En un autobús, que como todo en este inmenso país, va hasta los topes de gente, nos dirigimos a BaoGuo. Paisajes de campos de arroz, montañas muy verdes, quizás sean plantaciones de té, no se distingue bien, ríos que parecen mares, algunas pequeñas poblaciones rurales, más centrales térmicas... Continúo con mi obsesión de encontrar una pinza para tender la ropa y sigo sin verla. Tienden en perchas o atando la ropa a la cuerda, me parece muy extraño ese dato, diría que no conocen las pinzas en China. Por supuesto que mi comentario consigue que los ojos de mis compañeros se abran implorando un pensamiento más profundo por mi parte pero esto es lo que hay, pienso en las pinzas de la ropa que no veo por ninguna parte.
Iba, el autobús, haciendo paradas para subir y bajar gente y no quiero ni contar las horas que nos llevó el traslado. Casi al final del trayecto, se sube un muchacho que parece conocer a todo el mundo y nos asalta, cosa rara, primero para practicar inglés y luego nos da palique y nos enseña ese párrafo en la Lonely en donde sale su nombre. Me parece un caza turistas haciendo la ruta del bus a ver a quien se encuentra, pero al menos nos da un poco de conversación en inglés y se procura nuestra confianza, cosa que hasta ahora no habíamos probado. Al final del trayecto nos mete en un taxi y nos conduce hasta un hotel y nos sugiere tanto restaurante como rutas para la tarde. En cuanto nos sentamos en la mesa, desaparece como por ensalmo.
El restaurante era de su hermana que tenía unos niños preciosos y el hotelito, con sus jardines, estupendo, aunque a mi compañero de cuarto no le gusta pues está poblado de dragoncitos.
Menos mal que entro la primera en la ducha y le evito el tener que enfrentarse al ejército de cucarachas (panderoles, les llama aterrorizado) al que aniquilo con mis botas nuevas. Desde luego que tengo el día ñoño y a falta de mejor cosa que hacer me doy un paseo por los jardines buscando bichitos y hablando con ellos, como me vean me tomarán por loca. Me agrada este lugar, lejos del bullicio de esa gran ciudad que dejamos anoche, rodeado de bosques y montañas.
Visitamos dos templos budistas aquí mismo, el monasterio de BaoGuo, de igual nombre que la población y otro más alto que no sé como se llama. Hay un calor húmedo insoportable, tanto, que no he querido ni mirar la guía para anotar el nombre del lugar.
Pero el paseo es uno de los paseos inolvidables de la vida, un paseo en el que da lo mismo no darle la mano a nadie o que el alguien que te acompañó a la estación haya desaparecido, me siento como si estuviera caminando por uno de los cuentos que me imaginé en la primera infancia. Bosque frondoso, edificios cuidados que irradian paz, un puente aquí, un templete allá, los cantos de los pájaros, podría quedarme caminando este sendero toda la vida.
Canturreo lo primero que se me viene a la cabeza, Amancio Prada y "libre te quiero".
Unas mariposas enormes, centenares de mariposas, nos acompañan a todas partes. Estamos en el país de las mariposas de mil colores. El paseo alrededor del monasterio de BaoGuo discurre entre bosques de bambú.
Es el bosque ideal para los panda pero no están aquí, no están libres los pandas en este bosque. Dicen que están cerca pero no hay afición a los pandas en mi equipo.
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