sábado, 29 de agosto de 2009

Emei Shan


Es aún noche cerrada, noche de lluvia intensa, un compañero con fiebre y los demás somnolientos y cansados, ya son muchos los días de viaje y empieza a notarse su peso. Así y todo, a las tres de la mañana, estamos listos para emprender la marcha hacia Emei Shan que es una de las cuatro montañas sagradas para los budistas chinos y cuya cima alcanza los 3.099 metros.
Pero los elementos nos declararon la guerra, los elementos y también el “amigo” que nos vendió el billete, que no está en el lugar acordado y nos vemos, confundidos, dando vueltas por este tranquilo lugar, tratando de averiguar de dónde demonios sale el dichoso autobús, con cierto nervio, aguzando el olfato y el oído por ver si nuestros atrofiados sentidos nos indican el lugar por donde pasará el transporte.
Niebla densa, agua a cántaros, para que no viéramos nada y un autobús que no nos llevó a la cima sino al pie de unas escaleras empinadas que nos conducirían a un telecabina con una cola de más de una hora.
El sueño me puede y no soy capaz de prestar atención a la conversación que me da el turista chino que se sienta a mi lado y que me relata algo sobre lo difícil que le resulta entender que los europeos tengamos tantas vacaciones, concepto extraño para su cultura.
Al menos me he divertido en estas horas que deberían ser de dormir. Uno de los compañeros se empeñó en alquilar un abrigo de los de la guerra, parece recién salido de una trinchera, deben ser las sobras de la guerra con Japón. Y el paseo desde el final del trayecto del autobús hasta el telecabina también ha sido interesante: decenas de chinos con palanquines subían a algunos turistas y bajaban luego a toda leche, de vacío, por los escalones empinados.Van a toda velocidad subiendo a la gente para poder ganar un poco más de dinero.
Debía ser precioso el ver amanecer en Emei-Shan, debía de serlo, seguro que lo era, pero nos quedamos con las ganas de saberlo y con un día tonto en el que nada sale bien y... con mucho sueño y mucho cansancio.
Claro, al llegar al telecabina, los dos compañeros que tienen miedo al avión, a las alturas y a ese tipo de artilugios, se demoran en tomar la decisión, que si hay mucha cola… no vamos a llegar… ya está amaneciendo… Se alarga un poco la resolución del problema y vemos amanecer en la cola de sacar el billete, por suerte pude evadirme del dilema planteado y sentir el privilegio de una nueva mañana en un lugar y en una situación nada corriente, por suerte y por poner la antena en otra parte y entretenerme pensando en lo que pudieron hacer ayer los miembros de una curiosa familia que hace cola delante de mi o dónde habrán nacido los hombres que siguen subiendo y bajando a toda prisa a los turistas en los palanquines.


Después de un tira y afloja, al final subimos, ya ha amanecido, pero da lo mismo, la niebla es muy espesa.
Arriba, hace viento y frío y tampoco se ve nada, la niebla no levanta y no vemos ni dónde ponemos los piés. Se adivina una explanada grande coronando una montaña imponente pero el paisaje es sólo un cuadro de un gris muy oscuro. Comenzamos a darle vueltas a lo que imaginamos puede ser un camino, por intentar ver algo, pero el frío y la lluvia nos obligaron a buscar refugio.



Entramos en un edificio, allí sirven té a los que han peregrinado, lo llevan monjes budistas, al menos, nos resguardamos del tiempo infernal. Visto como avanza el malestar en el compañero con gripe, la decisión está clara, bajar de la forma más rápida al hotel y meterlo en cama con algún caldito, imposible hacer la ruta de los monasterios. Saborear este té que los monjes nos ofrecen y calentarnos en las estufas.
Ha sido una verdadera lástima nuestro intento de aventura de montaña, no le hemos podido sacar provecho. Tarareo el estribillo de la canción de Krahe "cuando todo da lo mismo, ¿por qué no hacer alpinismo?", con poco éxito, ningún aplauso.
Así pues, los planes se han ido al traste y volveremos a Chengdu para desde allí hacer el salto a Kunming, pasando a hacerle al Gran Buda de Leshan la visita de rigor. Y yo, con mis botas nuevas, compradas para la ocasión, me quedo sin hacer esas noches en los monasterios que tanto me ilusionaban y sin hacer monte y los compañeros andan un poco revueltos, uno enfermo, los otros dos con el "si hubiéramos hecho lo que yo propuse..."
El tiempo empeora, la lluvia es fuerte, incesante, todo el día lo fue y lo sigue siendo de noche, parece que fuera a arrancar los árboles del parque que rodea nuestro hospedaje. Dicen que si continúa así, mejor no nos movemos y esperamos a que el tiempo mejore para continuar.

