaro pero no estoy dispuesta a cortarme, digan lo que digan mis tres mosqueteros, que me han pedido que sea buena y discreta.
Se me da muy bien imitar miradas, a una inquisidora, respondo con otra igual. Hasta me parece que el juego les gusta, ya han venido dos a meter sus narices en mis papeles y decir cosas sobre mis letras. Y aprovechan a tocar, con disimulo, pero tocan. He puesto cara de asombro cuando el hombre de la camisa blanca puso su mano en mi cuello y la mujer de enfrente se ha encarado con él. (Gracias, buena mujer, estaba a punto de darle un sopapo).
Extraño tener cerca algún amigo de mi edad y aficiones. Alguien que no se mosqueara cuando me da el puntazo de hacer el cabra. Hay un exceso de "corrección" para mi gusto que por momentos me lleva al aburrimiento, pero posiblemente sean ellos los que acierten, aunque sigo sin entender que no quieran salir de noche, ni entrar en el bar que elijo, todos les parecen "raros".
Escasa de palabras ando estos días y se me quejan pero sigo callada, si hablo puede ser bastante peor, no se me ocurren más que malas ideas.
Concentrada en contar los largos túneles que vamos pasando, ya llevo dieciséis, la vía atraviesa unas estribaciones del Himalaya, según mis cuentas estamos aproximadamente a unos 2.000 metros de altitud, en el paralelo 24.
Entre los poquitos claros que quedan entre tanto túnel (¿cuántos chinos habrán muerto construyéndolos?), un alucinante paisaje de valles y montañas, ríos, cascadas, poblados con casas de adobe y techados con tejas negras humeantes. No tienen chimenea y el humo se escapa por todas las rendijas del techo.
Personajes peculiares de otras razas, tocados con unos sombreros de colores y gruesas trenzas alrededor, de piel más oscura y ojos más redondos. Trabajan la tierra o caminan cargados con sus cestos y aperos. Los cultivos predominantes siguen siendo el maíz y el arroz pero me pareció ver alguna pequeña plantación de tabaco y entre el maíz, de vez en cuando algún girasol. La vegetación, más escasa por la altitud, ya tiene por aquí mucho eucalipto.
Entre los poquitos claros que quedan entre tanto túnel (¿cuántos chinos habrán muerto construyéndolos?), un alucinante paisaje de valles y montañas, ríos, cascadas, poblados con casas de adobe y techados con tejas negras humeantes. No tienen chimenea y el humo se escapa por todas las rendijas del techo.
Personajes peculiares de otras razas, tocados con unos sombreros de colores y gruesas trenzas alrededor, de piel más oscura y ojos más redondos. Trabajan la tierra o caminan cargados con sus cestos y aperos. Los cultivos predominantes siguen siendo el maíz y el arroz pero me pareció ver alguna pequeña plantación de tabaco y entre el maíz, de vez en cuando algún girasol. La vegetación, más escasa por la altitud, ya tiene por aquí mucho eucalipto.
Este largo viaje en tren se percibe ahora mismo como uno de esos momentos irrepetibles de la vida, tengo la fuerte impresión de que podría yo también quedarme en cualquiera de estos valles en los que parece que el tiempo se ha detenido y permanecer aquí, quieta, sin contar el tiempo.
A media noche, cuando ya he conseguido dormirme, unas azafatas, tenientes, sargentos o lo que sean estas mujeres vestidas con uniformes militares de colores según el cargo (los trenes están militarizados y el personal de mando es siempre femenino), nos despiertan y nos conducen a nuestro bien pagado (dos veces) departamento de "cama blanda".
Aún queda un día más de viaje, con su noche y aunque he disfrutado lo mío provocando con mis guiños y mis posturas extrañas a los viajeros de al lado, cantando con la niña “El mió Xuan miróme” y comprobando cual de las dos llegaba mejor con el dedo gordo del pie a la oreja, mejor será pasar el resto del tiempo con los de casa, o me bajaré en la estación que no toca.
A media noche, cuando ya he conseguido dormirme, unas azafatas, tenientes, sargentos o lo que sean estas mujeres vestidas con uniformes militares de colores según el cargo (los trenes están militarizados y el personal de mando es siempre femenino), nos despiertan y nos conducen a nuestro bien pagado (dos veces) departamento de "cama blanda".
Aún queda un día más de viaje, con su noche y aunque he disfrutado lo mío provocando con mis guiños y mis posturas extrañas a los viajeros de al lado, cantando con la niña “El mió Xuan miróme” y comprobando cual de las dos llegaba mejor con el dedo gordo del pie a la oreja, mejor será pasar el resto del tiempo con los de casa, o me bajaré en la estación que no toca.