jueves, 13 de agosto de 2009

Bao-Guo


En un autobús, que como todo en este inmenso país, va hasta los topes de gente, nos dirigimos a BaoGuo. Paisajes de campos de arroz, montañas muy verdes, quizás sean plantaciones de té, no se distingue bien, ríos que parecen mares, algunas pequeñas poblaciones rurales, más centrales térmicas... Continúo con mi obsesión de encontrar una pinza para tender la ropa y sigo sin verla. Tienden en perchas o atando la ropa a la cuerda, me parece muy extraño ese dato, diría que no conocen las pinzas en China. Por supuesto que mi comentario consigue que los ojos de mis compañeros se abran implorando un pensamiento más profundo por mi parte pero esto es lo que hay, pienso en las pinzas de la ropa que no veo por ninguna parte.



Iba, el autobús, haciendo paradas para subir y bajar gente y no quiero ni contar las horas que nos llevó el traslado. Casi al final del trayecto, se sube un muchacho que parece conocer a todo el mundo y nos asalta, cosa rara, primero para practicar inglés y luego nos da palique y nos enseña ese párrafo en la Lonely en donde sale su nombre. Me parece un caza turistas haciendo la ruta del bus a ver a quien se encuentra, pero al menos nos da un poco de conversación en inglés y se procura nuestra confianza, cosa que hasta ahora no habíamos probado. Al final del trayecto nos mete en un taxi y nos conduce hasta un hotel y nos sugiere tanto restaurante como rutas para la tarde. En cuanto nos sentamos en la mesa, desaparece como por ensalmo.




El restaurante era de su hermana que tenía unos niños preciosos y el hotelito, con sus jardines, estupendo, aunque a mi compañero de cuarto no le gusta pues está poblado de dragoncitos.
Menos mal que entro la primera en la ducha y le evito el tener que enfrentarse al ejército de cucarachas (panderoles, les llama aterrorizado) al que aniquilo con mis botas nuevas. Desde luego que tengo el día ñoño y a falta de mejor cosa que hacer me doy un paseo por los jardines buscando bichitos y hablando con ellos, como me vean me tomarán por loca. Me agrada este lugar, lejos del bullicio de esa gran ciudad que dejamos anoche, rodeado de bosques y montañas.
Visitamos dos templos budistas aquí mismo, el monasterio de BaoGuo, de igual nombre que la población y otro más alto que no sé como se llama. Hay un calor húmedo insoportable, tanto, que no he querido ni mirar la guía para anotar el nombre del lugar.
Pero el paseo es uno de los paseos inolvidables de la vida, un paseo en el que da lo mismo no darle la mano a nadie o que el alguien que te acompañó a la estación haya desaparecido, me siento como si estuviera caminando por uno de los cuentos que me imaginé en la primera infancia. Bosque frondoso, edificios cuidados que irradian paz, un puente aquí, un templete allá, los cantos de los pájaros, podría quedarme caminando este sendero toda la vida.
Canturreo lo primero que se me viene a la cabeza, Amancio Prada y "libre te quiero".

Unas mariposas enormes, centenares de mariposas, nos acompañan a todas partes. Estamos en el país de las mariposas de mil colores. El paseo alrededor del monasterio de BaoGuo discurre entre bosques de bambú.
Es el bosque ideal para los panda pero no están aquí, no están libres los pandas en este bosque. Dicen que están cerca pero no hay afición a los pandas en mi equipo.